Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Lo más lejos que una televisión española puede llegar con Otegi

Es posible que la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi sea lo más lejos que una televisión española puede llegar en este asunto. No pretendo cuestionar la legitimidad del periodista para hacer las preguntas que considerase más convenientes. Faltaría más. Su forma de construir el relato reflejó el modo de abordar el conflicto vasco de la parte más «progre» de la sociedad española: el Estado pudo cometer «extralimitaciones» pero «no existe idea política que justifique la violencia». En el «Salvados» del domingo, el expreso político vasco se sometió a un nuevo juicio, en este caso mediático y centrado en hechos transcurridos hace al menos una década. Al menos, al ser en televisión, no iban a condenarle a otros seis años y medio de cárcel por su actividad política.

Según la lógica de la práctica totalidad del espectro político español Otegi debería arrepentirse de todas sus palabras, acciones y omisiones durante 50 años de actividad de ETA. Ni siquiera basta asumir el dolor causado o reconocer que es necesaria una mayor empatía hacia quienes padecieron la violencia de la organización armada. Hay que arrodillarse y pedir clemencia, renunciando de paso a cualquier convicción política previa, que es el debate de fondo. Al mismo tiempo y de forma bastante cínica, basta que un concejal del PP aislado y posteriormente desautorizado por su propo partido admita la existencia de casos de tortura para exhonerar exonerar a todo un Estado, sus partidos, sus medios de comunicación y su opinión pública. Por cierto, que Arnaldo Otegi, secretario general de Sortu, recordó ayer haber sufrido la «bañera» en un cuartel de la Guardia Civil. ¿Alguien que se haya escandalizado por ello?

Como dice una amiga, la virtud de Évole es hacer las preguntas que haría el «cuñado-medio». Y eso fue lo que hizo, condicionado además por la presión de cientos de fiscales mediáticos que llegaron a desviar tanto el debate que, al otro lado del Ebro, solo se discutía sobre si el periodista era un campeón de la libertad por sentarse ante el malvado o si, por el contrario, había servido a sus pérfidos intereses por prestarle su micrófono. Convencidos ambos sectores políticos de la maldad intrínseca del líder independentista vasco, los partidos españoles hablaban sobre ellos mismos, no sobre el conflicto, el dolor, el futuro o las asignaturas pendientes. 

La entrevista no daba mucho de sí. Más preocupado porque Otegi dijese cosas que era evidente que no iba a decir, Évole perdió la oportunidad de hacerle una entrevista distinta a la que le hubiese planteado el Fiscal General del Estado. Otros creen que fue el líder abertzale quien podía haber llegado más lejos en sus afirmaciones. Claro, que estos sectores son los que consideran que seis años y medio entre rejas son suficientes para que Otegi cambiase de opinión y les diese la razón, que ya llevaba muchos años manteniendo planteamientos equivocados. 

Hablar sobre el pasado es indispensable para la resolución de un conflicto que ha generado tantísimo dolor. Pero si lo utilizamos como mazo para señalar las deudas del adversario mientras que somos indulgentes con las vulneraciones de los Derechos Humanos que se cometieron en nuestro nombre es muy difícil llegar a un escenario diferente. No se trata de poner sufrimientos en una balanza. Sí de mirar hacia atrás, asumir lo ocurrido entre todos y construir un futuro en el que no se repita y donde todos los proyectos políticos puedan ser desarrollados en igualdad de condiciones. Si el objetivo es ese, la entrevista fue decepcionante y mostró el abismo que separa a la sociedad vasca de sus vecinos del sur. Aunque, por desgracia, es posible que el «Salvados» del domingo fuese lo más lejos que pueda ir una televisión española al abordar este asunto. Al menos por ahora. 

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