Víctor Esquirol

La (mala) educación de la violinista

[Crítica: ‘The Audition’]

Victor Esquirol
Victor Esquirol

Un chaval está trasteando con un hormiguero que acaba de encontrar en el jardín de la casa de su abuelo. Como se aburre y no sabe dónde poner su creatividad, decide emplear esta en menesteres destructivos. Así que agarra con fuerza un palo, y con aire algo desconcentrado, va clavando letales estocadas en ese agujero del suelo. A los pocos segundos, cunde el pánico en la comunidad de insectos, armándose un follón en el patio que el jefe de la morada no está dispuesto a tolerar.

De modo que sin pedir permiso a nadie (ni tan siquiera a la víctima que tiene en mente), agarra el brazo de su amado nieto, y a la fuerza lo hunde en el hormiguero medio demolido. El pobre niño grita e intenta zafarse del apresamiento del anciano, pero es en vano. A todo esto (y este era precisamente el objetivo), los antes despavoridos bichos se cobran su particular venganza, clavando sus potentes pinzas en la jugosa carne del pequeño diablillo. Ha sido desagradable para todo el mundo, ciertamente, pero al final de dicha escena, se ha impuesto en el ambiente cierto sentido de justicia divina.

Ha habido un crimen y este ha sido pertinentemente castigado. La acción del principio se ha encontrado con la reacción que tanto se merecía, y así, el joven individuo que lo ha motivado todo, podrá regresar a los brazos de su madre con una lección aprendida. Lo llaman educación, uno de los temas centrales de ‘The Audition’, nueva película como directora de Ina Weisse, y con Nina Hoss reivindicándose de nuevo como la actriz seguramente más valiosa de la que ahora mismo disponga la cinematografía alemana.

Ella es claramente el centro gravitacional alrededor del cual navega una cámara siempre en busca de aquello que esconde la epidermis de las imágenes captadas. La historia, para entendernos, podría leerse en clave de Cara B de ‘Whiplash’, aquella brutalidad firmada por Damien Chazelle, en la que el aprendiz a virtuoso de la batería Miles Teller era bestialmente moldeado por el tiránico látigo del maestro J.K. Simmons. En efecto, ahora el protagonista indiscutible es el encargado de cargar la presión, y no tanto el que se la come.

Anna enseña a las nuevas generaciones el arte de tocar el violín en una escuela de música de Berlín, y después de unas pruebas tomadas a una serie de aspirantes, decide ir en contra de la intuición de sus colegas de profesión, y tomar bajo su tutela a un adolescente en el que ella (y solo ella) ve potencial. Llegan ecos, a todo esto, de ‘La profesora de parvulario’ (tanto de la original de Nadav Lapid como de su remake americano dirigido por Sara Colangelo), y sí, hay algo delator en esta atrevida decisión.

Resulta que la mujer arrastra, allá donde va, un malcontento que, sin quererlo ella (o sí, a saber) se transmite a todos los seres que tienen la mala suerte de estar a su alrededor. Ina Weisse deja constancia de ello en prácticamente cada escena, incluso en aquellas que parece que se estén entregando al insustancial alivio de la anécdota. Por ejemplo, Anna y su marido van a un restaurante, y ella no se decide con absolutamente nada. Ni con qué va a comer, ni con qué va a beber... ni siquiera con dónde va a sentarse.

En caliente, la secuencia tiene su gracia, pero ya en frío, no deja de evidenciar que aquí hay algo que huele a podrido. Pensemos ahora en ‘La pianista’, de Michael Haneke, o sea, en aquella herida mal escondida detrás de la apariencia de perfección. Así, los lazos que unen a madres e hijos se rigen por mecánicas más propias de las que rigen las relaciones entre profesores y alumnos, y claro, todo se pervierte. La pulcritud en la puesta en escena con la que abre ‘The Audition’ se va deteriorando, poco a poco, hasta alcanzar un clímax en el que ya no pueden mantenerse las apariencias ni un segundo más.

Ahí, la película se pasa de frenada, pero aun así, consigue que sus tesis (hasta ese momento, muy bien cocinadas y expuestas) permanezcan en la (mala) conciencia del espectador. La mirada de Nina Hoss, siempre penetrante, se le gira en contra, amenazando con una auto-destrucción que, a fin de cuentas, podría reafirmar al mismísimo Chazelle en la defensa de sus –tóxicos– postulados. La educación convertida en un canal transmisor de los peores residuos de la experiencia vital. Las frustraciones de los adultos vistas como los agobios que tendrán que sufrir los jóvenes. Suena a puro veneno, y asimismo se comporta la partitura.