Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Ni tristes ni agoreros

 

La dificultad a la hora de disfrutar de las victorias es una tara social especialmente extendida en Euskal Herria. Si a eso le añadimos un tradicional e incomprensible comodidad en la derrota de cierta manera de entender la izquierda podemos acercarnos a explicar nuestro amor por las malas noticias, muy superior a la satisfacción por las buenas nuevas. No se trata de una actitud pasiva sino profundamente proactiva. No nos limitamos a aguardar al peor de los escenarios posibles como devotos fieles de la Iglesia de la Ley de Murphy sino que, en caso de que los astros (o incluso nuestro buen hacer) nos sonrían, preferimos encastillarnos en la sospecha, convencidísimos de que todo puede torcerse y dejarnos con la miel en los labios. En caso de que así sea siempre podremos refugiarnos en el confortable pero inútil «ya lo sabía yo» mientras nos lamemos las heridas. Tristes y agoreros pero bilndados ante la decepción. Un «modus vivendi» que, en mi opinión, deberíamos extirpar de nuestro modo de hacer política. Conocemos el sabor de la frustración. ¿Por qué no probamos el de la esperanza y la ilusión? 

Soy de los que pensaba que las fuerzas del cambio no alcanzábamos a 26 parlamentarios ni locos. Estaba convencido de ello y con gusto me tragué mis palabras, acompañadas por sus buenos gintonics nada más conocer que UPN y PSN no podrían revalidar el mantenimiento del régimen. Es algo histórico y así hay que entenderlo y como tal deberíamos celebrarlo. Caer en la euforia y pensar que todo está hecho, cuando lo más difícil comienza ahora, es dejarse llevar por la autocomplacencia y el infantilismo. Sin embargo, también nos merecemos disfrutar. Echemos la vista atrás y recordemos el Euskal Jai, la plaza del Castillo, las palizas que nos hemos llevado al exhibir la ikurriña en el txupinazo, las corruptelas o el veto a las txoznas y celebremos que esto no va a volver a producirse, que hay una oportunidad, que podemos reconstruir lo destrozado por décadas de sectarismo y corrupción.

Quizás sea una percepción personal pero me ha dado la sensación de que se ha extendido más el «sí, pero» que la euforia. Que para el minuto uno ya se han rumiado desconfianzas en lugar de la celebración por lo conseguido. Que si «a ver qué hace fulanito en el Parlamento», que si «a ver si menganita no va a querer pactar en el Ayuntamiento». Como hecho objetivo, se ha hablado más de la oferta al PSN, que es irrelevante en términos de cambio político, que de lo incontestable de 26 parlamentarios por el cambio o lo histórico de que sean dos abertzales quienes lideren el Gobierno foral y el Ayuntamiento de Iruñea. Creo que esta inercia, explicable por nuestra historia reciente pero modificable, nos encadena a la moral del perdedor. Un error de partida, teniendo por delante retos tan inmensos.

Tenemos por delante cuatro años históricos. Habrá enfados, decepciones, alegrías y la posibilidad de cambiar el estado de las cosas. Cambiemos nosotros mismos. Ni tristes ni agoreros. Orgullosos de las victorias, siempre vigilantes, críticos y entusiastas en la celebración. Ya lo dijo Arnaldo Otegi: «sonreid, que vamos a ganar».

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