Dabid Lazkanoiturburu

La conferencia de Berlín no ahoga los tambores de guerra en Libia

La decisión del mariscal Haftar de bloquear la exportación del petróleo bajo su control invita a observar con escepticismo los resultados de la conferencia internacional de Berlín. Las discrepancias entre las distintas potencias, que apoyan a uno u otro bando según sus intereses, condenan al pesimismo en torno a un conflicto en el que los propios libios no cuentan.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)
Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

El acuerdo anunciado por la conferencia internacional sobre Libia celebrada el domingo en Berlín ofrece, sobre el papel, un marco al plan para alejar la guerra del país norteafricano y una propuesta para negociar un gobierno de unidad que acabe con la pugna de los dos ejecutivos opuestos amparados en la miríada de milicias y tribus que mandan en el país tras el fracaso de la transición que siguió al derrocamiento de Muamar Gadafi, y el consiguiente hundimiento de Libia a la condición de Estado fallido.

Sobre el papel, porque las propias circunstancias que han rodeado a esta iniciativa diplomática y la inercia de un conflicto que, ya hace años, obedece a consignas y a decisiones externas más que a cuestiones internas invitan, precisamente, a observar con escepticismo, cuando no con total pesimismo, las posibilidades de una resolución pacífica del conflicto.

Si la negativa de uno de los dos bandos en guerra, el liderado por el mariscal Jalifa Haftar, a rubricar la semana pasada en Moscú el alto el fuego impulsado por su aliado ruso era un presagio de esas dificultades, la decisión del propio Haftar de bloquear las exportación de petróleo en los campos bajo su control el día anterior a la reunión en la capital alemana evidencia la fragilidad del alto el fuego, que las escaramuzas prácticamente diarias en el frente sur de Trípoli se encargan además de desmentir.

La Compañía Nacional de Petróleo (NOC) libia declaró el sábado el estado de fuerza mayor después de que las fuerzas del mariscal bloquearan las exportaciones de petróleo en los puertos de Brega, Hariga, Ras Lanuf, Sidra y Zueitina, lo que supone la pérdida del 60% de la producción diaria (en cifras 800.000 barriles de crudo y 55 millones de dólares diarios). Para una economía, no se olvide, que depende prácticamente al 100% del petróleo.

Haftar, quien reclama exportar directamente el petróleo bajo su control en el este del país, se sintió suficientemente fuerte como para desairar al presidente ruso, Vladimir Putin, quien, junto a Turquía, convocó a ambas partes a una cumbre previa en Moscú.

En espera de la reacción a semejante desplante del Kremlin, que apoya con mercenarios y armas al mariscal, este cuenta con importantes apoyos militares, de los Emiratos Árabes Unidos y de Egipto, sin olvidar a las temidas milicias Janjawid sudanesas; y políticos (Arabia Saudí y Francia). 

Los analistas coinciden en que el conflicto libio cuenta con una asimetría significativa en favor de las fuerzas de Haftar, sobre todo después de que desde el inicio de su ofensiva contra Trípoli en abril de 2019 recibiera cobertura aérea emiratí en forma de drones y de bombarderos tripulados y, ya desde setiembre, apoyo terrestre ruso con el envío de mercenarios, asesores, francotiradores y oficiales de artillería.

Esa superioridad frente al enemigo explica, en parte, éxitos militares como la reciente conquista de Sirte. En parte, porque la toma bajo control de la ciudad de la que era oriundo el propio Gadafi se explica también por otros factores.

De un lado, el mariscal Haftar forjó una alianza con los antiguos partidarios de Gadafi, que controlan de facto la ciudad. De otro, logró que una milicia salafista (majdalí) compuesta preferentemente por milicianos de la tribu a la que pertenece, los Firjan, desertara y se uniera a sus fuerzas, permitiéndole entrar en Sirte sin pegar prácticamente un solo tiro.

En este sentido, en el bando de Haftar se da una singular, pero no novedosa, mezcla de figuras del antiguo régimen junto con milicias salafistas majdalíes (una rama de esta corriente ultra-rigorista que debe su nombre al sheick saudí Rabee al-Madjali).

Esta colusión se hizo patente cuando el Estado Islámico (ISIS) tomó en 2014 el control de Sirte y la convirtió en la tercera capital del califato de Abu Bakr al-Bagdadi. Las milicias de Misrata, significadas en la revuelta que derrocó a Gadafi, expulsaron al ISIS de la ciudad en 2016 pero desde entonces eran consideradas una fuerza de ocupación por sus habitantes.

Al hilo de esto, sorprende que la Francia de Macron justifique, siquiera soto voce, su inicial apoyo militar (tres agentes de los servicios secretos galos murieron en el ataque a un helicóptero en la ciudad oriental de Bengasi en 2016) y hoy apoyo político a Haftar al presentarle como un bastión contra el islamismo y el yihadismo en una región que considera clave para la estabilidad no solo del Magreb sino también del convulso Sahel.

Cuando la realidad es que las fuerzas de Haftar cuentan entre sus filas con muchas más fuerzas islamistas y salafistas, en contraste con las milicias de Misrata, Zawiya o la propia Trípoli, que apoyan a sus rivales del Gobierno de su rival Fayez al-Sarraj (GNA). Estas milicias tienen un carácter local (Misrata es un viejo puerto otomano y en Zawiya e incluso en Trípoli la población es mayoritariamente bereber) y reivindican su legitimidad en el papel que tuvieron en la que llaman «revolución» contra Gadafi.

Estas milicias son el principal sostén de un GNA que cuenta con el apoyo político, y ahora militar, de Turquía, y con el sostén financiero de Qatar. Ankara provee desde mayo con drones de combate a Trípoli y ha enviado desde entonces mercenarios sirios, que se nutren de los restos del rebelde Ejército Sirio Libre. A principios de año, anunció oficialmente el envío de soldados turcos a Libia, lo que ha acelerado las iniciativas diplomáticas en torno al conflicto.

Pero ni Turquía es el único ni el primer país que participa en esta crisis. Junto a las ya mentadas satrapías del Golfo y a potencias como Rusia y Francia, más de una veintena de países están involucrados de una manera o de otra en el drama libio. Y todos y cada uno responden a su propia agenda e intereses.

En este sentido, resulta sorprendente que uno de los acuerdos anunciados por la UE en la conferencia de Berlín sea el de relanzar su operación naval Sophia en el Mediterráneo con el objetivo de controlar el embargo de armas con destino a Libia. Cuando ese ha sido uno de los mandatos desde el inicio del operativo.

Y es que no está nada claro que los distintos países involucrados vayan a respetar ahora el embargo. Menos cuando en el seno de la propia UE no hay una posición común y Francia apoya a Haftar mientras la vieja metrópoli de Italia defiende al GNA.

La conferencia internacional de Berlín concluyó con el compromiso de que ambos bandos conformen una comisión militar mixta para definir sobre el terreno los mecanismos para la puesta en marcha del frágil alto el fuego. Asimismo, ha diseñado un plan para la puesta en marcha, a finales de enero en Ginebra, de un Consejo presidencial y de un gobierno unificado con el objetivo de poner fin a las luchas entre distintos parlamentos y ejecutivos y preparar elecciones.

Para ello los Parlamentos rivales de Trípoli y de Tobruk (este) deberán designar a sus representantes en la mesa negociadora, a lo que se sumarán personalidades de la sociedad civil.

Con todo, mal llegarán los libios a un acuerdo cuando el Consejo de Seguridad de la ONU ha sido incapaz en nueve meses –por el veto ruso y chino– de consensuar una posición contra la ofensiva de Haftar.

Muchos son los intereses que se superponen al futuro de Libia y de sus habitantes. Rusia busca consolidar su posición de preeminencia en el Gran Oriente Medio y, de paso, asegurarse un mercado para sus arsenales y su trigo. Turquía ha entrado de lleno porque temía perder el acceso al país, donde las empresas turcas están muy presentes, y quiere apuntalar a la vez sus intereses en la explotación de los yacimientos gaseros en el Mediterráneo Oriental. La multinacional energética italiana ENI es la primera operadora del país norteafricano, seguida de cerca por la francesa Total....

No es pues extraño que un analista libio afirmara que el objetivo de la conferencia internacional no era «reconciliar a los libios, sino a las potencias extranjeras en Libia entre sí».