IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Solo apartarse, y que la vida siga

Hoy voy a hablar un poco más acerca de mi experiencia con la gente que atraviesa momentos difíciles, pero quiero empezar por una reflexión que encontré en un libro que aparentemente es lejano a la práctica de la psicoterapia.

En un libro de Declan Donnellan sobre interpretación, titulado “El Actor y la Diana”, el autor decía una frase en referencia a la formación de intérpretes que me llamó mucho la atención: «El talento, como sucede con la circulación de la sangre, ya está bombeando. Solo tenemos que disolver el coágulo». Me llamó la atención porque pensaba en mi profesión, la de psicólogo y psicoterapeuta; y en particular pensaba en cómo reacciona a veces la gente que conoce este rol, incluso aquellas personas con las que he trabajado en terapia. Algunas me preguntan como si yo tuviera un conocimiento secreto, otras me dan las gracias y me preguntan cosas como: «¿Cómo lo has hecho? Ahora me siento mucho mejor», y yo les respondo: «Lo que has hecho aquí lo has hecho tú». Es una respuesta que causa confusión, pero realmente no existe tal cosa como que yo, u otro profesional de la salud mental les haya dado algo que antes no tenían. La vivencia tras años de profesión es algo diferente, más cercano a lo que decía Donnellan sobre la actuación, o como también señalaba Eric Berne (psicólogo y creador del Análisis Transaccional): las personas tenemos un potencial innato hacia el crecimiento y la salud, y son las circunstancias de la vida las que nos obligan a adaptarnos más allá tanto del crecimiento como de la salud.

Por así decirlo, nosotros, nosotras, ya caminamos hacia lo que necesitamos, de un modo similar a cómo un bebé sabe de forma innata cómo mantenerse vivo (apelando a sus cuidadores, explorando, jugando, probando, pidiendo desesperadamente… Aunque necesite el apoyo de sus padres). Y, también, ya desde ese entonces las personas tenemos mecanismos que nos permiten enfrentarnos al dolor, la desintonía o la negligencia, aunque con unos mesecitos sea solo chillar y patalear, congelarse o mirar hacia otro lado.

Más adelante, el entorno social íntimo y el más próximo, nos lo pondrá más fácil o más difícil para seguir con nuestros planes de ser la mejor versión de nosotros mismos, de nosotras mismas. A veces lo hará de una forma más soportable y manejable, otras con un mayor peligro y sin protección posible. Sea como fuere, y por muy insoportable que haya sido en el pasado, hoy hay algo que va más allá de nuestra comprensión pero que es un hecho innegable: estamos vivos, vivas.

Y esa fuerza vital que nos mueve a seguir adelante, pelear si es necesario, movernos a nuevas tierras, huir, escondernos, jugar, enamorarnos, procrear, etc., a veces parece operar al margen de las circunstancias, o de la voluntad –aunque desgraciadamente haya gente que no logre contrarrestarlas–. Y es innegable para cualquier persona que haya atravesado una crisis profunda que tras el impacto inicial, o durante el mismo –puede durar poco o mucho tiempo–, algo por dentro hace que la detención no sea completa y constante, y nos mueve al siguiente paso, al siguiente estadio.

Confiar en que poseemos esa cualidad natural para seguir adelante, para buscar mejores circunstancias, no es un acto vano de fe, más bien podría ser una obviedad científica. Por mucho que los profesionales estudiemos una y mil veces las circunstancias del cuerpo y de la mente, que sepamos cómo deshacer los “coágulos” que se interponen en el fluir natural de la sangre, hay algo más grande que todos nosotros, que todas nosotras, y que tiene una fuerza que está de nuestro lado: la propia vida. También en el libro con el que abría esta sección otra cita del mismo autor sirve para cerrar este texto: el médico puede explicar por qué el paciente ha muerto, pero jamás puede explicar por qué está vivo.