Karlos Zurutuza
Entrevue
Ricardo García Vilanova

«Hay una línea muy fina entre el periodista y el carroñero o el turista de guerra»

Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971) habla demasiado poco para todo lo que se guarda, aunque quizás no sea algo premeditado. Intuimos que las coordenadas de eso que llamamos «normalidad» se diluyen a medida que uno se acostumbra a navegar más allá de las lindes de los mapas: nada resulta ya lo suficientemente llamativo, lo suficientemente exótico o dramático para ser destacado, máxime para alguien que nunca busca epatar sino contar la historia de otros. Lleva casi dos décadas documentando el caos; desde Haití hasta Afganistán, pasando por Siria, país al que vuelve una y otra vez, y en el que ha pasado toda una vida.

La humildad casi extrema de este catalán que siempre quiso ser fotógrafo de guerra es un rasgo tan característico como su temple en las situaciones más complicadas de gestionar. Arrancó a finales de los 90, financiándose sus primeros viajes con bodas y bautizos y, a día de hoy, su trabajo documentando conflictos ha sido reconocido por docenas de premios internacionales y publicado en las cabeceras más prestigiosas del mundo. Se trata de eso, de que el mensaje llegue al mayor número de gente posible. Y de seguir trabajando, porque su máxima ambición pasa por seguir haciendo lo que hace aunque, dice, cada vez es más difícil.

En primavera publica “Fade to Black. Ascenso y caída del ISIS”, un libro de fotografía en el que documenta el fenómeno del que ha sido testigo directo además de víctima. Nos recibe recién llegado de Siria tras aceptar una propuesta de la BBC para grabar un encuentro entre él y sus captores del Estado Islámico hoy presos. Reconoce que no las tenía todas consigo, que temía que le montaran un show; que la tele, «por muy BBC que sea», a menudo te prepara una trampa sensacionalista de la que resulta difícil escapar. Le preocupa porque él nunca hizo leña de ese árbol caído: ni por los miles de dólares que le ofrecieron los yanquis por conceder una única entrevista tras su liberación (fueron ocho meses de cautiverio), ni tampoco por pasearse de plató en plató haciendo caja y followers.

Le preguntamos qué sintió al ver de nuevo a sus antiguos torturadores. Dice que «nada», que son psicópatas a los que solo quería mirar a los ojos, y que les desea que pasen el resto de su vida encerrados. La imagen de ese encuentro bien podría ser la del epílogo de uno de los capítulos más tristes y extraños de la historia reciente. Piensen también que la intrahistoria versa sobre dos individuos que se van como aparecieron, de repente, frente a uno que siempre estuvo allí.

 

 

Acaba de volver de Siria, se resiste a abandonar el país.

El encuentro con los supuestos carceleros del ISIS era una forma de cerrar un ciclo de siete años trabajando en el país. Como periodista independiente nunca habría tenido acceso, pero sí a través de la BBC, así que acepté su oferta. Estoy trabajando en un libro fotográfico y ese encuentro es el epílogo de mi cobertura de los tres califatos en Siria, Libia e Irak. Durante estos años he documentado la irrupción del califato, desde grupos yihadistas como Ahrar al Sham, Jabhat al Nusra, hasta el ISIS. He hablado con ellos en los tres países, cuando controlaban territorio, con sus familias, con sus presos… En resumen, he cubierto el nacimiento y el ocaso del Estado Islámico, y creo que no tengo más que aportar.

¿Cómo fue el encuentro?

Como me esperaba. Sabía que no estarían dispuestos a hablar, y que ni siquiera reconocerían que fueron ellos. Solo quería sentarme frente a ellos y mirarles a la cara antes de que se pudran en la cárcel.

¿Mejor que la pena de muerte?

La pena de muerte sería demasiado benévola para gente tan cobarde como ellos. No fueron consecuentes con su propio discurso; prefirieron entregarse a inmolarse, como ellos mismos predicaban. Son psicópatas que solo merecen pasar el resto de sus días encerrados en las mismas condiciones que infligieron ellos a sus cautivos. 

Dos de sus compañeros de secuestro, Marc Marginedas y Javier Espinosa, trabajan hoy en Moscú y Hong Kong respectivamente, mientras que usted volvió a Siria desde el día 2. 

Siria se había convertido en algo personal. Yo llegaba de las revueltas en Túnez, Libia, Egipto… Se respiraba una euforia, unas ganas de cambio, una ilusión por dejar atrás dictaduras longevas por todo Oriente Medio y el norte de África. Por supuesto, me refiero al principio, cuando ninguno sabíamos el desastre en el que iba a desembocar todo aquello. Supongo que me involucré a nivel personal desde el momento en el que creía en lo que buscaba esa gente. Siria, al igual que Yemen, se ha convertido en un auténtico paradigma de esas guerras en las que tanta muerte no ha servido para nada.

¿Cuál fue la responsabilidad desde Occidente?

Cometimos muchos errores, entre otros el de hacer de altavoz del Estado Islámico. Cada vez que había un acto brutal, una decapitación, la destrucción de lugares como Palmira, etcétera, nosotros hacíamos de caja de resonancia y era precisamente eso lo que ellos buscaban. No digo que tuviéramos que autocensurarnos pero sí creo que nos excedimos, y ellos se aprovecharon de esa debilidad nuestra para amplificar su mensaje. Por otra parte, nosotros, Occidente, solo reaccionamos cuando nos afecta directamente. Cuando el EI (Estado Islámico) ataca en Europa es cuando nos empieza a preocupar pero ya hacía tiempo que existía, y que había secuestrado la revolución en Siria, e incluso todo el país, a los sirios. Cuando llegan a Mosul y Kirkuk en 2014 aquí nadie movió un dedo porque no representaba una amenaza para nosotros. Es cuando amagan con llegar a Erbil cuando Obama hace un cortafuegos desde el aire. 

¿No cree que había un interés en que el ISIS se extendiera hacia territorio controlado por Assad?

Es posible, pero yo solo puedo hablar de lo que he visto. Todos los países tenían su propia agenda y, entre todos, se creó un monstruo que quedó fuera de control. Los turcos le hicieron el pasillo a Siria, eso lo vimos todos… Había pasado lo mismo en Afganistán financiando a grupos que luchaban contra los rusos. El propio Bin Laden se hizo un nombre allí mismo. En el caso del ISIS y el resto de los islamistas, Assad también tenía un interés en que estos crecieran. Sabemos que liberó a muchos islamistas de las cárceles nada más estallar la revolución hasta conseguir extender su retórica de que todos los que se levantaban contra él eran terroristas.

¿Y no lo eran?

No. Ocurrió después, cuando grupos afines a Al Qaeda y luego el Estado Islámico acabaron purgando a todos los que no comulgaban con su visión radical del Islam y su agenda demencial. Aquellos revolucionarios de verdad que yo conocí en los primeros años están o muertos o fuera del país.

También ha trabajado mucho en Rojava. ¿Diría que el espíritu de la revolución sigue vivo allí?

Si bien los kurdos no se posicionaron ni con el Gobierno ni con la oposición desde el principio, sí que es verdad que han construido un modelo de sociedad laico, igualitario e inclusivo que se desmarca totalmente de lo que ha habido, y sigue habiendo, en todo Oriente Medio y el norte de África. Además de haber sido los que más han sacrificado en la lucha contra el Estado Islámico, se han tenido que defender de los ataques de prácticamente cada facción en Siria. Sí que está claro que hay pequeñas bolsas donde la balanza demográfica se inclina a favor de los árabes suníes, y donde es más fácil que los enemigos de los kurdos, que son muchos, financien a grupos insurgentes. En cualquier caso, los kurdos han puesto en marcha un modelo democrático que creo que puede ser exportable a muchos otros lugares.

 

 

Volviendo a los errores de la prensa, acusamos a Assad de «genocida» por la destrucción de parte de Alepo, pero hemos sido mucho más benévolos con los americanos en Raqqa o Mosul, a pesar de que la imagen de destrucción era la misma.

Yo estaba allí durante el asedio de Alepo, lo recuerdo muy bien. Al principio tiraban mortero, luego helicópteros, aviones, barriles TNT, misiles scud… el régimen iba tensando la cuerda pero nunca la rompía. Pocas veces veías más de un avión o un helicóptero bombardeando. Raqqa fue un raid aéreo mientras que Mosul era un combate casa por casa. Respecto a lo que comentabas del mensaje, todo fue variando en función de la agenda. Hemos sido unos hipócritas y unos chaqueteros, hubo un cambio de directrices que hizo que pasáramos de llamar “genocida” a Assad a aceptar que debía permanecer en el Gobierno. Occidente acabó comprando su discurso, el de “o los terroristas, o yo”. Lo vimos con Gadafi, que pasó de ser un paria en la arena internacional, tras hacer explotar un avión comercial en Escocia, a ser recibido con alfombra roja en casi todas las capitales europeas. Son esos raseros distintos que marcan siempre la coyuntura política.

¿Fue 2011 un punto de inflexión en esa coyuntura que menciona?

Sin duda, aunque diría que Libia fue la excepción. Era facilísimo trabajar; la logística, el acceso, las comunicaciones… Aquello solo ocurrió en Libia, y en Siria al principio, cuando no había apenas periodistas. Los libios entendieron el papel de los medios, las redes sociales, etc., en toda su dimensión y acertaron porque aquello fue determinante para cambiar el curso de su historia. Los sirios hicieron la misma apuesta al principio pero al final se cansaron. Esperaban una reacción “a la libia” de la Comunidad Internacional, pero no fue así.

Al igual que en Libia, en Siria también ha cubierto el conflicto desde el lado de los insurrectos. ¿Dónde queda la objetividad?

Desde el momento en que decides cubrir un grupo u otro, esto del periodismo objetivo no existe. No debería ser así, y no tienes el mismo grado de implicación que un activista, pero estás mostrando la parte donde desarrollas tu trabajo, y donde evidentemente están las víctimas, que son siempre los civiles. Las hay en ambos lados aunque normalmente siempre es una de las partes quien paga un precio más alto.

Mencionaba las redes sociales. ¿No han sido también un punto de inflexión en su sector?

Con el uso de las nuevas tecnologías, la cámara fotográfica se globaliza, algo que toca de muerte a la fotografía entendida como forma de vida. Un redactor no tiene ese problema, pero hoy cualquiera con una cámara es fotógrafo. Ese es el punto diferencial. Pudimos pararlo pero ya no hay marcha atrás. Nosotros mismos rompimos el mercado tirando los precios; pan para hoy y piedras sobre el tejado. Creemos que publicar en un medio yanqui nos va a cambiar la vida y nada más lejos de la realidad. Publicar en un medio importante ya no es una puerta hacia un nivel superior, ya no hay giros de 360 grados en tu carrera. Libia fue precisamente donde empezó la curva. En Siria, ocurrió en agosto de 2012, cuando se abrieron las fronteras desde Turquía y todo el mundo tuvo acceso. 

¿Pero no redunda todo ello en una mayor difusión del conflicto?

Ese es el aspecto positivo, pero el negativo fue la constatación de que la fotografía de conflicto había muerto. Siempre cuento la misma anécdota: llevaba varios días en un hospital sirio con Javier Espinosa cuando llegó una manada de periodistas en un convoy… Habían bombardeado el hospital, así que quince tipos que acababan de llegar sacaron las fotos durante diez minutos y se fueron sin decir nada. Al día siguiente los médicos cerraron el hospital. Había cambiado la visión que había de los periodistas. Pasamos de ser bienvenidos a que nos vieran como algo totalmente ajeno a la esencia del periodismo.

Carroñeros…

No estoy en contra de que la gente se busque la vida, lo que pasa es que hay una línea muy fina entre el periodista y el carroñero o el turista de guerra. Nadie puede cubrir un conflicto como un local, ellos son siempre la mejor opción. Tienes que saber qué vas a hacer, cuál es tu objetivo y, desde luego, informarte sobre lo que pasa en el país para intentar entender sus claves. Nadie las conoce como un local, y es ahí donde entra la figura del fixer quien, además de traducir, te ayuda a entender lo que te rodea. Nadie puede contar todo eso como un local. También están los que viajan por el selfie; los que se hacen fotos entre escombros o con niños refugiados en brazos para aumentar su visibilidad en las redes e inflar su ego. Ir a la guerra por likes no sirve absolutamente para nada y, además, contribuye a esa precarización del sector.

 

 

¿Quién es más culpable, el editor que paga 30 euros por pieza o el reportero que los acepta?

Todos. Conocí los días en los que se pagaba el trabajo, se valoraba, pero lo de hoy es un desastre. Hoy prácticamente nadie vive del fotoperiodismo. La época dorada terminó y no volverá. Yo vivo del vídeo y la televisión, y eso es lo que me permite financiar viajes para sacar fotos.

¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de guerra?

Cuando te quieres dedicar a esto, lo importante es empezar de forma paulatina porque es la experiencia la que te permite ampliar el tipo de zona donde trabajas. La gente se cree que en una zona de conflicto todo son tiros y morterazos pero el nivel de peligro varía: no es lo mismo trabajar en Siria que en Sudán, y en cada país hay niveles distintos de violencia.

Hay fotógrafos que fotografían el horror de la guerra, en general, y otros que se esfuerzan en contarla buscando matices que ayuden a entender la coyuntura política e histórica del momento. ¿Dónde está usted?

Yo creo que hay que buscar un equilibrio entre ambos, en ese sentido. Quizá sea esa la mayor dificultad que tenemos en nuestro trabajo, el de no quedarnos solo en la superficie. Explicar el horror pero también la cotidianeidad; trasladar los ojos del que observa una foto a ese lugar al que no irá nunca pero que, sólo por puro azar, no es el suyo.  

Sus fotografías son siempre muy características, es fácil asociarlas sin tener que buscar la firma. ¿Es compatible la fotografía de autor con el fotoperiodismo de conflicto?

Diariamente estamos bombardeados por muchísimas imágenes a nivel informativo. Mi trabajo como fotógrafo es conseguir que la historia, la imagen que el espectador ve, quede grabada en su retina, que se transmita el mensaje porque nuestro trabajo es solo explicar los hechos. Una fotografía de autor, o una buena fotografía es la que refleja el instante de una situación, aporta información y tiene una buena composición. Eso, para mí, es fotografía de autor.

Hablaba antes de una «ilusión por el cambio». Comprobar que este no llega también tiene que quemar…

Sí, pero sin olvidar que el nuestro es un trabajo de documentación. Cuando no exigimos una información rigurosa, independiente y documentada, es cuando fallamos como sociedad. El editor de una de las revistas más importantes del mundo me decía que su revista se había convertido en un medio de people, de gente guapa y famosa, completamente alejada de lo que había sido en sus comienzos. Y esto lo escuché hace ya nueve años… 

¿Ejerce la guerra fascinación sobre Ricardo García Vilanova?

Las guerras sacan lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Las guerras destruyen nuestras convenciones sociales, las leyes... y esa tabula rasa nos hace mostrarnos como somos realmente. Siempre he intentado comprender esos cambios, tanto a nivel personal como histórico. Desgraciadamente, los grandes cambios llegan a menudo provocados por las guerras. 

Lleva casi dos décadas documentando el horror. ¿Cuál ha sido la factura a nivel emocional? 

Me cansa la figura del informador que explota el victimismo. En la vida hay que hacer las cosas con honestidad, y viajar a una guerra no te exime de ello. Tienes que asumir que todo eso puede pasar y recordar que nadie te obliga a ir. No creo que haya pagado ningún precio, ni que mi vida haya cambiado. Mi opción vital es esta y soy consecuente con mis decisiones. No hay marcha atrás. Supongo que sentiré limitaciones físicas propias de la edad. De momento aguanto, aunque tampoco me veo haciendo otra cosa. No hay nada más que me interese lo suficiente como para cambiar de forma de vida.

¿Consigue reconectar cuando vuelve a casa o tiene la mente siempre allí?

Volver a casa de un lugar donde te falta hasta lo más básico es siempre muy fácil. Yo sé disfrutar de una ducha caliente, de una buena copa de vino o de una cena en un japonés.