IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Camino del Calvario en Normandía

Durante los últimos días, dos conversaciones casuales han acompañado a la escritura del comentario de la obra Chemin du Calvaire del arquitecto normando Antonin Ziegler. Aunque ambas han versado sobre lo que en arquitectura debe entenderse como bello, cada uno de los interlocutores hablaba desde posturas aparentemente cercanas, pero en realidad diametralmente opuestas. El primero de ellos se quejaba amargamente de la fealdad de la vivienda que nos rodea, sobre todo de la que se construye hoy en día. En segundo de la poca cultura arquitectónica que existe y de la falta de sensibilidad del común de los mortales hacia las arquitecturas modernas, experimentales o vanguardistas.

En el momento actual, el susto que desde 2008 había paralizado a la pequeña y mediana promoción ha desaparecido, y ahora los proyectos de vivienda aislada, unifamiliar o bifamiliar han comenzado de nuevo a brotar en las amplias parcelas urbanizables previstas por la normativa. Para el lector de arquitectura novel, el proyecto de vivienda unifamiliar ha sido el laboratorio en el cual los profesionales han querido mostrar sus teorías arquitectónicas, tal vez porque no les quedaba otro remedio por la falta de encargos mayores. La historia de la arquitectura de los últimos cien años se escribe con las viviendas unifamiliares de Gerrit Rietveld, Adolf Loos, Mies van der Rohe, Le Corbusier, Robert Venturi…

Por ende, los que tratamos de explicar qué pasa en la arquitectura contemporánea siempre tenemos un ojo echado a las unifamiliares que se construyen. Durante estos últimos diez años de crisis, se ha dado un fenómeno relacionado con la rehabilitación, de construcción mucho más lenta, que nos ha dado ejemplos de modernidad aplicada entre los muros de una construcción tradicional, que se conservaba en ocasiones por falta de dinero o por un impedimento de la normativa urbanística para construir más.

Sin embargo, apenas el mercado ha subido un par de grados de temperatura, se empiezan a ver las formas rompedoras, asíncronas, desligadas de las raíces de la zona que los rodea, que bien pueden construirse tanto en Urdaibai como en el delta del río Zhu Jiang en China. Lo paradójico del tema es que en algunos casos estas formas caprichosas vienen promovidas por un espíritu «rompedor» y claramente provocador, que no busca sino distinguirse a costa de hacer algo lisa y llanamente feo, carente de proporción y de conexiones con el estilo del lugar.

De granero a casa. Este proyecto plantea reconvertir un antiguo granero de forraje para caballos en una vivienda unifamiliar. El propio granero era una pequeña maravilla, muestra de la arquitectura vernácula de la Alta Normandía. Esta tuvo una influencia decisiva en la arquitectura civil del siglo XIV tanto en el continente como en Inglaterra, donde la denominación «románico» para referirse al estilo artístico se conoce como «normando».

Los normandos construían sus casas con un entramado de madera, realizando una malla que arriostraban con piezas en zigzag y rellenaban con arcilla a modo de tapial. En muchas ocasiones, el entramado quedaba visto, creando un alzado potente y reconocible. Para proteger a la madera y conseguir una basa resistente, el entramado o jaula de madera partía de una base de ladrillo o piedra, donde la madera quedaba empotrada.

La propuesta de Ziegler, en Notre Dame-de-Bloquetrit, recoge la esencia de esa arquitectura surgida en la vega del Sena y le da un tratamiento moderno: la casa reconoce la potencia de la madera, y decide dejarla vista por dentro, colocando el aislamiento térmico entre la madera y una nueva cubierta de zinc, que se deja sin tratamiento protector para que adquiera la pátina natural del material, que actúa a su vez como protector.

El interior de la vivienda destaca por la obra de la madera de roble, si bien los elementos nuevos pretenden pasar desapercibidos, construyéndose en mortero pulido y hormigón visto. El inmueble no es por eso menos lujoso, sino más elegante; solo basta con ver las imágenes del spa interior que posee.

La obra de Antonin Ziegler es interesante porque precisamente muestra cómo se puede realizar una obra moderna a la par que respetuosa con el lugar y la tradición, sin pretensiones, y lo que es más importante, con un presupuesto que no alcanza los 1.400 euros por metro cuadrado, un ratio bajo para una rehabilitación para Euskal Herria, ni qué decir para el Estado francés. Es decir, si se quiere, se puede.