Koldo LANDALUZE
Donostia

«Toruk», cuando la tecnología engulló a la acrobacia

De decepcionante se prodría tildar un espectáculo que ha apostado por dar protagonismo a la espectacularidad de los efectos visuales y sonoros en detrimento del espíritu circense y acrobático que un día abanderó Cirque du Soleil.

Tomando como referencia el imaginario fílmico de "Avatar" –que volverá a asomar en las secuelas que se estrenarán en breve–, la célebre empresa circense afincada en Canadá plantea al espectador una especie de precuela del filme de James Cameron, un viaje visual excesivamente deudor del original cinematográfico.

Visto lo presenciado en el Navarra Arena, pongo en duda que Cirque du Soleil se haya empleado a fondo en la máxima que, desde tiempo inmemorial, abandera el mundo del circo ya que el «más difícil todavía» en momento alguno asoma a la pista central que recrea el planeta Pandora.

Respaldado por un pasado repleto de imaginación, sonido, color y espectáculo, Cirque Du Soleil se ha escudado en una abracadabrante puesta en escena que eclipsa por completo los números –escasos– de acrobacia que lejos de tener un protagonismo esencial, asumen un rol muy secundario en beneficio de una trama muy pobremente desarrollada y vista en infinidad de ocasiones. En este sentido, a los responsables de "Toruk" habría que recordales que una cosa es el discuro cinematográfico y otra bien diferente el discurso escénico porque, más que un espectáculo de circo, lo que se revela en "Toruk" es una pieza tetral que aspira a ser fílmica debido al excesivo peso protagónico que recae sobre las proyecciones animadas; un envoltorio muy efectivo y planteado en torno a las espectaculares proyecciones sobre la base y el fondo de la pista que tienen como misión escenificar la magia y la fisonomía cambiante del planeta Pandora.

Dividida en dos partes, esta propuesta arranca con un notable prólogo acompasado por el ritmo de unos tambores que retan las leyes de la gravedad y la presencia y voz de un narrador. A partir de este momento, los espectadores son invitados a ser partícipes de un rito de iniciación en el poblado Na'vi, primera escala de un viaje que se torna en iniciático para sus protagonistas y cuyo destino es la captura de una mítica y temible criatura alada, Toruk.

¿Poesía visual o efectividad tecnológica?

A lo largo de esta ruta, el escenario se transforma ante nuestros ojos y se reconvierte en diferentes espacios alterados por luces, música y efectos visuales. Visualmente poderosa, la obra nos ofrece pasajes mágicos como la del río transitado por una barcaza o las olas que chocan contra los acantilados. Por contra, y en lo relativo a las acrobacias, estas cuentan con mayor peso específico en la primera parte y tienen en el número que se ejecuta sobre el esquelo de una otrora bestia alada uno de sus mejores momentos. Es una lástima que a veces se albergue la impresión de que el escenario engulla a los acróbatas y que se desaprovechen opciones tan atractivas como la que aportaba la escena del puente de lianas.

Tras el descanso las espectativas de disfrutar con una "traca final" en la segunda parte del espectáculo jamás se producen y el interés se concentra en la presencia de la criatura y los intentos de los Na'vi para que su ancestral árbol sea pasto de las llamas. Todo ello solventado por una bella marioneta alada, una banda sonora que por momentos apabulla y unos acróbatas cuyo dramatismo tan solo se transmite mediante carreras y se intuye en rostros cuyo gesto resultaba muy díficil de visualizar desde las gradas altas del Navarra Arena.

Teniendo presente las ofertas anteriores de Cirque du Soleil, es una lástima que en esta oportunidad hayan delegado en la espectacularidad de la tecnológica todo el interés de una obra rácana de magia, sorpresa y espíritu circense.