TERESA MOLERES
SORBURUA

Con los pies en el agua

H ay árboles que prácticamente viven con los pies en el agua. Al ciprés calvo como a los sauces, pasando por el serbal y el abedul, les gustan los suelos húmedos. El Taxodium distichum, popularmente conocido como ciprés calvo –se llama así por su follaje caduco que se pone rojizo en otoño antes de caer– es uno de ellos, incluso en nuestro clima, y se caracteriza porque para oxigenarse mantiene unas raíces de formas algo inquietantes hasta la superficie. Su imagen se asocia a las películas sobre los manglares de Florida, donde posan en compañía de los caimanes. Su pariente, la Metasequoia, es otro árbol singular que se vuelve dorado en otoño y aparece aislado en parques o grandes jardines.

El serbal de los cazadores o Sorbus aucuparia también necesita suelos húmedos y ácidos. Se cultiva por sus frutos gruesos, de color naranja y por supuesto comestibles y a los que los pájaros son muy aficionados. Una de sus variedades es la péndula, más apropiada para lugares pequeños al alcanzar solo los cuatro metros de altura. El abedul llorón o Betula pendula tiene un porte que hace honor a su nombre. Se trata de un árbol majestuoso, pero con el inconveniente de que requiere un gran espacio, teniendo en cuenta que puede alcanzar hasta 15 metros de altura. Con cinco metros menos están los Tristis, dotados de una corteza del tronco blanco resplandeciente.

Todos los sauces viven en terrenos húmedos. Uno pequeño y elegante es el Salis exigua, de tres metros de altura. El Sekka, más alto y raro por la retorcida forma de sus ramas, es muy apreciado por los japoneses. Estas especies no se deben podar en exceso para que en invierno luzcan sus lamentos decorativos. A estos árboles les acompañan flores igualmente amantes de terrenos húmedos: la digitalina, venenosa y de color rosa púrpura, crece espontáneamente casi en el agua; el iris del Japón, de flores rosas y blancas de hasta 20 centímetros de diámetro, es fácil de multiplicar por sus rizomas, mientras el astilbes rosa es otra opción al borde del agua.

Una flor muy conocida es la cala. Entre los paisajistas es famoso el jardín italiano de Ninfa, dedicado a las divinidades del agua, un lugar privilegiado regado por un lago y un río. Las calas, plantadas a lo largo de estanques y arroyos, forman curvas blancas muy apreciadas en los diseños modernos.