Mikel Zubimendi

Sin bronca Trump pierde su aura en un debate igualado y más calmado

A once días del veredicto de las urnas, el debate final fue en general más moderado que el primero del mes pasado, cuando Trump atacó a Biden durante más de una hora y media y provocó un cortocircuito que hizo imposible debatir. Pero aunque más tranquilo, en cuestiones de fondo y de visión de futuro para EEUU el choque fue dramático.

Trump y Biden, en su último debate. (AFP)
Trump y Biden, en su último debate. (AFP)

¿Cómo debatir con un interruptor en marcha? ¿Con una persona acostumbrada a cortar, a acosar al adversario, a tirarse al barro y hacer imposible todo debate? Esa era la pregunta que rondaba desde hace semanas tras un primer simulacro de debate bochornoso y delirante. Entre tanto, el segundo debate se suspendió porque Trump se contagió con el covid-19 y el debate de vicepresidentes entre Mike Pence y Kamala Harris pasó a la historia con el nombre del «Debate de la mosca», en alusión al insecto volador que se posó en la cabeza de Pence y, según las redes sociales, como señal de la destinación predilecta de las moscas.

El tercer debate se celebró en la Universidad de Belmont, en Nashville, Tennessee, tierra de buena música country y buen bourbon. Y tuvo nuevas reglas para no repetir el espectáculo tan bronco que ambos ofrecieron en el primero. Duró 90 minutos, estuvo dividido en seis bloques de 15 minutos. Ambos candidatos con dos minutos en cada bloque para exponer sin interrupciones. En los tramos abiertos no se silenciaron los micrófonos pero si uno de los candidatos interrumpía al otro, se descontaría de su tiempo.

Tono más presidencial

Un Trump menos descabellado y más presidencial, y un Biden más punzante de lo habitual se encontraron a once días del Gran Día. Su objetivo era no perder, pelear hasta el último de los votos indecisos del último de los swing states o estados cambiantes. Buscaron hablar primero a sus bases, azuzar a los que no tienen claro si van a votar y desmovilizar a sus adversarios.

A diferencia del primer debate, donde entre tanto ruido y lodo el presidente pudo escapar indemne de la devastadora pandemia que ya ha matado a 225.000 estadounidenses, ha sumido su economía en depresión y ha dejado el empleo en mínimos, está vez Biden apareció con la navaja afilada para atacar a un Trump a quien no le sirvió ni China ni su milagrosa cura para salir sin heridas. El demócrata quiso juzgarlo para la historia, quiso presentar a Trump como una calamidad histórica, y al menos en el bloque de la pandemia, fue a la yugular de Trump.

El magnate de Queens, más contenido de lo habitual, más estadista que partidista por momentos, se defendió sin estridencias y sin hacer el matón ante los golpes de Biden, que nunca ha sido precisamente hábil en la oratoria y al que se le recuerdan meteduras de pata monumentales. Quiso que Trump quedara condenado por la Historia por su gestión de la pandemia, y aunque no sea evidente que lo consiguiera, mejoró su imagen tras el caos del primer debate e hizo evidente que, sin el lodo, la política de Trump pierde parte de su hábitat.

El ganador o el perdedor de un debate se decide a partir de las expectativas de los candidatos, es decir, compiten contra sí mismos. Biden no es un buen polemista, pero asestó golpes certeros a Trump, habló con más aplomo y, muy crucialmente, no cometió errores de bulto. Por su parte, Trump, un celebrity televisivo, fue de menos a más y llegó a su mejor expresión cuando comenzó a etiquetar a Biden, despectivamente, como un «político de frases hechas» y se volvió a situar en esa posición de outsider, de persona ajena a las normas y la burocracia de Washington, que habla al pueblo con palabras de pueblo, con cruda franqueza, porque sabía que ese es quizá el aspecto que más valoran sus seguidores.

Un Biden apañado, enfrente

Ayer Trump no pareció estar desbocado, sus formas fueron otras, más convencionales, seguramente siguiendo las recomendaciones de sus asesores tras el bochornoso espectáculo de septiembre, quizá para tapar escapes de agua de ciertos sectores republicanos que espantados con Trump van a votar a Biden. Su problema fue que enfrente también tuvo a un Biden apañado. No brilló, guardó la calma, no se desestabilizó cuando Trump intentó atacarle con los negocios de su hijo, Hunter Biden, en Ucrania.

Trump no se anotó ni esa ni ninguna otra sorpresa y no recuperó terreno perdido en el debate final. Sacar a relucir las aventuras de su abogado Rudy Giuliani tratando de ensuciar a la familia Biden no se vende bien. No logró frenar a Biden, necesitaba una gran victoria, pero el demócrata mantuvo su posición con esa única declaración, mirando directamente a la cámara: «Sabéis quién es».

También tuvieron errores. Trump predijo nuevamente el final de la pandemia y se jactó de una tasa de mortalidad imaginariamente baja. Biden atacó a la industria petrolera. El presidente no hizo nada para ganarse el cariño de las personas mayores, es posible que Biden haya perdido Texas. Quién sabe. Al final, el presidente se dirigió a su base. Biden habló con un país.