Beñat Zaldua
Barcelona

Una guerra es una guerra, con sus víctimas y sus intereses

Pese a los esfuerzos del Estado francés por presentar la intervención en Azawad como una operación limpia para liberar a la población de la ocupación yihadista, los intereses estratégicos franceses en la zona y las víctimas de la actuación conjunta entre los ejércitos de franco-africanos resultan demasiado evidentes.

Los presidentes francés y maliense, François Hollande y Dioncounda Traore, respectivamente, en Bamako. (Eric FEFERBERG/AFP)
Los presidentes francés y maliense, François Hollande y Dioncounda Traore, respectivamente, en Bamako. (Eric FEFERBERG/AFP)

Francois Hollande ha basado la intervención militar francesa en Azawad en dos premisas: será una operación rápida y limpia, y el objetivo es, únicamente, ganar la batalla a los diferentes grupos yihadistas, simplificados con la etiqueta de «terroristas». A la luz de los hechos, sin embargo, ambas premisas resultan falsas.

Sobre el loable y desinteresado objetivo de liberar a la población de Azawad del yugo de los grupos yihadistas, resulta difícil olvidar la condición de antigua potencia colonial del Estado francés en toda la región, así como la influencia y los intereses que mantiene en los estados descolonizados con escuadra y cartabón, resumido en el control que ejerce París sobre el franco CFA, la moneda común de ocho países de África Occidental y otros seis de África Central.

El interés del Estado francés en Mali pasa, por ejemplo, por la protección de los cerca de 6.000 residentes franceses, que controlan buena parte de la riqueza minera del país, de su limitada industria y de su exiguo comercio internacional. Y es que los países del Sahel, como otros tantos, son países pobres –Mali ocupa el lugar 157 de un total de 187 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU–, con una gran riqueza bajo su subsuelo.

El uranio y el oro son dos de los principales recursos minerales del Sahel, junto con los yacimientos de gas y petróleo. No es casualidad que el norte de Níger –al que una frontera artificial en pleno desierto separa de Azawad– contenga importantes yacimientos de uranio, de los que la todopoderosa empresa francesa Areva extrae el 40% del uranio que utilizan las centrales nucleares francesas, en las que se produce el 87% de la electricidad consumida en el Estado galo. Estos yacimientos estarían en peligro por el control yihadista del Azawad, como lo demuestran los secuestros de varios ciudadanos franceses en el norte del Níger.

En último lugar, no cabe descartar nunca la guerra exterior como elemento de agitación patriótico para suavizar las tensiones internas, en un momento de grave crisis económica y recortes también en el Estado francés, que ve cómo su peso internacional decae por momentos.

Y por supuesto, las víctimas

La segunda premisa, que explica la operación militar como una intervención quirúrgica, también ha sido rápidamente desmentida por los testimonios presentes en Azawad. A los duros relatos que explican la represión yihadista sobre la población local –con amputaciones de miembros y reclutamiento de niños soldado incluidos– se suman ahora las víctimas de los bombardeos aéreos y las venganzas que el Ejército de Mali se está cobrando en las ciudades controladas hasta ahora por los grupos islamistas.

En una reciente visita de 10 días a la zona, una delegación de Amnistía Internacional recopiló información sobre la muerte de cinco civiles –entre ellos tres menores– en el bombardeo aéreo de Konna –a cargo del Ejército francés–, así como detalles sobre ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas en varias poblaciones liberadas por el Ejército maliense con la ayuda aérea francesa.

Es difícil que las cifras den cuenta de la dimensión humana de los sucesos, pero hay algunas que pueden ayudar: según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), a lo largo de 2012 se contabilizaron 144.500 refugiados que huyeron de Mali –no se contabilizan los refugiados internos–. Actualmente, este organismo trabaja con una previsión que contempla 700.000 desplazamientos forzados desde Mali y a los países vecinos.