XANDRA ROMERO
SALUD

Otras formas de trastorno alimentario

Con el aumento de las temperaturas, parecen incrementarse también los deseos de sentirse bien, de estar sano, de cuidarse... Sin embargo, al igual que con otras muchas situaciones, hay personas que llevan sus comportamientos hasta el extremo, llegando incluso a perder el control.

Quizás estés pensando que me refiero a los «típicos» trastornos de la conducta alimentaria; por contra, hoy en día, es habitual encontrarse con diversas formas de comportamientos desadaptativos frente a la comida. Es el caso de la ortorexia nerviosa, un trastorno alimentario en el que la persona se preocupa excesivamente por la comida sana.

En este trastorno, la preocupación por la seguridad y lo natural se convierte en obsesión, llevando a algunas personas a consumir exclusivamente alimentos que proceden de una agricultura ecológica, libres de transgénicos, pesticidas o herbicidas y sustancias artificiales.

Este comportamiento puede conducir muchas veces a que se supriman grupos de alimentos que, en ocasiones, no se reemplazan correctamente por otros que aporten los mismos nutrientes.

A pesar de que no está suficientemente evidenciado, existen algunos criterios que definen a una persona que sufre este trastorno:

1. Dedicar más de tres horas al día a pensar en su dieta sana.

2. Preocuparse más por la calidad de los alimentos que del placer de consumirlos.

3. Disminución de su calidad de vida conforme aumenta la pseudocalidad de su alimentación.

4. Sentimientos de culpabilidad cuando no cumple con sus objetivos dietéticos.

5. Planificación excesiva de lo que comerá al día siguiente.

En el extremo contrario se sitúa otra «forma nueva» de trastorno alimentario, aunque aún sin una entidad diagnóstica, ya que no está recogido en el DSM (manual diagnóstico estadístico de trastornos mentales). Es la megarexia. Se trata de un trastorno de la conducta alimentaria que implica una distorsión de la imagen corporal consistente en que las personas afectadas padecen obesidad o sobrepeso, pero cuando se miran al espejo, no lo perciben. Al contrario, se ven a sí mismas como sanas y delgadas, negando así el alcance de su problema.

Ante esta negación de la enfermedad, predomina un estilo de vida sedentario con una alimentación desestructurada, rica en alimentos con una densidad calórica y de azúcares simples elevada, pero pobre en otros nutrientes. Todo esto conlleva a medio plazo el padecimiento de síntomas de malnutrición debido a la carencia de nutrientes esenciales, como vitaminas, minerales y aminoácidos.

Este déficit de nutrientes puede alterar la bioquímica del cerebro, al igual que ocurre en la anorexia, por lo que la megarexia puede convertirse en una grave enfermedad.

La consecuencia más relevante es la obesidad y el sobrepeso, factores de riesgo que aumentan la posibilidad de sufrir enfermedades crónicas como diabetes, síndrome metabólico o enfermedades cardiovasculares.

Y es que debemos entender que la comida «no se usa», sino que, al fin y al cabo, cumple dos funciones: la de «necesidad» –es decir, procurarnos combustible y permitirnos la vida– y, en segundo lugar, hedónica –satisfacernos y disfrutar de ella–.