Jaime Iglesias
Italia meridional

Matera: de vergüenza de Italia a Capital Europea de la Cultura

Localizada en mitad de un paisaje agreste en el que aún afloran signos de una civilización campesina, ajena al paso de los siglos, que ha inspirado por igual a cineastas y a escritores, Matera se prepara para ser Capital Europea de la Cultura el año que viene mientras exhibe, con orgullo, las huellas de su propia historia. Una historia maldita que, por extensión, es la de muchos otros enclaves de la Italia meridional, un territorio que ha conseguido progresar aferrado a su propio espíritu de resistencia.

Llegué a un camino flanqueado, en uno de sus lados, por un montón de casas antiguas y bordeado, en el otro, por un precipicio. En ese precipicio se encuentra Matera. De frente, un monte calvo y yermo, de un feo color grisáceo, sin vegetación ni signos de cultivo, únicamente tierra y piedras golpeadas por el sol. Al fondo, discurría un pequeño torrente de escaso caudal que llevaba el agua sucia hasta las rocas de la orilla. La forma de aquél barranco era extraña, como la de dos medio embudos invertidos, separados, a su vez, por un pequeño espolón y unidos en su base por un saliente sobre el cuál se elevaba una iglesia blanca, Santa María de Idris (…) Esos medio embudos, esos conos invertidos, llamados Sassi (Sasso Caveoso y Sasso Barisano), tienen la forma que yo, de pequeño, en la escuela, imaginaba que tenía el infierno descrito por Dante (…) Un estrechísimo camino discurría sobre los tejados de las casas, si es que dichas construcciones merecen tal nombre. Más que casas son cuevas excavadas en la pared de arcilla endurecida del barranco (…) Las calles son, a su vez, pavimento para quienes salen de los pisos superiores y techos para quienes viven en las habitaciones inferiores (…) Las puertas de las viviendas permanecían abiertas a causa del calor. Al pasar por delante entreví el grotesco interior de las casas donde no entraba más luz y aire que los que provenían de la entrada. Algunas estancias ni siquiera tenían eso, ya que se accedía a ellas desde el interior, a través de trampillas y escaleras».

Estas líneas dan testimonio del impacto que causó en Carlo Levi su primera visita a Matera. Nacido en Turín en 1902, Levi se formó como médico, pero destacó como pintor, intelectual y militante antifascista, motivo por el cual el régimen de Mussolini le condenó por desafecto desterrándolo a la región de Lucania (la actual Basilicata), una de las zonas más despobladas del país y quintaesencia de las miserias que atesoraba en aquella época (y que aún hoy en día arrastra, aunque sea a otro nivel) el sur de Italia, el llamado mezzogiorno. Cuando en 1945 publicó sus memorias del destierro en forma de novela bajo el título de “Cristo se paró en Éboli” (texto que, años después, alcanzaría fama internacional con la adaptación al cine que realizó el napolitano Francesco Rosi con Gian Maria Volonté como protagonista), Carlo Levi puso a Matera en el mapa. Fue tal la conmoción que causó su relato sobre las condiciones de vida del campesinado italiano en esta inhóspita y árida región que propició la visita a Matera de los dos principales líderes políticos de la recién constituida República Italiana, el comunista Palmiro Togliatti y el democristiano Alcide De Gasperi a la sazón, este último, presidente del consejo de ministros.

Corría el año 1949 y Alcide De Gasperi hizo un recorrido exhaustivo por el enmarañado trazado urbano de Matera durante su visita a la región. Allí, sobre el terreno, pudo constatar las deficiencias de un sistema de alcantarillado que planteaba serios problemas de salubridad o la muy precaria instalación eléctrica con la que contaba la ciudad. No obstante, lo que causó mayor desazón al primer ministro italiano fue su visita al interior de las casas cueva, los famosos sassi (literalmente pedruscos, en italiano), esas unidades habitacionales directamente excavadas en la roca en las que familias enteras se hacinaban compartiendo espacio con cabezas de ganado de su propiedad y con sacos de grano y cereal. Aquella visión perturbó a De Gaspieri, quien se mostró categórico a la hora de definir a Matera como «vergüenza nacional», dando orden a su gobierno de disponer los recursos necesarios para sacar a todos aquellos pobres campesinos de sus insalubres hogares trasladándolos a una vivienda digna. Fue así como, durante los años 50, Matera comenzó a crecer extramuros. Se proyectó un ensanche urbanístico, se edificaron pisos de protección oficial y se mejoraron notablemente las infraestructuras en toda la región de Basilicata.

Todas estas actuaciones que, a simple vista, constituían una apuesta por el progreso y que buscaban incorporar a un territorio históricamente tan castigado como el del mezzogiorno a las dinámicas del Estado del Bienestar, generaron, no obstante, un interesante debate de índole sociológico y, hasta cierto punto, también ideológico. Hubo quien criticó que los esfuerzos del Gobierno italiano para paliar lo que su presidente definió como «una vergüenza nacional», únicamente buscaban lavar la imagen del país ante la comunidad internacional toda vez que el “caso Matera” como paradigma de las condiciones de vida que se daban entre las comunidades del sur de Italia había trascendido fronteras tras la publicación de “Cristo se paró en Éboli”. De hecho, auspiciada por la ONU, se creó una comisión para el estudio de la ciudad y el agro de Matera. Dicha comisión estuvo presidida por el sociólogo alemán Frederic Friedmann, docente en la Universidad de Arkansas y uno de los principales teóricos de la llamada Filosofía de la Miseria. Alentado por el testimonio de Carlo Levi, Friedmann visitó Matera el mismo año que Alcide De Gaspieri y su diagnóstico no fue tan implacable como el del primer ministro italiano: «Existe un sorprendente contraste entre las condiciones de vida objetivas de los campesinos y la nobleza de su conducta. Ese contraste enseña al visitante que la pobreza representa mucho más que una simple condición material, se trata de una forma de vida, de una filosofía». Estas palabras de Friedmann venían a refutar esa percepción de la pobreza como estigma alentada por quienes vinculaban el concepto de desarrollo al de prosperidad económica (un debate que sigue vigente en nuestros días). En este sentido, una acción política inspirada por el furor desarrollista no parecía el mejor antídoto para acabar con las miserables condiciones de vida que se daban entre los habitantes de Matera, toda vez que conllevaba el riesgo de erradicar una civilización campesina alejándola de sus raíces.

Han transcurrido casi setenta años de todo aquello y, actualmente, la ciudad vive días frenéticos. A la masiva afluencia de turistas que, año tras año, acuden a ella para confrontarse con uno de los conjuntos histórico-monumentales más fascinantes de toda Italia, hay que sumar el entusiasmo con el que sus habitantes e instituciones preparan la puesta de largo de Matera como Capital Europea de la Cultura 2019, todo un logro para un lugar que hace solo siete décadas mereció la consideración de «vergüenza de Italia». ¿Cómo explicar los motivos de una metamorfosis semejante? Quizá el secreto esté en que no ha habido tal transformación. Contra lo que pudiera pensarse, los habitantes de Matera jamás sintieron como una vergüenza su estilo de vida, por más que desde las instituciones estatales se les intentara convencer de lo contrario y por más que se les tendiera la mano para que dejaran de ser un territorio subdesarrollado, condición que jamás asumieron.

Orgullosos de su historia y del legado recibido de sus ancestros, los materanos no fueron tan obcecados como para rechazar aquellas actuaciones políticas encaminadas a mejorar su calidad de vida, pero impusieron su propio ritmo a la hora de asimilarlas, buscando que el desarrollo de la región no deteriorase la singularidad de su propio territorio. En todas estas décadas, las demandas que Matera ha planteado al Estado italiano han estado más encaminadas a recibir reconocimiento que inversiones o, en todo caso, a evitar que la llegada de estas condicionase la transformación física del lugar o hiciese peligrar la perpetuación de un legado cultural de incalculable valor.

Es muy probable que estas convicciones estén relacionadas con ese espíritu de supervivencia que, desde hace siglos, ha inspirado toda tentativa de progreso en la Italia meridional, una fuerza que cristaliza en una expresión como «l’arte di arrangiarsi» (literalmente, el arte de arreglárselas) que, más que una locución, en el mezzogiorno constituye un auténtico credo. Los famosos sassi, santo y seña de Matera, son un buen ejemplo de esa capacidad para salir adelante uniendo los destinos de la comunidad a los del territorio. Según nos cuenta Serafino Paternoster, autor del libro “La città invincibili. L’esempio di Matera 2019” y responsable de comunicación de la capitalidad cultural: «La particularidad de los sassi radica en el hecho de que estas viviendas se realizaron a través de la técnica de excavación. Durante mucho tiempo y en muchos casos, las cuevas se han utilizado como pequeñas canteras de toba, desde donde extraer los materiales para construir la parte externa. Todo esto ha creado una aglomeración original y una estratificación urbana singular donde las casas se entrelazan unas encima de otras». Este paisaje urbano, cuya configuración lo convierte en antecedente directo de las modernas favelas, unido a las propias condiciones de insalubridad que se daban en el interior de las casas cuevas hicieron de los sassi paradigma del subdesarrollo. Cuando a mediados de los años 50 el Gobierno italiano ordenó su desalojo y la reubicación de las familias que vivían en ellos en modernos pisos de protección oficial construidos fuera del casco histórico, la suerte de los sassi parecía estar echada.


Preservación del patrimonio arquitectónico. Sin embargo, los materanos se resistieron a que los sassi desapareciesen. Asumidos como símbolo de una identidad colectiva, la sociedad civil se entregó a la conservación de estas construcciones buscando fórmulas que aseguraran su supervivencia tras quedar, en su mayoría, deshabitadas. Esta iniciativa tomó impulso, singularmente, a partir de los años 80: «Se llevó a cabo una restauración de los sassi a través de técnicas absolutamente modernas y muchos de ellos comenzaron a acoger viviendas de diseño, hoteles o balnearios muy originales y sugestivos», explica Serafino Paternoster. En este sentido, también es digna de comentar la iniciativa de algunos ciudadanos de convertir el viejo sassi familiar en una suerte de museo o centro de interpretación para que el visitante pueda conocer, de primera mano, cómo se desarrollaba el día a día en el interior de esas viviendas hasta bien entrados los años 50. Actualmente, muchos de los turistas que acuden a Matera para perderse en su imbricada red de callejuelas superpuestas o para visitar alguna de sus famosas iglesias excavadas en la roca, anhelan alojarse en alguna de estas casas cueva convenientemente restauradas. En el mirador del Palombaro Lungo, que ofrece una de las mejores panorámicas de los sassi de Matera, un anciano hace constar lo paradójico del asunto al comentar: «Quién me iba a decir a mí cuando era joven que la gente pagaría por alojarse en un sassi. En aquél entonces, vivir ahí dentro era una ignominia».

Tras la restauración y reocupación de buena parte de los sassi, esa cruzada por la preservación del patrimonio arquitectónico y natural de Matera tuvo su episodio más decisivo en la solicitud que se le hizo llegar a la UNESCO para que reconociese la singularidad de este entramado urbano como Patrimonio de la Humanidad. Dicho reconocimiento tuvo lugar en 1993 cuando «los sassi y el conjunto de iglesias rupestres de Matera» fueron inscritos entre el conjunto de bienes materiales sometidos a un régimen de protección especial en el registro de Naciones Unidas. De este modo, Matera se convirtió en el primer enclave del sur de Italia en ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Para el periodista Serafino Paternoster, «aquello constituyó un gran desafío que, impulsado por un grupo de jóvenes entusiastas, consiguió unir, bajo un objetivo común, a todos los habitantes de la región. Veinte años después de lograr para Matera su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad, los descendientes de aquellos jóvenes entusiastas que promovieron la candidatura, propusieron a nuestra comunidad un nuevo reto: convertir a Matera en Capital Europea de la Cultura. Un desafío que nos hizo sonreír de nuevo y debatir y que obligó a las instituciones a imaginar formas de gobierno nunca antes experimentadas». Ambos episodios ejemplifican el espíritu de resistencia del que ha venido haciendo gala la población local y su capacidad de adaptación cuando parecía condenada tras ser expulsada de su hábitat por unos gobernantes para los que la pobreza constituía un signo de vergüenza.

Inspiración para cineastas y escritores. A la hora de tomar conciencia sobre lo importante que resulta preservar el legado en el afianzamiento de cualquier tentativa de desarrollo, los materanos han estado históricamente muy bien asesorados por una intelectualidad entusiasta que se fue haciendo presente en el lugar para convencerles de que la singularidad de su territorio constituía un activo de cara a no dejarse avasallar por una idea de progreso ajena a la especificidad de la región. Al margen de Carlo Levi, a quien aludíamos al inicio de este artículo, entre los grandes nombres que se entregaron a la defensa del legado histórico y cultural de Matera, destacan los del escritor y activista social Rocco Scotellaro, el del ingeniero y diseñador Adriano Olivetti o el de Pier Paolo Pasolini, poeta y cineasta que encontró en el inextricable trazado urbano de Matera la inspiración para reconstruir, en sus calles, la Palestina del siglo primero en su película “El Evangelio según San Mateo” (1964).

El de Pasolini no ha sido el único largometraje rodado en Matera, cuya peculiar fisonomía ha conseguido atraer la atención de otros muchos directores. El primer cineasta que rodó en sus calles fue Alberto Lattuada quien en 1952 acudió a Matera para ambientar su adaptación de “La loba”, sobre la novela homónima de Giovanni Verga. En 1962 fue Luigi Zampa el que eligió la ciudad de los sassi como escenario de “Los años rugientes” una farsa sobre el régimen fascista y las servidumbres del caciquismo en la Italia meridional. Posteriormente, Francesco Rosi llevó hasta Matera a Sophia Loren y Omar Sharif, protagonistas de “Siempre hay una mujer” (1967) y hasta el dramaturgo Fernando Arrabal sucumbió a los encantos de la ciudad a la hora de rodar “El árbol de Guernica” (1976). No obstante, aquellos films que más enorgullecen a los materanos de entre los rodados en su territorio son los realizados por directores de Hollywood que, inspirados por Pasolini, hicieron de Matera un trasunto de Galilea en época de los romanos. De este modo, Bruce Beresford eligió la ciudad como escenario de su épica “Rey David” (1985) con Richard Gere como protagonista, mientras que en 2004 fue Mel Gibson el que acudió hasta Matera para rodar su controvertida “La pasión de Cristo”. El rodaje más reciente de cuantos han acogido sus calles ha sido el del remake de “Ben Hur” (2016) dirigido por Timur Bekmambetov.

Este estrecho vínculo con el medio cinematográfico fue un punto a favor de Matera a la hora de ser designada Capital Europea de la Cultura en 2019, credencial que compartirá con la ciudad búlgara de Plovdiv. Los eventos previstos para el año que viene en Matera son múltiples y variados. Entre los mismos destaca la realización de medio centenar de producciones originales con las que, según comentan los responsables de la capitalidad cultural, buscarán responder a las cinco grandes cuestiones sobre las que estructuraron su candidatura: «“Raíces y rutas”, “Continuidad y rupturas”, “Futuro remoto”, “Utopías y distopías” y “Reflexiones y conexiones”». Uno de los momentos estelares será la representación de una ópera en los sassi, un proyecto lírico en coproducción con el Teatro San Carlo de Nápoles protagonizado por las comunidades de la región de Basilicata. La participación de los propios ciudadanos en todas estas actividades es uno de los puntos fuertes del proyecto de capitalidad cultural. No podía ser de otro modo, atendiendo a la implicación mostrada por la sociedad civil en el desarrollo de Matera a lo largo de estas últimas décadas. Según los responsables de Matera 2019, «los efectos positivos de este proyecto ya se están empezando a sentir ya que desde 2010, cuando lanzamos nuestra candidatura, hasta 2017, el número de personas que ha visitado nuestra ciudad se ha visto incrementado en un 150%». Sin embargo, más allá de las cifras, lo verdaderamente significativo del proyecto de capitalidad cultural es la firme convicción que demuestran los habitantes de Matera, y de la región de Basilicata, en general, a la hora de defenderlo y de difundirlo. Se trata de una muestra más del orgullo que exhibe una ciudadanía que no ha dejado nunca de confrontarse con su propio pasado a la hora de diseñar un proyecto de futuro para su territorio, por mucho que éste fuera definido hace ahora setenta años, como «vergüenza de Italia».