Beñat Zarrabeitia

La mudanza está al caer pero los recuerdos quedarán para siempre

 

Apenas quedan unos meses para que el Athletic abandone San Mamés, su casa, para jugar en San Mamés Barria. Al margen de la diferencia en la nomenclatura y que el nuevo estadio no estará definitivamente listo hasta 2014, el conjunto rojiblanco se enfrenta a uno de los cambios más trascedentes de su historia. Y lo será para todas las generaciones de aficionados vivos, aquellos que relacionan la práctica totalidad de sus vivencias en rojo y blanco con La Catedral. El lugar más especial para cualquier aficionado o aficionada de los leones.

Allí donde Pichichi estrenó el marcador, el escenario del 12 a 1 al Barcelona, donde la mítica delantera de Zarra, Venancio, Gainza, Iriondo y Panizo perforó redes contrarias una y otra vez, el campo nevado donde cayó el Manchester United poco tiempo antes de su accidente de aviación en Múnich, el césped en el que Dino Zoff vivió el mayor agobio de su carrera, la sede en la que Bryan Robson marcó el tanto más rápido de la historia de los Mundiales, la portería en la que Rocky Liceranzu hizo la diana 3000 y le dio el octavo título liguero al Athletic o donde Bielsa revolucionó el juego para volver a soñar. Pero San Mamés es mucho más que eso.  Un lugar donde se respira el fútbol, en el que los rojiblancos han sumado cientos de puntos debido a su afición y en el que los recuerdos personales son casi más importantes que los futbolísticos.

La especial liturgia familiar o personal de acudir a San Mamés es sumamente particular. El primer partido, recordado o no debido a la edad, las tardes de triunfos o decepciones cuentan con un sabor especial en sus antiguos bancos corridos o fondos de pie, ahora reconvertidos todos a butacas. Localidades propias y casi intransferibles. El bocata del descanso, la conversación con los vecinos de asiento, el paquete de pipas compartido, los estrambóticos anuncios de los marcadores y fútbol. Mucho fútbol.

El pasado domingo, en la habitual cola de entrada a la puerta de entrada a mí localidad –las cosas de tener un campo antiguo- me fije en la velocidad que han adquirido las obras de San Mamés Barria. Y fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que nos vamos de casa. Cambiamos. Nos mudamos a un lugar mejor en todo lo referido a comodidades y pensé que seguro que nos amoldaremos al nuestro nuevo y lujosa chalet de estilo alemán. Dejamos nuestro baserri de raíces inglesas, testigo de la mayoría de tardes de gloria, épocas de decadencia, cambios y nacimiento de todos los cachorros deportivos y aficionados de la familia rojiblanca.

Me invadió cierta sensación de nostalgia recogida ahora en estas líneas. No es para menos, pero pronto hilvané un nuevo pensamiento: Para mis hijos o hijas, su casa será San Mamés Barria y vincularán sus vivencias rojiblancas con nuevo coliseo del Athletic. El antiguo campo simplemente será un lugar imaginario, situado junto al estadio de su generación, y del cual se les hablará en casa o lo visualizarán a través de fotos o grabaciones.  La cadena no se romperá, pero nadie duda de que se va a escribir un punto y aparte. Quizá se muy atrevido decir que el club perderá mística, pero no cabe duda que el fútbol mundial dejará atrás un lugar de referencia. Uno de los últimos estadios clásicos del sur de Europa.

 

Para muchos hinchas del Athletic será duro ver la demolición de San Mamés. Y no se trata de recordar partidos míticos o sonoros batacazos. La sensación será mucho más profunda. En mí caso, por ejemplo, evocará a la primera tarde recordada. Seguramente fui antes, eso dicen, pero mí primer recuerdo claro en San Mamés parte de un 4 de febrero de 1990. Tenía 6 años, mi hermano había nacido apenas tres semanas antes, a la misma hora en la que mí aitite encontraba en San Mamés. Sí, mi hermano nació un domingo que la Real y Athletic empataron a cero en el desaparecido Atotxa y el Bilbao Athletic jugó un partido de Segunda A contra el Racing de Santander. Obviamente, son datos que en aquel momento desconocía, pero que internet ayuda a adornar en un artículo.

Mi bautismo en San Mamés fue un partido contra el Logroñés. Txetxu Rojo entrenaba a los leones y no tengo muchos recuerdos, simplemente que aquello me gustó. Y hasta hoy. 

Reunidos en la mesa a la hora de comer, me plantearon a ver si quería ir al partido. Dije que sí. No había más que decir, terminar el postre y salir hacia el campo. Por aquel entonces yo no era consciente de que había nacido dos meses después del título liguero en Las Palmas, ni tampoco de que cuando apenas contaba con 23 días, Bilbo sufrió unas terribles inundaciones. No me hacía falta saberlo, lo supe después y mis cumpleaños sucesivos han venido amenizadas de anécdotas en torno al tema.

Un niño recién nacido en el seno de una familia golpeada –posteriormente aún más- por la política penitenciaria al que durante los días de las inundaciones su abuela es capaz de encontrarle leche en la farmacia de guardia del capitán del ejército español Martín Barrios, muerto también poco tiempo después a consecuencia de un conflicto demasiado largo y duro. En ese contexto la guerra sucia se agudizó y la reconversión industrial avanzaba mientras un servidor consumía potitos y biberones. Es el retrato de una época, microhistorias y sufrimientos multidireccionales de un conflicto cuyas consecuencias deben de ser superadas, reconocidas y reparadas. El viejo San Mamés testigo de todas las sensibilidades, va a decir adiós con un paradójico guiño a la esperanza. El Athletic logró un épico pase a la final de la Europa League el 75 aniversario del bombardeo de Gernika. El nuevo San Mamés debe de ser el escenario donde los leones jueguen sus partidos en un contexto general y nacional de resolución.

 

 

Hoy soy consciente de todo ello, entonces apenas entendí que Lakabeg marcó el gol del Athletic. Pero me gustó y pronto quise apuntarme en el equipo de la Ikastola, coleccionar los cromos de la Liga y el posterior Mundial de Italia, tener ese balón Mikasa que vendían en Gisasola, la réplica de la marca Sanchesky de la camiseta del Athletic –tanto de jugador como la verde de Biurrun- o sacarme fotos con los jugadores en Lezama. Y sí, lo admito, aprendí a leer y pronto pase a comerme cada lunes las crónicas de los partidos en Egin. No sin antes haberme enfadado el domingo porque la alineación no era idéntica a la del periódico. Después he comprobado en primera persona que los que somos o hemos sido cronistas patinamos al tratar de introducirnos en la cabeza de algunos entrenadores y que existen místers que son totalmente imprevisibles.

En estos más de 22 años he visto cientos de partidos del Athletic en San Mamés, unos cuantos del filial y alguno de la selección vasca. Los mejores jugadores de cada momento han pasado por delante de mis ojos –sin miopía, con gafas y desde hace unos cuantos años con lentillas- y no pocos. Maradona, Hugo Sánchez, Stoichkov, Laudrup, Koeman, Raúl, Pantic, Zubi, Mendieta, Piojo López, Rivaldo, Bebeto, Mauro Silva, Redondo, Zidane, Figo, Ronaldo, Ronaldinho, Robben, Kanouté, Eto’o, Xavi, Iniesta –al que Julen Guerrero le metió una falta el día que el portero debutó en Primera en la portería de Ingenieros-, Casillas, Silva, Puyol, Roberto Carlos o Messi. Romario no llegó a jugar el año que metió 30 goles con el Barcelona.

Han sido grandes rivales y el Athletic ha tenido que sudar para ganarles, al igual que ellos lo han dado todo para superar a los leones. Han generado admiración o irritación. Pero distan mucho de ser nuestras referencias. Los íconos siempre se han vestido de rojo y blanco. Los primeros en llamarme la atención fueron Mendiguren, Garitano y Valverde. Después, aunque los sigo considerando grandes jugadores, he ido evolucionando hacia un criterio más labrado en la visualización de partidos y la adhesión hacia un estilo de juego concreto gracias al que he más he disfrutado viendo jugar al Athletic.

Han sido tardes de gloria, triunfos memorables, grandes remontadas, partidos de nervios o grandes decepciones. Quizá, la mayor alegría hayan sido las semifinales ante el Sevilla y el Sporting de Lisboa. Y en San Mamés, dejando a un lado la triste final de Bucarest, la eliminación por penaltis en la semifinal contra el Betis en 2005.

Sin embargo, todo queda relativizado ante los recuerdos personales y la liturgia personal y afectiva que nos acompaña a muchísimos aficionados del Athletic camino de y en San Mamés. Y es que por encima de los resultados, incluso de los triunfos de los leones, el haber podido vivir algunos de esos momentos acompañados de mi abuelo y mi hermano, no tiene precio. Esos serán nuestros recuerdos. Ahora, al igual que muchos hinchas rojiblancos, me dispongo a abrir un nuevo capítulo y compartir en San Mamés Barria nuevas vivencias con mi hermano o amigos y amigas primeras y en el futuro con mis hijas o hijos. De momento, nos espera saber nuestra ubicación en el nuevo campo y pasar el periodo de adaptación. Y, sobre todo, despedir a San Mamés, nuestra casa, como se merece.

 

 

Beñat Zarrabeitia / Periodista y socio del Athletic