Santiago Carbone (Efe)

La Cárcel del Pueblo, un sótano con historias de guerrilla y dictadura en Uruguay

Pequeña, oscura y escondida en el sótano de una residencia ubicada en el centro de Montevideo, la Cárcel del Pueblo encierra cientos de historias escritas en épocas de guerrilla y de dictadura.

Entrada del inmueble en el que se encuentra la Cárcel del Pueblo.
Entrada del inmueble en el que se encuentra la Cárcel del Pueblo. (SITIOS DE MEMORIA URUGUAY)

Un sótano con historias de guerrilla y dictadura es lo que encierra la Cárcel del Pueblo de Uruguay. Probablemente, quien camina por la calle Juan Paullier, en Cordón, un barrio de moda en Montevideo, no imagina que en esa casa de enormes ventanas de madera hubo dos personas secuestradas durante un año por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.

Tampoco que, detrás de esa fachada hoy marcada por varios graffiti dibujados sobre la pared gris y el portón de madera, existiría después un centro clandestino de detención durante la dictadura cívico-militar que vivió el país sudamericano entre 1973 y 1985.

Ahora, la vivienda, propiedad del Ministerio de Defensa, se abre al público para recuperar la memoria de aquellos días.

De casa común a sótano

«Era una casa común y corriente, no tenía nada llamativo. La familia que vivía en la casa tampoco despertaba la atención de nadie». Así la describe durante una entrevista el periodista Mauricio Almada, autor del libro ‘La Última Cárcel del Pueblo’.

Quien entra en el lugar puede apreciar la enorme claraboya que esta propiedad tiene en el techo, así como también un pequeño patio trasero con parrillero. Dentro hay pocos muebles. Desde el garaje, por medio de una escalera se accede a la Cárcel del Pueblo, a la que solo podía bajarse antes por una cámara séptica.

Allí, la guerrilla tupamara mantuvo en cautiverio durante un año al exministro de Ganadería y Agricultura Carlos Frick Davie y al exdiputado por el centroderechista Partido Colorado Ulysses Pereira Reverbel, quienes constantemente eran custodiados por cuatro personas.

«La vida ahí adentro era casi igual para los rehenes que para los carceleros, porque prácticamente compartían todo», cuenta Almada, pues el lugar que habitaban unos y otros eran contiguos.

Agrega que los alimentos los recibían desde arriba dos veces por día, que comían lo mismo que la familia que habitaba la residencia y que cada uno de los carceleros debía conversar media hora al día con los detenidos.

Estos últimos ocupaban cada uno una pequeña celda en la que aún se conservan sus camas. Enfrente, una bañera ubicada cerca del retrete servía para asearse.

Esos son algunos detalles que ahora pueden apreciarse. Además, siguen como mudos testigos un cartel colgado, el sistema de ventilación o un viejo tablero de luces utilizado como sistema de comunicación.

«Había una luz roja y una luz verde. Mientras estaba prendida la luz verde, la vida abajo transcurría con normalidad. Si desde arriba prendían la luz roja, tenía que detenerse todo movimiento porque algo grave estaba pasando», puntualiza Almada.

Así vivieron Frick Davie y Pereira Reverbel hasta el 27 de mayo de 1972, día en que las Fuerzas Conjuntas, tras obtener información sobre la Cárcel del Pueblo, entraron en el lugar. Almada subraya que los carceleros tenían la orden de ejecutar a los rehenes si esa prisión era descubierta; pero decidieron no hacerlo.

También destaca que dentro había comenzado a construirse un túnel para conectar la cárcel con las cloacas. La salida de ese pasadizo puede apreciarse allí dentro, al igual que algunas bolsas con la tierra que se extrajo.

La caída de la Cárcel del Pueblo fue uno de los últimos golpes de las Fuerzas Conjuntas a los tupamaros, movimiento que, mediante diferentes operativos, desarrolló una guerrilla urbana en la década de los 60 y hasta los primeros 70, pero que, al inicio de la dictadura, ya tenía a toda su cúpula encarcelada.

Entre sus dirigentes, estaba José Mujica, quien, con el tiempo, llegó a ser presidente de Uruguay entre 2010 y 2015.

Centro clandestino de detención

Con la llegada del régimen cívico-militar, la Cárcel del Pueblo se convirtió en centro clandestino de detención. «Es de esas historias que suceden mucho en América Latina, de lugares donde el que derrota se apropia de lo del derrotado y lo utiliza como símbolo de su poderío», indica el historiador Gabriel Quirici.

Añade que «al centro de detenciones clandestinas se llevó a militantes sociales de todo tipo aplicando el terrorismo de Estado. Hay una profundización de la historia de violencia política en un sentido de agravamiento que es muy triste para la historia del país».

Por otro lado, Quirici resalta como «importante» que ahora este sitio, que estuvo cerrado muchos años, se abra para que la ciudadanía pueda visitarlo.

No obstante, concluye que esto debe tener «un criterio pedagógico» para «entender por qué en Uruguay ocurrieron estas cosas», que un grupo de personas «secuestraban gente por una lucha social que ellos consideraban valiosa» y que ese lugar, posteriormente, «se convirtió en un sitio peor, de torturas y violaciones».