Dabid Lazkanoiturburu

El ciclo de matanzas étnicas amenaza la misma existencia de Mali como Estado

La matanza de más de un centenar de personas en el marco de una sucesión macabra de masacres y venganzas entre los dos principales grupos étnicos del centro de Mali está poniendo en riesgo la existencia de Mali como Estado. Un Estado que no ha dudado en suplir su ausencia apoyando a uno de los bandos en la guerra sectaria, lo que ha sido aprovechado por los movimientos yihadistas para atizar el malestar del otro bando.

 Vista aérea de un campo de desplazados en el centro de Mali. (Michele CATTANI/AFP)
Vista aérea de un campo de desplazados en el centro de Mali. (Michele CATTANI/AFP)

Un grupo armado formado por miembros de la etnia peul (también conocida como fulani) se presentó en la madrugada del lunes en el poblado dogon de Somabe Da (región de Mopti, en el centro del país) y lo arrasó completamente, quemando a la mayoría de sus habitantes en el interior de sus viviendas.

El ataque, que se saldó con al menos 95 personas muertas y 19 desaparecidas –solo medio centenar de vecinos aparecieron en el recuento de supervivientes–, habría sido obra de peals (de religión musulmana) armados llegados del vecino distrito de Bankass. Y todo apunta a que fue en venganza por una matanza similar el pasado 23 de marzo en la misma región de Mopti, cuando una milicia formada por cazadores «donzo», de etnia dogon (animistas cristianos), masacró fríamente a 160 pobladores peuls de la aldea de Ogossagou.

Los dogon, históricamente agricultores (y cazadores) han vivido siempre en las planicies y en los acantilados de Bandiagara, en el centro de Mali. Los peul, tradicionalmente pastores trashumantes, tienen su origen en las tierras áridas del delta del río Níger y están presentes en varios países vecinos. Ambos grupos humanos han coexistido históricamente, no sin fricciones, pero en un ecosistema local que les hacía interdependientes.

Tras una historia jalonada de crisis, y un período de relativa paz tras la independencia de Mali y su configuración como joven Estado, las sequías de los años setenta y ochenta acentuarán la lucha por la tierra y sus recursos entre ambos grupos étnicos. La cuestión religiosa (los peul son, como los tuareg del norte, musulmanes, y liderarán durante siglos la progresiva islamización de vastas zonas del país) se superpone y la prioridad que los sucesivos gobiernos de Bamako otorgan a la producción agrícola los condena a la subordinación frente a los dogon.

El golpe militar de 2012 y el incremento de la inestabilidad política tras el desfondamiento del Estado acaba con un período de relativa coexistencia y provocará un efecto multiplicador de los esporádicos enfrentamientos entre dogones y peuls.

Los sucesivos grupos yihadistas que se van instalando y superponiendo en capas en el Sahel aprovechan el caos, el odio y el resentimiento por las exacciones del Ejército maliense, reclutando entre los jóvenes peul. A Mujao le seguirá el Frente de Liberación de Macina, liderado por un peul, Amadou Koufa, quien no dudará en integrar su movimiento en la red yihadista que amenaza al conjunto de los países de la región del Sahel.

Milicia paramilitar

Injustamente criminalizados y tachados genéricamente de «terroristas» por el Estado, los peul, históricamente discriminados, se convierten en objetivo y el Ejército no duda en apoyar la creación de milicias de choque para que suplan su ausencia en vastas zonas del país. En ese contexto se crea en 2016 la milicia dogon Dan Na Ambassagou («Los cazadores se confían a Dios») que, desde una perspectiva de limpieza étnica, reivindica un Estado dogón étnicamente puro y la expulsión de los «terroristas» peul.

Los pogromos y exacciones de esta milicia que cuenta con la complicidad del Ejército y que no ha sido disuelta pese a que Bamako lo prometió tras la masacre de marzo, los ataques yihadistas y las reacciones en venganza de la minoría peul conforman un triángulo terrorífico que ha tenido un nuevo capítulo en la matanza del lunes.

Y ante ella, el presidente de Mali, Ibrahim Boubacar Keïtta, ha advertido hoy desde Suiza, donde participa en los actos del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que este ciclo infernal amenaza la existencia misma del país. De un Estado que, incapaz de hacer frente a las sucesivas ofensivas yihadistas y a las exigencias de derechos políticos por parte de los tuareg, no ha dudado en suplir su debilidad armando a un grupo étnico (dogon) y criminalizando a otro (peul) y provocando una espiral que le vuelve ahora como un boomerang.