Pello Guerra
Iruñea
Entrevue
El Drogas
Músico

«Curro en lo que me gusta y estoy metido de manera continuada en este fregado de la farándula»

De la mano del director navarro Natxo Leuza, llega a las salas de cine la vida de una de las figuras más respetadas y reconocidas del panorama musical de Euskal Herria: Enrique Villarreal, El Drogas. A lo largo de 80 minutos, el documental desgrana el devenir vital de un músico que ha hecho historia y del conjunto de una época, todo ello aderezado por un montón de recuerdos.

‘El Drogas’, protagonista de un documental. (Idoia ZABALETA / FOKU)
‘El Drogas’, protagonista de un documental. (Idoia ZABALETA / FOKU)

Entrevistar a El Drogas es como charlar con un viejo colega con el que, en realidad, nunca has estado cara a cara, pero que, con sus canciones, lleva décadas poniendo música a la banda sonora de tu vida.

El lugar elegido para el encuentro es su local de ensayo. Es la auténtica guarida del pirata. El suelo está cubierto por infinidad de alfombras recorridas por serpenteantes cables y de donde van emergiendo amplificadores, micrófonos y diversos instrumentos, como una batería, varias guitarras o un piano. Todo ello enmarcado por coloristas telas con motivos tribales, calaveras mexicanas y emblemas piratas que se ven iluminados por varias lámparas que aportan calidez a un ambiente que emana creatividad.

En un extremo se encuentra la biblioteca, con sus paredes forradas de estanterías repletas de libros, especialmente de obras dedicadas a la Guerra del 36.

En el linde entre un espacio y otro, el protagonista de esta historia responde a las preguntas de 7K con su característica voz profunda, que surge de un cuerpo menudo con una mente despierta que está en permanente actividad.

La vida de Enrique Villarreal llega a los cines poco después de las películas sobre Freddie Mercury y Elton John. ¿Qué se siente al ver su historia en la gran pantalla?
Si me cuesta hacer fotos, vídeos, porque soy bastante soso para esas historias, un documental se me hace novedoso. Espero que la gente salga de las salas no tanto con un concepto concreto sobre mí, que no me importa tanto, sino con un criterio de una época vivida en relación a un personaje que, en este caso, soy yo.

Cuando dio su primer concierto con Barricada, en 1982 en la Txantrea, ¿se imaginaba que llegaría a ser profeta en su tierra?
Nunca haces las cosas para eso, ni nunca he tenido tiempo para pensar algo así. Yo he estado currando sin parar. Sobre todo estando en Barricada, era terminar un disco y ya estaba pensando en el siguiente, y eso de alguna manera te lleva a tener una vida bastante aburrida fuera de lo que es tu entorno musical. Pero lo fundamental es el reconocimiento de la propia familia, que es la que ha aguantado mi inmersión en esta historia de manera absoluta. No sé si haría las cosas como las he hecho, pero como no tiene vuelta de hoja… Realmente llega el momento de reconocer ese papel que ha tenido la gente que me ha rodeado.

¿Es muy diferente El Drogas de hace cuarenta años, con una larga melena que tocaba con el pecho descubierto, y el actual, con pañuelo en la cabeza, perilla, chaleco y gafas?
En el fondo, no lo veo tan diferente. Me sigo dedicando al mismo oficio, que es la farándula, sigo teniendo ese convencimiento de estar a gusto en el mundo que me ha tocado vivir  y sigo teniendo los mismos sentimientos. Incluso se mantiene la misma calentura de cabeza en los ensayos cuando estamos preparando una canción, como ya me pasaba cuando empezamos como un trío en los ensayos en una bajera de Huarte. Físicamente, claro que he cambiado, porque entonces tenía 21 años y ahora tengo 61, y a lo largo de esos cuarenta años, la vida te va poniendo en tu propio agujero. Después de haber dejado todo tipo de sustancias psicotrópicas y el alcohol hace más de diez años, voy tomando decisiones sobre la marcha para continuar estando dentro de lo que realmente me gusta.

Cuando arrancó su vida musical, eclosionó el denominado rock radical vasco. ¿Le parece apropiada esa etiqueta?
En sí, a nadie nos gustaba, pero la he defendido en contraposición a lo que se venía llamando la movida madrileña, que era más aburrida que otra cosa. Barricada veníamos más de la escuela de Leño, que era un grupo que no tenía cabida en la movida madrileña. Se nos relacionó más con la contramovida o el rock radical vasco, donde las diferencias principales eran que aquí podías tocar con Kortatu, Cicatriz, Eskorbuto, la Polla Records… Gracias a ese contacto, nos pasábamos cintas de grupos de otros lugares, hacíamos un intercambio de información. Eran las llamadas cintas de carretera. Fue la época más explosiva en el aprendizaje de otras tendencias musicales que nunca me habría imaginado.

Fue una época de un auténtico vendaval creativo a nivel musical en Euskal Herria, ¿qué recuerdos le trae?
Le oí a Lemmy Kilmister, de los Motörhead, que decía que qué bien se lo pasó en los ochenta, aunque no recuerda nada. Nuestro lema o antilema era: “Esta es nuestra última noche, así que a saco, Paco”. Yo no había salido de mi barrio, de la Txantrea, y empezó ese periplo de kilometraje. Conocías a gente y te ponías de lo que había de por medio, también con mucha ignorancia, como se vio en el resultado final, con la vida apartando de manera absoluta a mucha gente que tenía una fuerza mental impresionante. Y todo muy relacionado con la confrontación armada que había en Euskal Herria, con ETA militar y la guerra sucia del Estado, y en ese espectro nos movíamos mucha gente viviendo lo que se vivía en la calle. También fue una época de muy poca vergüenza a la hora de coger instrumentos, de montar radios piratas, grupos de teatro, fanzines… Todo ello en contraposición con los cantautores, de donde se venía, pero que era la resistencia más potente que ha tenido el franquismo. Nosotros quizás estábamos aburridos de esa estética de presentar las canciones, pero les debemos mucho. Éramos cantautores electrificados y la gente gritaba de alegría porque por fin se distorsionaban las guitarras y se decían las cosas de manera más brusca, que no más inteligente.

De esos años se conservan canciones suyas que se han convertido en auténticos himnos. ¿Qué tienen de especial?
No sé qué tienen de especial. En este sentido, quizá la canción más clara es “No hay tregua”, escrita en el año 83-84. Entonces yo era la monja de los escribientes de la situación sociopolítica de este país. Siempre intentaba dar una especie de halo reflexivo a las letras.

La intensa vida de un músico parece incompatible con una familia, pero en su caso no es así. ¿Cuál ha sido su secreto, tal vez su «socia» Mamen?
Me ha servido de apoyo en muchas ocasiones y otras veces, de anclaje al suelo. Un día puedes estar tocando delante de diez mil personas, que era bastante corriente en aquella época, y llegar a casa con todo ese subidón y puesto hasta las orejas, y es quien te ancla al suelo diciéndote que hay que preparar al chiquito para llevarlo a la ikastola. Todo esto era muy importante, entrar en un ritmo vital que me ha impedido perderme en estupideces y que me ha hecho tener siempre bastante claro, unas veces más que otras, hacia dónde tirar.

En el documental de Natxo Leuza también se recoge su vínculo tan especial con su madre, Nieves.
Me gusta explicar la relación que tengo con el Alzheimer a raíz de que a mi madre se lo diagnostican. Te dicen que ya no es tu madre, pero sí es, es mi madre pero con Alzheimer. Es un trayecto también vital que supone que se te caiga el mundo. Empiezas a hablar con gente que ya está en esa situación y esas conversaciones te van ayudando con la convivencia con tu madre. Yo nunca le había toqueteado tanto, nunca he sido de tocar y hasta la cabreaba moviéndole todo el cuerpo. Pasas por momentos muy duros, porque el médico te dice que hay que hacerle tomar una pastilla, pero ¿cómo? Qué locura de situaciones, como cuando tienes que llevarla al baño a cagar y limpiarle. Yo lo había hecho con mis hijos y mis nietos, pero a mi madre… y cuando de repente ella era consciente de lo que pasaba… Son unos cuidados que muchas veces hacen las mujeres, pero ya podíamos escuchar más ese mundo femenino que deberíamos dejar sacar los hombres, que muchas veces hemos tenido un papel muy cómodo, de dejarnos llevar, y otras veces muy incómodo, porque es el camino hacia la absoluta ignorancia.

Mi madre falleció el día en el que más gente murió en este país en una residencia, el 2 de abril, cuando llevábamos cuatro días sin verla y después de ocho años estando todos los días yendo los hermanos. Llegamos tarde a la incineración y tuvimos una discusión con el tanatorio, porque ya la habían quemado. Un desastre.

Todo esto lo ha vivido gente y en peores circunstancias, porque somos una familia bastante apiñada. Para mí no es un consuelo, pero me hace entender todo lo que ha pasado mucha gente. Como no pongamos de nuestra parte, el final de nuestras vidas va a ser un pim, pam, pum, chispún, a tomar por culo, porque nunca has valido para los que nos toman el pelo.

En la cinta «El Drogas», además se destaca su relación muy estrecha con el Boni, al que califica como un hermano.
Antes del asesinato de John Lennon, ya tenía el nombre para un grupo, según ponía en las cartas que escribía mientras estaba haciendo la mili. Cuando vuelvo, estoy un año recuperándome de una tuberculosis. Entonces, en el rastro de la Txantrea, los domingos por la mañana había una actuación de grupos de teatro o de música. Y un día vi a un guitarra de espaldas y le dije a Mamen que me gustaba mucho. A los días le vi en la villavesa bajando a la Txantrea. Mamen me animó a que le entrase y le comenté que quería hacer un grupo de nombre Barricada. Entonces, él bajaba para recoger los aparatos en el local donde ensayaban porque iba a dejar el grupo en el que estaba y se apuntó. Nos metemos a estudiar solfeo en un piso de la Txantrea, sobre todo porque nos dejaban una de las habitaciones para juntarnos y unir su música con las letras que yo iba escribiendo. Así montamos seis canciones. Luego pedí al grupo en el que había estado, Kafarnaum, el local para ir buscando batería, porque nos habíamos comprometido para una primera actuación el 18 de abril, y al final tuve que recurrir a José Landa, que fue quien nos ayudó. Él nos presentó ese día a Mikel Astrain, el batería zurdo y cojo, y ahí se puede decir que empieza la historia de Barricada, más que la actuación del 18 de abril. La relación con Mikel fue fraternal durante dos años, ya que murió en el 84. Fueron dos años muy intensos entre los tres y en los que dimos forma a Barricada. Y volviendo al Boni, nunca habíamos hablado tanto como en esta última época. Simplemente con mirarnos sabíamos por dónde iban las cosas. Con sus composiciones musicales y mis letras, me sentía invencible. Era una unión invencible en los 80.

Ese vínculo se rompió a raíz de su salida de Barricada. En el documental no tiene pelos en la lengua y denuncia que le echaron del grupo que había creado y que le resultó «demoledor y muy duro».
Fue duro por cómo se fue a demoler la historia de alguien que ha sido y ha estado. Hay que diferenciar entre ser y estar. Por Barricada ha pasado gente que solo ha estado, otra que ha estado y en ciertos momentos ha sido, otros que han sido más veces que estar y otro, que soy yo, que ha sido. Yo decido que, aunque se suele hacer 50% letra y el 50% música, el reparto de lo obtenido sea entre los cuatro, cobrar todos lo mismo. Yo componía sobre todo las letras, aunque hay temas en los que también la música, pero al contar con guitarristas, no me importaba ese boceto tan plano musicalmente hablando. Pero a partir de “La tierra está sorda” no es así, porque en autores ya no firman como cuatro, es otra cosa. Me pareció un acto de cobardía sacar el último disco como Barricada. Habría sido un acto de valentía sacarlo con los nombres de quien lo hacía. Esto explica mi tontez en este mundillo, como en otras cosas, pero tan tonto como para ser yo quien se iba… Ojalá hubiese decidido yo irme.

Después de ese momento tan difícil, ¿se ha sentido renacer con otros proyectos?
Me parece que la gente intuye de manera equivocada que antes se trabajaba entre cuatro y que ahora trabajo yo solo, y ni antes era sí y ahora tampoco. Desde el segundo disco de Txarrena, estoy con la misma gente, es decir, llevamos más de diez años y sigo con ellos. Yo no entendería lo de El Drogas sin el Brigi, Txus Maraví y Flako; lo entiendo como banda. En Barricada ha habido discos que se han trabajado solamente entre Alfredo y yo, o, por ejemplo, con “La tierra está sorda”, estuve cuatro años viajando solo o con la socia, con Mamen, que íbamos a visitar lugares, a hablar con la gente y luego sale como Barricada. Doy sensación de hiperactivo, pero curro en lo que me gusta, me lo creo y estoy de manera continuada metido en este fregado.

Hablando de ese disco, Enrique Villarreal siempre está presente cuando se trata de recordar la memoria histórica, a los represaliados del franquismo. ¿La tierra sigue estando sorda o ya empieza a oír?
La tierra está harta de escuchar imbecilidades. El Partido Socialista tendrá que hacer un día examen de conciencia. Cómo es posible que siendo el colectivo de más asesinados y asesinadas, no sea capaz de romper amarras con los herederos de ese pasado de cunetas. Se va muy lento. Aquí, con Asiron de alcalde, no se reduce a escombros el segundo monumento más grande a “los caídos”. Se quiere lavar con jabón algo que lo que hay que hacer es amputar. Yo lo que haría con los Caídos es derruirlo y dejar los escombros, y sería el primer monumento al fascismo reventado. Pero se intenta que sea una especie de museo, una especie de sala de guateques para la vecindad. Los huesos tanto de Mola como de Sanjurjo no deberían haber ido a sus familiares sino, desgraciadamente, pasar a formar parte del pueblo, porque su biografía marcó muy claramente el destino de este país, donde todo el mundo ha perdido, salvo cuatro que se les caía el pecho del peso de las medallas. Hemos perdido todos y todas.

Continuando con su vida musical, ¿cómo explicaría su relación con Motxila 21?
Esa relación se explica de manera muy fácil. Yo creo que la vida es un camino de aprendizaje y me alegro de todavía seguir pensando eso, de no haberme sentado y decir que ya me lo sé todo y voy a enseñarte yo. Para mí, ese placer que tiene el seguir aprendiendo hace que, de repente, dé en mi camino vital con personas que forman parte de esa ruta hacia el aprendizaje y que son mis maestros y maestras de la vida. En esa relación que he tenido con Motxila 21, me han aportado más de lo que yo he podido aportar. Casi es por egoísmo haber estado ocho años involucrado y ahora es imposible dejarlo. Sigo relacionándome con ellos, aunque no de esa forma tan directa, porque cuando alguien entra en Motxila 21 como colaborador, estás ahí para aportar lo que puedas, a la vez absorber todo lo que vayas viendo y en un momento dado, dejar paso a otra gente que siga aportando a esa máquina de cariño que es esa formación. Eso es para mí Motxila 21, nada más y nada menos una escuela de aprendizaje.

Después de tantas noches sin dormir, ¿cómo es su vida de músico a los 60 años?
Hace mucho tiempo que la noche para mí está hecha para dormir o no dormir, pero empleada en otra cosa que en vivirla fuera de casa. Me suelo levantar entre las seis y las siete de la mañana, café, ducha y me vengo al local a componer, arreglar, grabar, a leer, o me quedo en casa a lo mismo. O voy a la Rochapea a llevar a mis nietos a la ikastola, aunque ahora con esta nueva situación... También voy con Mamen a pasear, a hablar de nuestras cosas. No hay un día igual a otro y eso es lo bonito para mí. Mi vida es disfrutar durante el día de las cosas que tengo y a la noche, intentar descansar para seguir disfrutando al día siguiente.

Si tuviera que resumir su vida en unas pocas palabras, ¿qué diría?
En pocas palabras solo hago letras y suelo resumir ciertas situaciones de otra gente para intentar darle ese punto de humor que nadie entiende, ni siquiera yo. Pero mi vida es la de mucha gente.