René Behoteguy Chávez (Askapena)

Bolivia, escenario de disputa

El escenario resultante de los comicios locales y regionales en Bolivia, celebradas el 7 de marzo y 11 de abril, evidencia la hegemonía del MAS, que se ha encontrado con una oposición de izquierda y de sectores populares, y la radicalización de una derecha que seguirá conspirando contra el Gobierno.

El presidente de Bolivia, Luis Arce, en una reunión del MAS. (Fernando CARTAGENA / AFP)
El presidente de Bolivia, Luis Arce, en una reunión del MAS. (Fernando CARTAGENA / AFP)

Las elecciones subnacionales en Bolivia se pueden leer como una radicalización de los escenarios de disputa, con el MAS (Movimiento al Socialismo) como partido hegemónico a nivel nacional, pero con una derecha con presencia fuerte y radicalizada en el departamento de Santa Cruz y en ciudades importantes como Cochabamba y La Paz.

También cabe resaltar la irrupción de candidatos disidentes que vienen de las filas del MAS pero que, producto de los conflictos en la composición de candidaturas, se han presentado por otras fuerzas y han logrado triunfos importantes.

Hegemonía del MAS y peso del voto rural

Del total de las 336 Alcaldías en disputa en estas elecciones, el MAS se hizo con 240, y sus candidaturas a gobernación triunfaron en 6 de los 9 departamentos, quedando en segundo lugar en las tres restantes. Si bien el respaldo al MAS, como suele suceder, en menor en las elecciones a gobernadores y alcaldes que en las presidenciales, se consolida una enorme distancia con respecto al resto de sujetos políticos, sobre todo en las zonas rurales, y se convierten además en el único partido político con presencia en todo el país y el único con fuerza y vida orgánica y militancia. Eso hace que el discurso político se articule en apoyar o refutar sus propuestas, es decir, que tiene una clara hegemonía.  

No obstante, a pesar de haber vencido en la mayoría de los departamentos, solo en tres (Oruro, Cochabamba y Potosí) ha ganado en primera vuelta. En Pando, Tarija, Chuquisaca y La Paz, tuvo que concurrir el 11 de abril a una segunda vuelta muy complicada en la que el voto se concentró en los candidatos contrarios al partido en el Gobierno que acabaron por triunfar.  

Entre las grandes ciudades, las 9 capitales departamentales y la ciudad de El Alto, el MAS solo ha logrado vencer en Oruro y Sucre. Aunque no son buenos datos, son resultados muy similares a los de las últimas elecciones subnacionales. Probablemente lo que sí puede resultar decepcionante para el MAS es que, después de la gran victoria de Luis Arce en las presidenciales de octubre y la dispersión y debilitamiento de la oposición, se esperaban mejores resultados. La debilidad del MAS en las ciudades, espacios de cultura política mucho más individualistas en los que las estructuras comunitarias y sindicales no ejercen la influencia que sí tienen en el área rural, es el histórico talón de Aquiles del partido del Gobierno.  

Queda claro, además, que la imposición de candidaturas desde la cúpula partidaria en muchos casos,  desconociendo a quienes habían sido postulados por las organizaciones sociales, le ha costado muy caro al MAS, formación cuyo origen y razón de ser están en ser el instrumento político de las organizaciones y sectores populares.

Emerge una oposición de izquierda y popular al MAS

Eva Copa, anterior presidenta del Senado por el MAS, se hizo con la victoria en la ciudad de El Alto, bastión de la lucha contra el Gobierno de facto de Jeanine Áñez, con el 68,7% de los votos. Damián Condori, dirigente de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos en Chuquisaca, se enfrentó al MAS en segunda vuelta por la Gobernación, y resultó triunfador. A estos se suman las victorias de Ana Lucía Reis en la ciudad de Cobija, y del nuevo gobernador del Beni, Alejandro Unzueta.

Todos ellos fueron propuestos por las organizaciones sociales como candidatos del MAS y rechazados por la cúpula del partido, lo que ha abierto una fisura importante en el campo popular. Al mismo tiempo, nos sitúan ante un debate clásico de la izquierda boliviana, entre aquellos sectores más cercanos a la ortodoxia leninista que, entendiendo que el partido es la vanguardia de la lucha, han impuesto sus candidatos a las organizaciones sociales, y el fuerte carácter deliberativo y asambleario de unos movimientos sociales, populares y con fuerte presencia de pueblos originarios –sobre todo aymaras y quechuas– que consideran que son las organizaciones de base las que deben orientar y decidir, mientras que los cargos del partido están para «mandar obedeciendo», parafraseando a los zapatistas y al mismo Evo Morales.

Es así que, allí donde el MAS ha optado por desoír a dichas organizaciones ha salido derrotado, incluso en bastiones de lucha como El Alto, donde la derrota ha resultado apabullante. Hay que prestar mucha atención a los triunfos de Eva Copa y Damián Condori, a los que hay que sumar, en la segunda vuelta en La Paz, el de Santos Quispe, hijo del líder aymara Felipe Quispe, recientemente fallecido quien, hasta el final de su vida, mantuvo posiciones indianistas muy críticas con la izquierda mestiza tradicional.

Si Copa es capaz de cuajar una buena gestión en la difícil Alcaldía de El Alto, ciudad que, por su dinamismo, desorden, crecimiento constante y fuerte espíritu crítico, resulta más difícil de gobernar que el mismo país, y si a esa gestión positiva es capaz de sumarle una capacidad de articularse con los posibles gobernadores Quispe, Condori y con las fuerzas populares disidentes del MAS en Beni y Pando, podríamos hablar de una seria posibilidad de que exista una oposición al MAS desde la izquierda y los sectores populares, y además con un marcado carácter indígena originario.

Este es un escenario interesante en tanto que dichos actores puedan obligar al partido que ha gobernado Bolivia en 14 de los últimos 15 años (con la sola interrupción del período de facto por el golpe de Estado de Áñez) a superar sus contradicciones, tanto en su relación con las organizaciones de base, como con otros temas claves como el modelo económico extractivista, la falta de profundidad en los procesos descolonizadores o la tolerancia casi cómplice con las prácticas de acumulación y explotación capitalista de las élites oligárquicas.

Para ello será fundamental que tanto el MAS como sus disidentes entiendan –como en su momento entendió perfectamente Felipe Quispe, cuando se opuso a la intención de Áñez de aplazar eternamente las elecciones– que, a pesar de las diferencias y pugnas, son parte del mismo bloque histórico popular indígena y de clase trabajadora y que siguen teniendo un enemigo común, que son las oligarquías agroexportadoras y mineras sostenidas por su principal socio, el imperialismo norteamericano.  

La derecha, radicalizada

El hundimiento de la derecha moderada representada por Comunidad Ciudadana y su líder, Carlos Mesa, ha hecho que, si bien el espacio político de la derecha se ha fragmentado, no se pueda negar el éxito de algunos de sus candidatos locales, representados, además, por actores con posiciones mucho más radicales. Es el caso del triunfador a la Alcaldía de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, exmilitar ligado en su juventud a las dictaduras militares y socio y, por tanto, cómplice del Gobierno criminal de Sánchez de Lozada; o de Iván Arias en La Paz, personaje que, después de haber discurrido desde la izquierda hacia posiciones cada vez más reaccionarias, acabó siendo ministro del Gobierno corrupto y de facto Jeanine Áñez.   

Pero, sin duda, quien se coloca a la cabeza de la oposición de derecha en Bolivia es quien, desde el Comité Cívico de Santa Cruz, fuera el principal artífice del golpe de Estado de 2019: Luis Fernando Camacho, ganador con mayoría absoluta de la Gobernación de Santa Cruz, la región más rica y poblada de Bolivia. El discurso y práctica política de Camacho, basado en posturas identitarias claramente racistas, sumadas a un exacerbado discurso conservador religioso y a su estrecho vínculo con las élites agroindustriales del oriente, nos ponen ante la realidad de que Camacho utilizará la Gobernación para confrontar y tensar las relaciones con el Ejecutivo de Arce.  

De hecho, la detención de Jeanine Áñez para ser juzgada por el golpe de Estado, tras ser derrotada como candidata a gobernadora del Beni, ha reactivado con fuerza la disputa por el relato de lo sucedido en 2019. Se contraponen la visión de la derecha, apoyada por amplios sectores de la clase media, que mantiene que lo ocurrido fue una simple sucesión constitucional producida por la renuncia de Evo Morales ante las movilizaciones contra un supuesto fraude electoral, y el convencimiento de los sectores populares de que aquello fue un golpe de Estado planificado y violento, lo cual puede atestiguarse con las masacres de Senkata y Sacaba, donde hubo una treintena de muertos y persecución política contra quienes se opusieron al golpe y Gobierno corrupto de Áñez. Finalmente, el triunfo del MAS con el 55% de los votos deja claro que los responsables de lo sucedido son Áñez y Camacho, que deben ser juzgados y castigados.

En síntesis, ante una derecha que no dudará en seguir conspirando para derrocar al Gobierno y que tiende a radicalizarse, desde el campo popular y la izquierda toca reflexionar, reconducir los errores, coser las heridas que han dado lugar a las fracturas y, entre todos y todas, profundizar en un proceso de verdadera ruptura con las estructuras capitalistas, coloniales y patriarcales que impiden desarrollar un futuro de igualdad y justicia para el pueblo boliviano, articulada con las luchas de los pueblos del continente y del mundo en general.