Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Langosta a un euro en la arcadia feliz del PNV

En mis tiempos en La Tuerka algunos de mis compañeros me acusaban de meter a Euskal Herria en cualquier debate tuviese o no relación con lo que hablábamos. Me acordé de aquellas bromas viendo en diferido la discusión a nueve emitida en la televisión pública española. Al margen de la ausencia del independentismo de izquierdas (tanto Amaiur como ERC y BNG fueron vetados, no así Unió) lo que más me llamó la atención fue el intento de Aitor Esteban de pasar a través de todas las problemáticas como Moisés entre las aguas del Mar Rojo. Sin mojarse. Ante todos los males que lastran al sistema español, el jelkide vino a ser profeta de una arcadia feliz llamada Euskadi carente de toda lacra social. Lo del paro, la pobreza o la corrupción son «cosas de españoles», que en el bar suena mejor si se dice con gesto torcido por el asco, mientras que en las tres provincias se disfruta de langosta a un euro, fluyen los manantiales de néctar y ambrosía y cada uno de sus puestos de trabajo constituye una versión en miniatura de Silicon Valley. 

Escuchando al portavoz del PNV uno llegaba a pensar que, de pura eficiencia, los habitantes de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa descienden del hermano trabajador del primer noruego. Y que, por supuesto, la honradez innata de los vascos impide que nadie haga uso indebido de los fondos públicos o que empresarios sin escrúpulos saquen tajada de obras que no se necesitan. Palabra de vasco es sagrada y con eso debería bastar como prueba de inmaculada actuación.

Obviamente, tras esta caricatura subyace un mensaje claro: el autogobierno, simbolizado en el concierto, permite una gestión más cercana y eficaz (con lo que estoy de acuerdo). Y esta solo alcanza sus cotas de expresión más sublimes con el PNV, emparentado con este modelo casi por mandato divino. Y ahí sí que no. Al encontrarse solo ante el unionismo, su visión idílica encontraba un magnífico aliado en el nacionalismo español, empeñado en vender como «privilegio» una estructura politica que, como bien señaló Esteban, no debería ser problema del Ebro para abajo, ya que en nada le beneficiaría su eliminación al español medio. Con las soflamas de UPyD y Ciudadanos, el argumento jelkide estaba cerrado: no solo en la CAV existe un modelo más eficaz sino que Madrid quiere suprimirlo, no para igualarnos por arriba con el Estado, sino para arrastrarnos por el barro. 

No entraré en «detalles» como la destrucción de 7.000 empresas en los últimos años, la pérdida del 22% de inversión en I+D+I o que el 20% de la población de la CAV esté en riesgo de exclusión social. Tampoco a analizar el halo de «omertá» que desprenden declaraciones como las de José Luis Bilbao, que llamó a la «tranquilidad» de «los que hacían pagos con fajos de billetes sin demostrar su origen, los que tenían  grandes sumas de dinero en paraísos fiscales y cuyos nombres no salen  a la luz, los que han repatriado dinero de origen desconocido y van  por la calle como unos señores». En mi opinión, el «virgencita que me quede como estoy» es  vacuna ante la posibilidad de que también en Euskal Herria se articule una estrategia independentista. Nada más clarificador que el dardo lanzado por Esteban a Miquel Puig, candidato de Democracia i Llibertat y antaño aliado, cuando le soltó: «No tengo la culpa de que en la Transición no quisiéseis un concierto, aunque tampoco tengo inconveniente en que lo tengáis».

No voy a negar que, a la vista de los resultados, a Sabin Etxea este discurso le funciona. Como señalaba iñaki Altuna en GARA, los deberes están en poner en marcha una estrategia independentista seductora.

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