Asier VERA SANTAMARÍA

El coronavirus y las medidas populistas paliativas destapan la pobreza rampante en Guatemala

Cajas de comida, subsidios mensuales o prestaciones para personas desempleadas era algo impensable en Guatemala hasta que irrumpió el coronavirus, que ya ha dejado un centenar de casos positivos, incluidos tres hombres fallecidos.

Sandra Patricia Solís se dedica a vender mascarillas en los semáforos. (A.V.S.)
Sandra Patricia Solís se dedica a vender mascarillas en los semáforos. (A.V.S.)

Hasta ahora, el hecho de que seis de cada diez personas vivan en la pobreza o extrema pobreza y que uno de cada dos niños sufra desnutrición crónica no eran preocupaciones de la agenda política. Tampoco que el 70% de la economía sea informal, lo que obliga a la inmensa mayoría de la población a vivir al día y, por tanto, muy poca gente se puede quedar en casa para evitar la propagación del coronavirus.

Por ello, el Gobierno ha decretado hasta el domingo el toque de queda desde las 16.00 a las 04.00, lo que afecta, sobre todo, a quienes se dedican a vender en la calle, y que han visto reducidos sus exiguos ingresos diarios.

Así, la pandemia no afecta económicamente a todo el mundo por igual y ello ha provocado que el Gobierno de Alejandro Giammattei ponga en marcha medidas populistas «sin precedentes en la historia de Guatemala» y que únicamente suponen parches para paliar la pobreza endémica que azota este país.

Para ello, presionó al Congreso con el fin de que aprobara un fondo de emergencia de 11.000 millones de quetzales (1.325 millones de euros) para paliar los efectos del coronavirus. De ellos, 6.000 millones (722 millones de euros) van destinados a un bono mensual de 1.000 quetzales (120 euros) que recibirán durante tres meses 2 millones de familias vulnerables.

La prioridad del Ejecutivo es ayudar a quienes se dedican a la economía informal o al transporte urbano y extraurbano que lleva suspendido varias semanas. De este modo, podrán «pagar la luz, el agua y va a quedar un extra para que la gente pueda ir al mercado a aprovisionarse», lo que supondrá «un alivio» en este momento de crisis «para la gente más necesitada», en palabras de Giammattei.

En virtud del consumo de energía eléctrica, se van a seleccionar a las personas beneficiarias, que van a recibir un mensaje en su teléfono móvil con una clave para que retiren el bono en los cajeros automáticos. Sin embargo, no ha precisado cuáles son los requisitos para recibir una de las 200.000 cajas de comida con ocho productos que la Policía y el Ejército comenzaron a repartir el pasado domingo en barrios muy humildes de la capital.

Otras de las ayudas inéditas en Guatemala consiste en una partida de 2.000 millones de quetzales (240 millones de euros) para otorgar un subsidio a quienes se quedaron sin trabajo, al tiempo que se aprobó un monto de 3.000 millones de quetzales (361 millones de euros) para dar crédito a bajo interés y generar así empleo en las micro, pequeñas y medianas empresas.

«No tengo el privilegio de poder quedarme en casa»

«Con esto salimos, pero no con medidas populistas, porque no podemos llevar el país a la quiebra», destacó el mandatario de Guatemala. Mientras Giammattei promete sus ayudas para «familias precarias», Sandra Patricia Solís, acompañada de su hija de 12 años, vende mascarillas frente a un supermercado de Ciudad de Guatemala a cinco y diez quetzales (0,60 y 1,20 euros) para poder sufragar los 700 quetzales (84 euros) que le cuesta alquilar un cuarto.

Admite que tiene «miedo» de que en las próximas semanas el Gobierno decrete el confinamiento total como ha sucedido en otros países, ya que «si fuera así, morimos de hambre porque de dónde voy a agarrar para darle de comer a mi hija si no tengo apoyo económico de nadie». Pese a la llamada del Presidente para que la gente no salga de su hogar, Sandra remarca que «definitivamente yo no tengo ese privilegio porque tengo que seguir luchando y ¿quién lleva el sustento a casa?», se pregunta esta madre soltera de 47 años.

Mientras, en el mundo paralelo de la política, el diputado oficialista Carlos Roberto Calderón recalca que, «conscientes de la necesidad del pueblo de que la gente se quede en casa estamos dándoles una respuesta debida para que tenga cómo vivir y enfrentar esta crisis». Palabras vacías para mujeres como Jessica Arreaga, quien madruga cada día con sus padres e hijos de 2 y 6 años para vender periódicos y lavar vehículos. «Si nos quedamos en casa, no tenemos dinero y de qué vamos a vivir», concluye.