Xandra  Romero
Nutricionista

¿Comerías una chuleta de laboratorio?

La gran demanda global de proteínas de origen animal junto a la huella ambiental de los actuales sistemas ganaderos y el mayor peso que le otorgan los consumidores al bienestar animal y la no matanza de los mismos, ha impulsado a científicos y empresarios de todo el mundo a buscar alternativas. Una de estas es la investigación con células animales para producir carne cultivada en el laboratorio.

Pero, ¿qué es exactamente la carne sintética? Existen dos ‘formatos’ a los que puede eludir este adjetivo de “sintético”. Por un lado, se conoce como carne sintética a la producción de un producto de la misma apariencia, sabor y textura que la carne tradicional pero mediante la utilización de plantas. Y, en segundo lugar, nos referimos como carne cultivada a toda aquella carne producida por medio del cultivo de células en un laboratorio, a través de la tecnología de la biología celular y de la ingeniería de tejidos.

La carne artificial, también llamada carne cultivada, se crea en laboratorios a partir de células madre extraídas de músculos y otros elementos orgánicos animales. Estas células se recolectan mediante biopsia sin producirle al animal daño alguno y evitando su sacrificio. En otros casos, se utilizan tejidos post-mortem de la ubicación deseada de la especie de ganado de interés.

Luego, a través de las diversas técnicas biomédicas que existen en la actualidad, se pueden aislar las células deseadas, en este caso, los tejidos del músculo esquelético, es decir, las proteínas. Este proceso se hace en muy corto espacio de tiempo, por lo que esos tejidos extraídos siguen vivos. Más tarde, esas células se colocan en un medio acuoso que tiene nutrientes (proteínas, aminoácidos, sales minerales) y aire, entre otros elementos, para que siga formando tejido a través de un proceso natural de proliferación celular. Y, por último, se colocan en un tipo de fermentador o biorreactor que simule el cuerpo del animal, para generar más cantidad obteniéndose una masa muscular sin necesidad de haber sacrificado ningún animal.

A pesar de que todo esto parezca sencillo, el mayor hándicap es la consecución de grandes cantidades de tejido muscular para la comercialización. Y es que para producir 1 kilo de carne de laboratorio deben producirse aproximadamente 50.000 millones de células fuera del animal, replicando posteriormente la formación de fibras musculares, que luego se cosechan y procesan. Para que nos hagamos una idea, se necesitan alrededor de 20.000 de estas hebras musculares para formar una hamburguesa de tamaño estándar.

Sin embargo, la gran inversión que se está haciendo en esta tecnología sugiere que el beneficio es significativo. Entonces, ¿en qué nos beneficia exactamente? Concretamente se prevé que la producción de carne cultivada a escala industrial utilice aproximadamente un 89% menos de agua, un 99% menos de tierra y que reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero hasta en un 96% en comparación con la producción de carne tradicional.

Asimismo, la carne cultivada alivia las preocupaciones éticas en torno a la cría de animales y las preocupaciones sanitarias derivadas de enfermedades transmitidas por animales. La verdad es que, como amante de la carne, no sé si existen razones organolépticas (gusto, olfato…) suficientes que justifiquen cuestionar estas cifras.

Finalmente, y a pesar de que han pasado varios años desde que se confeccionó la primera hamburguesa artificial, aún existen numerosos obstáculos tecnológicos que hay que superar para producir carne artificial a gran escala. Queda un largo camino de estudios y pruebas por delante, ya que el proceso de producción es extremadamente complejo, pues requiere proporcionar a estas células un medio seguro y apropiado para su crecimiento, evitar la contaminación de los cultivos y asegurarse de que la reproducción celular esté libre de efectos cancerígenos, entre otros retos.

Asimismo, otro gran problema para la comercialización de carne cultivada sería su aceptación por parte de los consumidores, ya que la naturaleza artificial del producto podría ir en contra de la creciente demanda de productos naturales. El consumo de carne artificial dependerá pues de un conflicto de valores a nivel individual y/o colectivo.