Iñaki Artazea
Entrevue
EILEN JEWELL

«El pop actual no me dice absolutamente nada; casi todo suena comercial, convencional y superficial»

Menuda y aparentemente tímida en lo físico, y grande y con ideas claras en lo creativo, la cantante norteamericana Eilen Jewell (Boise, Idaho, 1979) se ha ganado a pulso un destacado lugar internacional en la música country y sonidos derivados. Grabó en su día un homenaje a la valiente pionera Loretta Lynn y en su octavo disco, “Down Hearted Blues”, hace lo propio reivindicando el viejo sonido rural, actualizado, de Charles Sheffiel, Willie Dixon o Albert Washington y en particular de mujeres claves del género como Bessie Smith, Betty James, Memphis Minnie o Moonshine Kate. La dulce chica de la bella voz triste vuelve a nuestros escenarios y estará el miércoles 15 en el bilbaino Kafe Antzokia y el sábado 18 en la sala Tunk de Irun en la fiesta Gaztemaniak! junto a Ainara Legardon y Charley & The Colours. Tras una experiencia urbana en Boston, Eilen regresó a sus viejas montañas para revisar su pasado en forma de canciones, encarar su presente como madre y soñar con una granja propia donde cultivar productos vegetarianos y con una casa natural hecha de tierra, piedra y madera. La vuelta a su comunidad le ha reunido también con el ambiente de influencia euskaldun de su infancia, del que dice sentirse particularmente orgullosa hasta el punto de desear haber sido vasca.

¿La «princesa country» ha decidido ser también una chica blues?

Amo el blues desde que descubrí los discos de Howlin’ Wolf y Mississippi John Hurt en la colección de mi padre, escondida en una estantería del garaje. Tenía 15 años y supe claramente que iban a ser importantes en mi vida. Diría que desde que empecé a grabar, en estos últimos doce años, la mayoría de álbumes contienen aires blues. Algunos incluyen blues compuestos por mí como “Final Hour”, “One of Those Days” o “No Place to Go”. Soñé siempre con grabar un disco entero de blues; estaba esperando el momento oportuno.

¿Con qué criterio ha elegido la docena de canciones de «Down Hearted Blues»?

Quería resaltar sobre todo a artistas de blues menos conocidos, con un par de excepciones y, en especial, a artistas femeninas. La mitad de esos temas son canciones que amo desde hace tiempo y que me han influido. La otra mitad son amores nuevos. Elijo siempre composiciones que tengan letras sabias. Tengo que ser capaz de conseguir llegar a lo que hay detrás de lo que se dice.

¿Hay en este trabajo un cambio de esquema sonoro? La banda se desnuda, cambiando la batería y los instrumentos eléctricos por tablas de lavar, mandolinas o banjos. ¿Lo exigía el tipo de sonido del blues?

Algunas de esas canciones pedían ser arropadas mejor por instrumentos acústicos. Amo por igual el blues rural y el urbano y quería que hubiese representación de ambos. Ya había banjo y guitarra dobro en mi primer disco “Boundary County” y en el más reciente, “Sundown Over Ghost Town”, sonaban el violín y la mandolina. De hecho, la mayoría de mis discos contienen algo de violín; estamos familiarizados con esos sonidos.

Este capítulo blues refuerza la idea de que las canciones tristes (ese trágico «Sea of Tears», de 2009) son sus favoritas. ¿Es Eilen tan triste y melancólica o es un ser humano más feliz?

Soy un ser humano relativamente feliz, en parte por la música. Nunca pensé que mi música fuera un ramillete de canciones tristes hasta que la gente empezó a verlo así. Me gusta la buena música y la mayor parte de las canciones a las que me he ido acercando son tristes. Quizás tenga que ver con el hecho de enamorarse del blues a los 15 años.

El nuevo disco confirma la dificultad de clasificar su música: country clásico o alt country, hillbilly rock o Americana, incluso country negro o box-car soul. Y ahora blues...

Yep. Dejo la clasificación a los equipos de marketing y a los críticos. No es mi especialidad.

En todo caso, lejos de Beethoven. Porque comenzó a tocar el piano a los 7 años tras escuchar su música en la caravana familiar.

Así fue. Bajábamos de Alaska a Idaho en un viaje que nos costó unos diez días. Mis padres ponían mucha música clásica en el casete, oí las sonatas para piano y pensé: «Quiero hacer eso, quiero tocar el piano como Beethoven». Así que les pedí que me apuntaran a piano. Fue mi primera ambición musical, pero no es tan diferente del blues: es expresiva, dramática, bellamente melancólica.

A los 15 años sustituyó el piano por la guitarra. ¿Cómo fue ese cambio de amores?

Cogí la guitarra porque había empezado a cantar con un amigo, Daniel Fram, por simple diversión. Quería algo transportable que pudiera llevar al río o de camping para sentarnos allí y cantar. Hacíamos sobre todo canciones antiguas de Dylan o de Donovan y viejas tonadas folk.

Pero, ¿no fue Billie Holiday la influencia mayor en su manera de cantar?

Sí, Billie Holiday fue la primera persona cuya voz quise imitar. También fue a los 15 años cuando comencé a escucharla. Cogí algunos casetes de la biblioteca local y los oí hasta desgastarlos.

¿Y entre Beethoven o Billie Holiday, cuándo fue su descubrimiento de la música country?

Bastante más tarde. Siempre pensé que no me gustaba nada porque escuchaba mainstream country y no sabía que existía algo llamado classic country. Hank Williams, Loretta Lynn, Bob Wills y todos esos personajes no entraron en mi mundo hasta cumplir los 20 años y me cambiaron la vida. Un amigo me puso un día “There’s a Tear in My Beer” y me convertí al instante.

Pasó por la fiebre de la clásica, el jazz-soul, el blues y el pop de los 60, pero parece que no soporta el actual.

Cierto. Me encantaba la música de la radio de los años 50, Bill Haley y el primer rock and roll, el blues, el jazz y el pop de los 60, de Dylan a The Kinks y algo de garaje. Pero mi amor por la música comenzó a disminuir cuando llegué a la de los años 70. El pop mainstream actual no me dice absolutamente nada; casi todo suena comercial, convencional y superficial.

Fue al colegio en Santa Fe, Nuevo México, y comenzó a cantar en el mercado y por las calles de Venice Beach. Después lo intentó en Massachusetts y finalmente en Boston. Dice de sí misma que tiene un sentido de «la pasión de viajar» y que, cuando conoció el término «wanderlust», sintió que por fin tenía una palabra para definirla.

Así fue. Aprendí esa palabra cuando tenía unos 8 o 9 años y sentí que llevaba en la sangre lo de viajar mucho. No podía esperar, tenía que salir y marcharme a cualquier parte.

¿Ha leído el ensayo «Wanderlust» de Rebecca Solnit sobre el caminar?

No, pero viendo el título puedo apostarte a que me gustaría.

Su primer disco salió en 2005 y en 2007 grabó «Letters From Sinners and Strangers». ¿Es usted una persona pecadora y extraña?

Definitivamente, un poco de ambas.

En 2010 grabó un homenaje a Loretta Lynn y declaró que «se había atrevido a escribir canciones sobre temas considerados inapropiados, especialmente para las mujeres». ¿Qué temas eran?

Escribió sobre la doble moral de juzgar a las mujeres por divorciarse, pero no a los hombres; el efecto liberador de la píldora anticonceptiva; ser “la otra” en la relación con un hombre casado; la lucha entre amar a tu país, pero odiar la guerra... En su tiempo, las mujeres no tenían permitido cantar sobre ese tipo de cosas en los locales honky-tonk. Especialmente las mujeres del sur.

¿Loretta es «la mujer con más canciones prohibidas que se pueda pensar»?

Eso es lo que decían.

El country está lleno de grandes cantantes femeninas, pero se le suele considerar muy masculino. ¿Es un tópico?

Supongo que tiende a ser un género bastante masculino.

Sorprende en todo caso que rudos cowboys canten baladas tan sensibles, incluso lacrimógenas.

Les encanta cantar sobre sus mamás.

¿Por qué tituló su disco de 2011 como «Queen of the Minor Key» («Reina del acorde menor»)?

Cuando estaba empezando a cantar, un amigo músico me presentó así en escena. Al principio me avergonzaba, pero después decidí aceptarlo y llevarlo como apodo. Nadie lo había usado antes, pensé que me podría valer y funcionó.

Regresó a vivir con su pareja y batería del grupo, Jason Beek, a las montañas de Idaho en 2012. La idea se le ocurrió cuando, trabajando en un café de Boston, oyó por la radio a Loretta cantando «Honky Tonk Girl». ¿Le recordó sus raíces y decidió volver a su tierra natal?

Sí, me hizo añorar una vida más rural, más cercana a la que tuve de pequeña. Loretta es de Kentucky, a unas dos mil millas de Idaho, pero algo del sonido de sus grabaciones tempranas me recordó mi hogar. Posee algo simple, honesto, inocente... muy difícil de adquirir cuando se lucha por hacer equilibrios para sobrevivir en una ciudad dura y ajetreada.

De aquel cambio de vida nació el disco «Sundown Over Ghost Town», que pareció el más autobiográfico de su andadura.

Fue definitivamente el más biográfico de mis álbumes. Retornar a mis raíces fue un proceso muy introspectivo y pensé que estaba preparada para el cambio. Quise contar mi historia, de dónde procedía, en cada canción. Recuperar y grabar todo lo que tuviera que ver con ese pasado. Idaho es un lugar único. Siempre lo di por sentado, pero tras dejarlo me di cuenta de lo mucho que significaba para mí.

Quizás por eso esta nueva obra vuelve a estar centrada, como en el caso de Loretta, en temas ajenos. ¿Es una especie de equilibrio entre componer obra propia y revisar material de otros colegas de profesión y de gustos musicales?

Ahora he sentido que, de alguna manera, ya era hora de mezclar un poco, de hacer algo que siempre quise hacer, sin la presión de la escritura, de la composición. De momento.

Y en esa vuelta a su tierra hubo una novedad mayor porque dos años después nació su hija Mavis. ¿La maternidad le cambió?

Me cambió en profundidad, sí. Mi vida ya no es más mi propia vida, para mejor y para peor; ahora es mucho más profunda y siento más compasión por la gente. Me gusta ser madre y Mavis es ya una persona excepcional. Ese atardecer (“Sundown”) del título era en parte un mensaje para ella. Lo de ciudad fantasma (“Ghost Town”) tiene que ver con la decadencia de algunos lugares de aquí, abandonados tras decaer la actividad minera. Pero los puntos luminosos de la portada en la noche quieren significar la vitalidad de Boise.

Se supone que la vida es radicalmente diferente en los montes de Idaho que en la mega urbe de Boston.

Así es. Muchas cosas son más fáciles. Y amo tener cerca a mi familia, a pocas millas unos de otros. Es más tranquilo, todo fluye más lento, la gente se para y habla contigo con naturalidad, sin la tensión y desconfianza de Boston. Y la belleza natural y los paisajes te inspiran más.

¿Una vida «normal» haciendo lo que hacen las familias “normales”? ¿Muy lejos de la vida rockera urbana?

Sí. Cuando no estamos de gira vamos al parque, hago rompecabezas, la compra, al parque otra vez... Es bastante dulce. Simple y dulce.

¿Cómo se las arreglan con su hija cuando salen de gira?

Viene con nosotros. Viajamos con mi suegra, que la cuida mientras actuamos. Me siento afortunada de poder pasar tanto tiempo con mi familia.

Usted es vegetariana y, a la vez, usa mucho la expresión «orgánico» para describir su música. ¿Existen similitudes entre ambas cosas?

Muy perspicaz por su parte... Supongo que hay similitudes. Me gusta la música que suena natural, no excesivamente producida, como la comida que es natural. Algún día quiero construir una casa que sea enteramente natural, hecha de tierra y rocas y madera... Me temo que en esto soy un tanto anticuada.

¿Cuesta ser vegetariana en un país con una alimentación tan degradada industrialmente?

Mis padres me criaron como vegetariana, aunque no en plan militante; querían que pensara por mí misma. Así que, excepto alguna vez que probé la carne y el pescado cuando era joven, llevo toda mi vida acostumbrada y tengo que decir que se ha vuelto más fácil en los últimos años. Cuando crecí en Boise, casi nadie sabía ni lo que significaba. Ahora, casi todos los menús que encontramos tienen un apartado vegetariano y me arreglo bien, aunque no existe precisamente una tonelada de opciones. Y sí, la situación alimentaria en Estados Unidos es bastante sombría y me preocupa mucho. No es solo la industria alimentaria sino el creciente uso de plaguicidas y de transgénicos. Me dan ganas de huir, convertirme en granjera y plantar mis propios alimentos. Tenemos un jardín trasero y es uno de mis grandes placeres en la vida. Cuanto más mayor me voy haciendo más amo ser vegetariana porque me sienta bien, me hace feliz. Adoro los vegetales y me encanta cocinar. Es una felicidad volver de gira, dejar la furgoneta y correr a la cocina.

La composición instrumental «Kalimotxo», ¿es un homenaje a Euskal Herria?

¡Por supuesto! Existe una amplia comunidad vasca aquí, en Boise, de donde yo soy. Crecí con gente de apellidos como Uranga, Guerricabeitia, Uberuaga... Incluso nuestro alcalde es vasco. Se dice que es el único alcalde que habla vasco en todo Estados Unidos. Puedes pedir un kalimotxo en algunos bares y nosotros lo bebíamos de chavales. Es una palabra divertida para personas que hablan inglés y pensé que necesitaba tener una canción divertida. Me encanta el País Vasco, estoy entusiasmada de poder regresar.

Sabíamos que en Boise hay una universidad y un museo vascos. ¡Pero no que se podía potear a kalimotxos!

Sí, de verdad. Y en USA tenemos la lengua vasca en preescolar. Estoy tan orgullosa de nuestra comunidad vasca que a veces me olvido de que yo no lo soy. Como habrás adivinado, me hubiera encantado ser vasca. Eskerrik asko!