Daniel GALVALIZI

Madrid: la protesta de Vox acaba en jauja españolista que colapsa el centro en plena cuarentena

La «rebelión cayetana» exhibe músculo en el último sábado de la Fase 0 en la capital del Estado español, con miles de manifestantes en la zona del barrio de Salamanca. Discurso de odio y flema anticomunista por doquier.

Una manifestante con máscara antigubernamental. (Javier SORIANO | AFP)
Una manifestante con máscara antigubernamental. (Javier SORIANO | AFP)

Por unas horas, el norte del distrito Centro madrileño no parecía estar en su novena y agotadora semana de confinamiento. Minutos antes del mediodía, comenzaban a tronar las bocinas de centenares de coches que llegaban envueltos en rojigualdas al grito de «Gobierno dimisión». Pasado el mediodía, eran miles y seguían el camino marcado por Vox para su manifestación central: concentración en la emblemática Glorieta de Cibeles, luego Plaza Colón y acabar en el barrio Goya.

El bus gigante en el que viajaba el presidente del partido de extrema derecha, Santiago Abascal, acompañado por el matrimonio Iván Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio, el secretario general Javier Ortega Smith y la ascendente diputada Macarena Olona, ha partido más pronto de lo previsto de Cibeles, tras un discurso del número uno de Vox transmitido por sus redes sociales. El resto iba subiendo videos desde un autobús que, ironías del destino, era muy similar a los que transitan por esa misma zona en el icónico desfile del Orgullo LGBTI madrileño.

En “La tierra de Jauja”, Lope de Rueda habla de un lugar en el que a la gente se le paga por dormir, se castiga a los que trabajan y hay un río de miel y otro de leche. El ostentoso barrio Salamanca y sus alrededores dieron la sensación de ser por un rato aquella tierra imaginaria donde todo puede ser maravilloso y sin esfuerzo, sólo que aquí sus protagonistas privilegiados destilaban furia. También hubo algunas escenas de alegría. Tenemos pan y tenemos circo, podían pensar en el distrito de mayor renta per cápita de la capital, mientras desfogaban rabia tras semanas de encierro.

Frente al colosal edificio del Ayuntamiento, Javier luce su mascarilla verde militar con el símbolo de la Guardia Civil bordado. Explica ante la pregunta de NAIZ que él es de la periférica Fuenlabrada pero se ha acercado «porque aquí era la protesta central». Ni él ni nadie habla de Vox salvo que se le pregunte. El partido ultra parece sólo la excusa que canaliza las ganas de visibilizarse en un escenario que para ellos está dominado por la izquierda.

Javier, de unos 40 años, defiende que Vox quiera «suspender el régimen de las autonomías» aunque al mismo tiempo diga que si la epidemia hubiera sido gestionada por la comunidad de Madrid «las cosas hubieran ido mejor». Su compañero en la camioneta, Juan Bautista, de la sureña Valdemoro y 57 años, asegura que «los muertos son absolutamente culpa de Pedro Sánchez» y acusa al Gobierno de «dejar morir a la gente en las residencia». Cuando se les recuerda la gestión autonómica de la sanidad, esgrimen que el estado de alarma fue decisión de Moncloa. Y sin más.

A los pocos metros se acerca raudo Agustín, de 64 años. Con ansias, pide que este cronista apunte su sentencia: «Poned por favor que (Pablo) Iglesias merece ser fusilado. Soy una persona católica y pacifista, pero lo merece. Debe ser echado del país». Cuando se le pide que profundice sobre su decimonónica solución, responde que el vicepresidente segundo «es quien manda y tiene de rehén a Sánchez, quiere convertir a España en Cuba y Venezuela».

«Pero no lo van a conseguir. Si es el caso, saldremos con las armas. Soy pacifista pero no me gusta que me machaquen. No queremos en España el comunismo, muchos de izquierda deberían también estar aquí», concluye, ya más tranquilo de poder lanzar su bilis sin ser cuestionado.

Una participante criada en la URSS y un cubano

Cerca de la famosa glorieta un grupo de tres mujeres increpan a un ciclista que toma fotos de la puesta en escena, por sentirse en peligro al ser retratadas en estos  tiempos de paranoia tecnológica. Una de ellas era Diana, criada en la Unión Soviética e hija de una «niña de la guerra que no era nada, ni republicana ni nada, fue llevada allí después de la Guerra Civil».

Ante la sorpresa por semejante historia, Diana responde que está en la manifestación «porque hay peligro que eso (el régimen soviético) pueda pasar aquí». Cuando se le pregunta por qué tan tajante juicio, asegura que «está clarísimo, es lo que quiere Iglesias. Hay que coger lo bueno del socialismo pero no el socialcomunismo».

Por la calle Alcalá, la más larga de la capital, cientos de coches colapsan el tráfico, con la Puerta homónima al fondo y su bandera ondeante con un gigante crespón que recuerda a los muertos por la pandemia. Un manifestante agita la bandera de España, con una mascarilla enorme y las manos cubiertas de gruesos guantes. Cuando se le pregunta si esta movilización puede afectar el contagio, estando aún Madrid en Fase 0, responde sin dudar: «No, porque deberíamos estar hace dos semanas en Fase 1. Teníamos mejores cifras que el País Vasco pero no la cogimos porque no nos gobierna el PNV ni socialistas».

«Aquí tuvimos más contagiados por culpa de la manifestación feminista (el 8M), el Gobierno sabía que eso era peligroso. La gente aquí no rompe coches ni quema contenedores. Somos españoles intelectualmente superiores, aunque suene mal, porque somos educados», afirma sin sonrojarse. Cuando se le pide saber su nombre, dice «pon cualquiera» y sube al coche. La caravana de la crispación sigue su rumbo.

Mucho más amigable es David, un cubano de 39 años. «Nos fuimos del comunismo y no queremos que venga aquí. Están dando los pasos para ello». Cuando se le indaga si no le teme al crecimiento de la extrema derecha, sorprende: «No, soy cubano y gay. Aquí está mi marido –señala a su compañero en el coche durante una parada–. Me estoy afiliando a Vox, no he recibido ninguna discriminación. Sé que algunos del partido están en contra del colectivo gay pero espero que cambien con el tiempo».

En el día más caluroso del año (el pavimento hervía con más de 32 grados y un sol abrasador), la caminata hasta el corazón de las protestas de los últimos días en Madrid se hace extenuante. Pero al llegar a la esquina de Serrano y Goya, epicentro de la denominada Milla de Oro, el ambiente de carnaval refresca hasta al más preocupado demócrata: lleva unos minutos recordar que no se está celebrando el triunfo del mundial de fútbol ni el descubrimiento de la vacuna del coronavirus. El grito cayetano de “Viva España” seguido de “Sánchez dimisión” sirve como ayuda a la memoria. No se está en ninguna fiesta, aunque lo parezca.

Ante la pasividad de los policías nacionales y municipales, centenares de personas no respetan el metro y medio de distanciamiento, se quedan paradas charlando y fotografiando. Carlos es uno de ellos. Tiene 47 años, evidente formación académica por cómo se expresa y participa de la movilización junto a su esposa y tres hijos. Una de sus expresiones en el diálogo con NAIZ cristalizan tal vez la respuesta a la madre de todas las preguntas: ¿Por qué piensan como piensan?

«El 80% de los medios de comunicación están dominados por la izquierda, en especial por los comunistas», dice con una seguridad que hiela la sangre. Afirma haber votado al PSOE, a Cs, Vox y PP y cree que este tipo de manifestaciones no ayudan a la polarización porque «quienes crispan son el Gobierno y los comunistas, llegando a acuerdos con independentistas que no tienen anda que ver con la epidemia». Cree que no se está violando la cuarentena porque está usando mascarilla y respeta la distancia. «Aquí la gente se está comportando pacíficamente», enfatiza orgulloso.

Llega la hora de comer y los coches comienzan a irse, junto con sus banderas de Cruz de Borgoña, taurinas y hasta una rojigualda con un Corazón de Jesús en el centro. No falta nada en esta fiesta del nacionalismo populista español. Por suerte, no hay choques violentos ni enfrentamientos. El barrio Salamanca y alrededores vuelve a la normalidad, hasta que sean las 21.00, cuando caceroleen desde los balcones. Mientras se lo deja atrás, es imposible no recordar la frase del portavoz de ERC, Gabriel Rufián. Si se quiere hacer respetar la cuarentena, la próxima vez será mejor dejar a la Policía en casa y enviar una tropa de inspectores de Hacienda para dispersar.