Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

¿Piratear el clima? Los sami paran el ensayo sobre su cielo

Los sami han parado el primer ensayo en campo abierto de geoingeniería solar. La inyección de aerosoles estratosféricos tiene implicaciones para todo el mundo y no debe avanzarse sin un consenso global pleno sobre su aceptación o total abandono.

Erupción del volcán Soufrière, en la isla caribeña de San Vicente. (Kingsley ROBERTS/AFP)
Erupción del volcán Soufrière, en la isla caribeña de San Vicente. (Kingsley ROBERTS/AFP)

La controvertida idea de hackear el clima fue durante años solo eso, teoría; una historia de ciencia ficción, de investigadores chiflados. Sin embargo, la geoingeniería solar, inyectar partículas reflectantes de larga duración en la atmósfera superior para bloquear la luz y disminuir el calentamiento global, ya no se considera radical. Las sociedades han diseñado sus hábitats de otras formas durante siglos. Por ejemplo, controlaban las crecidas anuales de los ríos con presas y canales. La geoingeniería solar es mucho más elaborada. El proceso más ampliamente discutido consiste en rociar con aerosoles la estratosfera para crear un velo brumoso que reflejaría parte de la radiación del sol y la enviaría de regreso al espacio, enfriando así, efectivamente, el planeta. Todo esto ya es real, y ya tenía lugar y fecha para el primer ensayo fuera de los laboratorios: Kiruna (Suecia), junio de 2021.

Investigadores de la Universidad de Harvard, con la ayuda de la Corporación Espacial Sueca, tenían previsto lanzar globos direccionales con los instrumentos necesarios para estudiar las reacciones químicas en la estratosfera, esa capa fría y tranquila a más de 10 kilómetros de altura. En otras palabras, querían subir hasta allí una manguera y empezar a regar el jardín celeste. Decidieron utilizar carbonato de calcio, básicamente tiza, como partícula para bloquear la luz porque a diferencia de los sulfatos, que pueden provocar la pérdida de ozono, no es particularmente reactivo. Pero, claro, la tiza no existe naturalmente en la estratosfera y todo era incertidumbre en este ensayo; nadie sabía qué reacciones provocaría en la estratosfera y cuáles serían los modelos de su comportamiento.

Lo tenían todo preparado para ese experimento de campo al aire libre. Pero pasaron por alto que el centro de lanzamiento de la Corporación Espacial Sueca de Kiruna, cerca del Círculo Polar Ártico, está en territorio de los sami, el pueblo indígena del Lejano Norte. Ni se les informó ni se les consultó. Nadie habló con ellos. Reunido el Consejo Sami, que defiende los derechos de los pastores de renos, decidieron oponerse no solo al experimento sino a toda premisa de investigación en geoingeniería fuera de un consenso internacional.

Los sami tienen motivos para estar preocupados por lo que pasa sobre sus cabezas. Los vientos del desastre nuclear de Chernóbil de 1986 arrojaron radiación sobre sus aldeas y tierras de pastoreo. Miles de animales tuvieron que ser sacrificados y, décadas después, la carne de reno aún debe someterse a pruebas de radiación. Los sami siempre han tenido una postura activa sobre el clima: por ejemplo, forzaron al segundo fondo de pensiones más grande de Noruega a deshacerse de los combustibles fósiles.

La atmósfera como el Salvaje Oeste

Las protestas y el documento que los sami y sus aliados ecologistas enviaron al Comité Asesor del proyecto resume la contradicción fundamental de la investigación de Harvard y de los experimentos de geoingeniería en general: órganos de gobierno privados que asumen poderes y toman decisiones sobre impactos potenciales tan inmensos que se requiere un control y una responsabilidad democrática. La inyección de aerosol estratosférico, según los sami, «conlleva riesgos de consecuencias catastróficas» y tendría efectos sociopolíticos irreversibles que podrían comprometer los esfuerzos necesarios para lograr sociedades con cero emisiones de carbono. «En otras palabras –argumenta el Consejo Sami–, la geoingeniería proporcionaría una excusa para que intereses poderosos sigan quemando combustibles fósiles que sumarían CO2 atmosférico. Al ofrecer protección contra los riesgos, se reduce el incentivo para eliminarlos».

Bajo la presión de los sami y los grupos ecologistas, la Universidad de Harvard y la Agencia Espacial de Suecia han cancelado la que hubiera sido la primera prueba –y en ese sentido, una prueba histórica– de una tecnología que tiene como objetivo frenar el calentamiento global atenuando la luz solar que llega a la Tierra. Una tecnología que, aunque imite fenómenos naturales como las erupciones volcánicas y su efecto de enfriamiento de las temperaturas globales, tiene unos enormes riesgos potenciales.

Entre ellos, uno que preocupa a los sami y debería ocupar a todos: convertir la atmósfera en un Salvaje Oeste, plagado de iniciativas privadas e independientes, fuera de toda estructura de gobernanza global. Si un país decide anteponer sus propios intereses –digamos que su líder piensa que «nuestro país necesita enfriarse, hagamos un poco de geoingeniería solar por la zona»–, podría tener efectos potencialmente catastróficos en otras partes del mundo.

¿La tecnología más prometedora?

Los investigadores de Harvard no sabían cómo se iba a comportar el carbonato de calcio en la estratosfera. Les interesaba el pistoletazo de salida, la luz verde, empezar con el material más básico, con la tiza, pero ante todo empezar. Sin responder a preguntas básicas. ¿Cómo reaccionará con otros gases y partículas? ¿Cambiará la composición de la estratosfera? ¿Sembrará nubes en la atmósfera inferior que podrían enfriar o calentar el planeta?

Pero para ellos, y sobre todo para los donantes del ensayo, entre los que destaca Bill Gates, una cosa era y sigue siendo clara: una dosis adecuada de geoingeniería puede reducir los riesgos del cambio climático. Aunque sea tratar los síntomas y no la enfermedad: la acumulación de CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera. Defienden que puede y debe considerarse como un enfoque complementario, que es otra forma de abordar el cambio climático. Aunque existan muchas incertidumbres sobre los efectos potenciales de la geoingeniería de aerosoles estratosféricos.

Nos dicen que es una nueva herramienta, la tecnología más prometedora que tenemos en nuestras manos, y que no hay que darle más importancia a la cancelación del ensayo. Que dejar atrás los combustibles fósiles llevará muchas décadas, probablemente más de un siglo. Y que no perdamos de vista la otra cara de la moneda: que es posible que no podamos cambiar nuestro sistema energético a tiempo para abordar los peores impactos del cambio climático. Y además, que se podría pagar redirigiendo algunos esfuerzos y fondos para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero a la geoingeniería.

Tratamiento paliativo, no una cura

La historia está salpicada de ejemplos de inviernos volcánicos que siguieron a erupciones masivas. En 1883 la explosión del Krakatoa provocó cuatro años inusualmente fríos. En 1915 la erupción del monte Tambora provocó un «año sin verano». Más recientemente, la erupción del monte Pinatubo en 1991 provocó un descenso en las temperaturas globales. Llevar azufre a la estratosfera no es el mayor desafío. No es trivial, pero no está más allá de las capacidades tecnológicas existentes. Lo que viene después, los impactos y los desafíos sociopolíticos de hacerlo, ese es el verdadero desafío.

Y es que la geoingeniería solar, un tratamiento paliativo y no una cura, no se puede hacer localmente. Los vientos llevarían los aerosoles de alto vuelo a lo largo de líneas longitudinales y a través de las fronteras nacionales. Mejorar la salud del planeta requiere reducir las emisiones de dióxido de carbono de manera significativa y rápida. De lo contrario todo es inútil, también la geoingeniería. ¿Podría retrasar los efectos del cambio climático lo suficiente como para ganar más tiempo? Si el cambio climático es realmente tan grave, por qué no verlo como una opción potencial. Hay debate. Y discutir esto con los ecologistas no debería ser como hablar de condones en una escuela católica.

Todos y todas tenemos puntos ciegos. Y cometemos errores. Esa es la ruina de las estructuras de gobernanza privada que se vuelven cada vez más poderosas. Hacen falta marcos inclusivos de responsabilidad y control democrático para obtener la más amplia gama de conocimientos y percepciones, reflejar los intereses de todas y todos y evitar trampas. Los sami, hablando con la autoridad de los indígenas, han traído una voz crucial a la mesa de un debate urgente.

Un problema de adicción

Las ideas de geoingeniería tienen muchas formas. Existen las llamadas tecnologías de emisiones negativas, que absorben dióxido de carbono del aire. Y luego están las de geoingeniería solar, que apuestan por reducir el calor que recibe la Tierra. La idea más extendida consiste en conseguir una tecnología para sembrar nubes reflectantes, inspirándose en los volcanes, que pueden arrojar aerosoles de sulfato a la estratosfera y enfriar apreciablemente el planeta. Pero durante mucho tiempo la investigación en geoingeniería solar ha sido tabú. Daba miedo. Podía ser realizada unilateralmente por grupos o estados, con fines malvados. Sus efectos eran desconocidos. Y siguen siéndolo. ¿Influye en el crecimiento de las plantas? ¿En los patrones de lluvia, por ejemplo? Y con todo, lo más preocupante quizá no sea eso, sino el problema de la adicción que podría causar, convirtiéndonos en yonquis que solo saben vivir inyectando más y más partículas para bloquear el calentamiento, sin abordar las causas, el problema de raíz: el aumento de las emisiones.