Verdes, de primera fuerza a futuro socio minoritario, y blanco neonazi

Parecía que los Verdes podrían convertirse en primera fuerza política y liderar el futuro Gobierno de Alemania en coalición. Una semana antes de las elecciones los sondeos los sitúan reflejan una bajada y los sitúan en tercer lugar con tres opciones de gobernar. La caída se debe a errores propios.

Annelena Baerbock, en un acto electoral en Berlín. (Odd ANDERSEN / AFP)
Annelena Baerbock, en un acto electoral en Berlín. (Odd ANDERSEN / AFP)

No es fácil ser política o simpatizante de los Verdes estos días después de haberse convertido en blanco de los nazis. «Colgad –o ahorcad– a los Verdes», se lee en el cartel que el minúsculo partido hitleriano «Der III. Weg» (La Tercera Vía) ha colgado en Zwickau. El mensaje parece incitar al odio, si no al «asesinato», pero el Tribunal de lo Contencioso no lo ve así. En defensa de la libertad de expresión en plena campaña electoral, no autoriza la retirada de los carteles. Decreta, en cambio, que se respete una distancia de 100 metros respecto a los pósteres de los ecologistas.

El caso es la punta del iceberg. A mediados de agosto unos desconocidos alquilaron espacio publicitario en las mayores ciudades para su campaña cuyo lema era, en alemán, de #EstiércolVerde. Sobre un fondo verde, se acusaba el partido de la «destrucción del bienestar», del «terror climático» y del «socialismo eco[logista]».

Aún se desconoce quién está detrás de la campaña difamatoria lanzada a través de los espacios publicitarios Ströer. El jueves pasado, la firma anunciaba que suspende la campaña electoral de todos los partidos. La decisión se produce cuando varios medios de comunicación, entre ellos el semanario “Der Spiegel”, revelan que en los comicios de 2017 donantes anónimos financiaron una campaña similar por valor de 3 millones de euros. La investigación periodística la relaciona directamente con la xenófoba Alternativa para Alemania (AfD).

Los dos casos muestran que hay quien tiene mucho miedo al partido ecologista, que ya desde hace varios años se ha convertido en el blanco de la polifacética Nueva Derecha que va desde la AfD hasta el neonazismo violento, pasando por movimientos xenófobos como Pegida y negacionistas como Querdenker.

Desde que entraron por primera vez en el Bundestag en 1983, los Verdes han servido para romper estructuras viejas y abrir nuevos espacios. En el siglo XX empujaron el ecologismo, creando nuevos mercados y hábitos de consumo. A partir de 1998, reformados y en coalición con el SPD, hicieron posible que se militarizara la política exterior alemana atacando a Serbia (1999) e interviniendo en Afganistán (2001). Ahora, cuando se acaba la era del petróleo, hace falta abrir hueco a nuevas tecnologías que ayuden a salvar el clima.

En abril parecía que los Verdes liderarían el proceso cuando las encuestas les daban más del 23% en intención de voto. Que ésta haya caído al 17% se debe en primer lugar a los errores cometidos por su candidata a canciller, Annalena Baerbock, y sus asesores.

Ganó puntos porque los Verdes eligieron a su copresidenta y no a su compañero en el cargo, Robert Habeck, sin bronca alguna. Así, Baerbock se distinguió del presidente de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), Armin Laschet, que tuvo que pelear duro hasta imponer a sus rivales internos por suceder a la canciller, Angela Merkel.

Hay quien tiene mucho miedo al partido ecologista, que desde hace varios años se ha convertido en el blanco de la
Nueva Derecha, que va desde la AfD hasta el neonazismo
violento, pasando por movimientos xenófobos y negacionistas.

Entonces parecía que Baerbock podría ser en Alemania el nuevo tipo de jefa de Gobierno que existe en los países nórdicos: mujer, de 40 años, madre de dos hijas, sin experiencia en el Ejecutivo nacional o regional, libre de escándalos... Pero estos últimos no tardaron en aflorar. Primero, los cobros extras que no había declarado al Parlamento Federal. Luego, el inflado curriculum vitae. Como colofón, un centenar de plagios en el libro con el que quiso promocionar su política y a sí misma. Todo ello multiplicado por el equis negativo de ser mujer, mientras los medios silenciaban los escándalos de Laschet y del socialdemócrata Olaf Scholz. En poco tiempo, Baerbock perdió lo más valioso que posee cualquier persona: su credibilidad. Ahora es una política más que, como los otros, ha de terminar la campaña electoral como sea.

Los Verdes irrumpieron en campaña con un monotema en el que la mayoría de los encuestados les consideran competentes: la cuestión climática. Después de las catastróficas inundaciones en el oeste alemán, en julio, Baerbock podría haber explotado mejor lo sucedido si no hubiera habido 163 muertos y si su ministro regional de Medio Ambiente de Renania del Palatinado hubiera actuado de forma más coherente porque sabía con tiempo que se avecinaba una catástrofe.

Lo que Baerbock y su equipo no han interiorizado aún es que han de comunicarse con aquellos –obreros y personas sin trabajo y sin estudios superiores– que se sienten amenazados por su política. Su electorado habitual, académicos, autónomos y funcionarios que viven en las grandes ciudades y que ganan bien, entiende lo que quiere decir  Baerbock con «Cada prohibición es un impulso a la innovación». Pero el resto ve que se va afirmado el cliché de que los Verdes son «el partido de las prohibiciones». Baerbock pronunció la palabra vetada «prohibición» en TV y los demás partidos utilizan gustosamente la cita en su contra.

Los actuales sondeos dan a los ecologistas la opción de entrar como segunda fuerza en un tripartito en el que el SPD o la CDU serían mayoría pero dependiendo del minoritario Partido Liberal Democrático (FDP). Otra variante sería gobernar en minoría con el SPD o la CDU, algo insólito a nivel nacional.