Otra vuelta de tuerca al fútbol como negocio

Doce equipos de fútbol europeos anunciaron ayer la creación de una nueva competición semi-cerrada que han bautizado como la Superliga. Impulsan este proyecto seis clubes ingleses, tres italianos, dos españoles y uno catalán, que esperan la entrada de otros tres más. Detrás de esta nueva competición están Florentino Pérez, del Real Madrid, y Andrea Agnelli, de la Juventus, así como el banco JPMorgan. La FIFA, la UEFA, las federaciones y las ligas incumbidas mostraron su firme oposición a este proyecto elitista, aunque quizás deberían repasar sus propias decisiones, ya que abrieron el fútbol al dinero sin antes crear un sistema de reparto más o menos equitativo.

El enfado de los aficionados fue generalizado, aunque hay quien entrevió una oportunidad para que el resto de competiciones vuelvan a ser más equilibradas. De lo que no cabe duda, en cualquier caso, es de que esta semilla hace tiempo que estaba sembrada.

El formato de la nueva competición se parece al que ya rige en la actual Euroliga de baloncesto y sigue la estela de las competiciones más poderosas, la NBA y la NFL, que son corporaciones totalmente privadas. Todas responden a la lógica del oligopolio que domina tanto la economía como el deporte. Tras el discurso de la «sana» competencia, se esconden sistemas de asignación de recursos terriblemente desiguales que hacen mucho más poderosos a los clubes más fuertes. Esos sistemas duran hasta que los grandes deciden soltar lastre y optimizar esa fuerza mediante nuevas reglas que marginan a la mayoría, en beneficio de esa minoría poderosa, que acapara una parte todavía mayor del pastel. Hace ya mucho tiempo que los clubes de fútbol se convirtieron en empresas que piensan, sobre todo, en cómo aumentar los beneficios. Para sus directivos, los colores, la historia y la pasión movilizan y exaltan a los aficionados, pero apenas son una parte más de la marca de un negocio que se gestiona para ganar dinero.

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