Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Pussy Riot y la hipocresía de la libertad de expresión

¡Bienvenidos al campo de los defensores de la libertad de expresión!

Con tanta unanimidad mediaticopolítica a cuenta de la terrible condena de dos años contra las integrantes de «Pussy Riot», casi no cabe un alma en la sede de los followers del decimonoveno punto de la Declaración de los Derechos Humanos. Todo, o prácticamente todo, el espectro del Estado español sale en procesión y clama contra la "desproporción" de encerrar durante dos años a las integrantes de la banda cuyo único delito es el sano ejercicio de cuestionar al poder, tenga este sotana o dirija un imperio. Esto es extensible a todo el espacio geopolítico occidental, tan amigo de ensalzar algunas causas para dar patadas en el culo a sus adversarios como habitual a la hora de ciscarse en esos mismos principios cuando la iconoclasia le pisa su propio talón.

Con los antecedentes que tenemos, a mi tanto despliegue de solidaridad y defensa de la libre expresión por parte de quienes han hecho del señalamiento público y la persecución de las ideas uno de sus grandes «modus vivendi» me resulta de un hipócrita insoportable.

Para comprobarlo solo hace falta enumerar todos los grupos musicales y artistas perseguidos tanto mediática como judicialmente a causa de sus canciones en las últimas décadas. Soziedad Alkoholika, Negu Gorriak, Su Ta Gar o Berri Txarrak. ¿Seguimos? Los Chikos del Maíz, Pablo Hasel, Dios ke te Crew, Narco... (la ventaja de Internet es que la lista puede ir ampliándose, porque seguro que me dejo muchos) Además de los crucifijos, aquí ha sido hostigada toda letra que cuestionase la tortura en las comisarías, la guerra sucia del Estado capitaneada por el coronel Galindo, los desmanes borbónicos y hasta la política de agresión contra «el vascuence», que diría Miguel Sanz. Además, el dedo acusador no se ha centrado solo en las guitarras y los micrófonos ¿Cómo calificamos, si no, el artículo de “Abc” contra Pirritx eta Porrotx?

Si nos centramos solo en cuestiones de sacristía, fue casi antesdeayer cuando Javier Krahe tuvo que sentarse en el banquillo por su receta de crucifijo. Y si nos extendemos un poco, vemos cómo estudiantes de la Universidad Complutense todavía están pendientes de juicio por una protesta en la capilla de la facultad. O cómo los ultracatólicos trataron de reventar el espectáculo «La revelación» de Leo Bassi colocando un explosivo en un teatro de Madrid.

Todo esto no ha ocurrido en un lugar lejano. Se ha repetido, una y otra vez, en el Estado español. Resulta curioso ver a algunos de los escribas afeando el contrapié de la derecha con el caso Pussy Riot mientras obvian que ellos también ejercieron de torquemadas en algunos de los citados casos. Claro, que una cosa es el régimen de Putin y otra la sacrosanta democracia española, nos argumentarán. Pues no. No sé si en el Estado español las tres punks hubiesen ido a la cárcel. Lo que sí que tengo claro es que nadie les hubiese librado de su ración de mccarthismo. Por cierto, que esto tampoco es excusa para quienes, argumentando un supuesto complot imperialista, terminan casi aplaudiendo un castigo para las revoltosas por el siempre útil razonamiento de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo".

En el fondo, tengo la sensación de que la libertad de expresión constituye en demasiadas ocasiones un recurso al que aferrarse cuando se defienden intereses que no tienen nada que ver con lo escrito y lo cantado. Al mismo tiempo, se vuelve un molesto grano en el culo cuando lo que escuchamos en casa no concuerda con nuestro credo. Algo que, por desgracia, ocurre hasta en las mejores haciendas, incluida la nuestra.

El compromiso con la libertad de expresión suele demostrarse mucho mejor a la vuelta de la esquina que cuando las cosas ocurren a cientos de kilómetros.

Dicho esto: ¡FREE PUSSY RIOT!

 

 

Recherche