Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

¿Cómo nos convertimos en trolls iracundos en Twitter?

No debatir cara a cara facilita el grito y la descalificación iracunda, convirtiendo la conversación en una violenta guerra alejada de todo tipo de razonamiento. En esto, las redes sociales tienen un papel clave: parapetados tras la pantalla y el teclado, muchas veces ocultos en el anonimato, perseguimos herejes, censuramos a traidores y buscamos las contradicciones de los «enemigos del pueblo» que toquen esa misma semana de modo fiero e infatigable. Nada importa más allá de dar caza a la presa, convertida en símbolo de todos los vicios posibles. Lo verdaderamente importante es sacar a pasear nuestras antorchas, como si liderásemos la turba de Los Simpson.

Tampoco creo que esta actitud sea exclusiva de Twitter o Facebook. Lo he vivido en primera persona, por ejemplo, en alguna de mis participaciones en «Ganbara», la tertulia política de Radio Euskadi. Al trabajar en Madrid, en muchas ocasiones me encuentro solo en la oficina de Forta (donde EiTB tiene su redacción), hablándole al micro frente a una pared blanca. Tengo comprobado que, en las discusiones en las que el interlocutor está al otro lado de la línea, en Bilbo, Donostia, Gasteiz o Iruñea, cuando no le veo la cara, es muchísimo más fácil que eleve el tono e incluso caiga en alguna impertinencia. Frente a frente somos mucho más prudentes, aún estando radicalmente en contra de los planteamientos de compañero de conversación.

¿Se trata de una cuestión de falta de educación?

¿O es que con la distancia perdemos la cobardía y nos damos permiso para soltar cualquier barbaridad?

Asumiendo esta premisa y con la duda de si la rabia es la emoción que va a marcar nuestra época, creo que el trolleo y la ira se nos están yendo de las manos en redes como Twitter o Facebook. Despojados de toda responsabilidad, convertidos en un anónimo azote, el linchamiento amenaza con sustituir al intercambio de ideas. Lo explica muy bien Iñako Díaz-Guerra en «El Mundo». Es como si viviésemos todo el día enfadados y la destrucción del otro fuese el sentimiento que nos mueve a la hora de escribir cualquier mensaje. Puestos a elegir, elegimos «muerte». El fondo da exactamente igual. Puede ser la estrategia de la izquierda abertzale, la defensa de la democracia en Catalunya y la independencia, la corrupción del PP, un partido de Osasuna o la asamblea ciudadana de Podemos. Todo es susceptible de ser descontextualizado, triturado, cargado y disparado en 140 hirientes caracteres.

En los últimos tiempos crece la gente a la que escucho Twitter se ha convertido en un vertedero. Lo comparto en parte. Por desgracia, Internet es un bar con la música muy alta en el que nadie escucha y todo el mundo te grita su opinión al oído. Ahora, además de saber que tenemos la verdad absoluta, insultamos a diestro y siniestro, protegidos por una máscara. El problema, como en tantas cosas, no es la herramienta. Somos nosotros y el reflejo de nuestra sociedad los que convertimos un medio de comunicación en un lugar que, en demasiadas ocasiones, solo te llama a escapar.

 

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