Unai Aranzadi
LOS ALTOS DEL GOLÁN

Viaje a la Siria ocupada por Israel

Hay un enclave montañoso que une geográficamente a países tan diversos como Líbano, Siria, Jordania e Israel. Cruzado por manantiales, tierra fértil y nieves invernales, fue conocido por su diversidad cultural. Son los Altos del Golán, un territorio estratégico que Naciones Unidas sigue reconociendo como parte de Siria a pesar de que Israel lo ocupa desde 1967.

Hasta la guerra que enfrentó a Siria e Israel en 1967, el legendario río Jordán era la barrera natural que separaba ambos estados, pero ahora los automovilistas israelíes atraviesan el puente Benot Ya'akov sin darse cuenta de que ese exiguo caudal fuera entonces una frontera internacional. Es quizás solo cuando se está al este del río y comienzan a verse las montañas, cuando el viajero es consciente de que se adentra en un lugar diferente, hacia una meseta escasamente poblada y cubierta de vegetación en la que no es difícil ver zorros, liebres o jabalíes. Una vista hermosa y apacible, súbitamente alterada por las habituales hileras de trailers que congestionan la vía llevando sobre sí enormes carros de combate Merkava.

Para Israel, los 1.158 kilómetros cuadrados del Golán son ya parte indiscutible de su territorio. Una certeza que obtuvo un respaldo histórico el pasado 25 de marzo, cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, reconoció oficialmente la soberanía israelí sobre este enclave sirio. Hasta la llegada de los soldados hebreos en 1967, los Altos del Golán tenían 120 poblaciones y un número similar de granjas. En ellas no solo vivían árabes sirios, sino también un 30% de minorías que, a lo largo de los siglos, fueron llegando junto al Imperio Otomano: chechenos, kurdos, daguestaníes, armenios, turcomanos y circasianos.

Hoy, de toda aquella diversidad, no queda prácticamente nada, pues Israel expulsó al 95% de todos ellos (130.000 personas) dejando en pie solo cinco de aquellas 120 poblaciones. Majdal Shams es una de ellas. Enrocada en la ladera de una montaña a 1.130 metros de altura, es el hogar de unos 10.000 sirios drusos. Los drusos son una minoría religiosa que cree en la reencarnación y comparte la fe en muchos profetas del islam y las tradiciones judeocristianas. Con un marcado carácter gnóstico, surgieron como una secta del islam en el siglo X y, en la actualidad, suman alrededor de un millón de fieles en todo el mundo. Uno de sus lugares sagrados es el santuario de Nabi Yafuri, situado en el valle tras el que se corona Majdal Shams. Allí las y los peregrinos comparten espacio y se enorgullecen de ser más liberales que los sunitas, pues dicen asumir que nadie de las nuevas generaciones se cubre la cabeza, extremo que se corrobora en sus poblaciones, donde prácticamente todas las mujeres llevan el pelo sin ningún tipo de pañuelo.

No lejos de este lugar sagrado tiene su despacho, Nizar Ayoub, director de Al-Marsad, el Centro Árabe por los Derechos Humanos en los Altos del Golán. Según lleva años denunciando este doctor en Derecho Internacional, «Israel tiene grandes planes para el Golán. Pretende construir 30.000 viviendas unifamiliares y traer a 250.000 colonos de cara al año 2048. También la construcción de un aeropuerto y una vía de ferrocarril para acercarnos a su país». Por lo pronto, los colonos israelíes ya poseen más del 90% de las explotaciones agrícolas, así como 34 asentamientos ilegales y una creciente comunidad de 27.000 personas, prácticamente la misma que hay de árabes en el Golán. Por el contrario, los árabes drusos de Majdal Shams y otras poblaciones colindantes como Buqa’ata o Mas’ade, son apátridas, carecen de pasaporte y son refugiados en su propia tierra. Tal y como señala el doctor Ayoub: «Israel ha violado la Convención de Ginebra sacando a la gente del territorio. Desde su llegada en 1967, seguida de la guerra del Yom Kipur en 1973 y la anexión unilateral de 1981, jamás se han dejado de violar los derechos de los que permanecemos. Lo que ha hecho ahora Trump, oficializar esta anexión, es algo que nadie hizo antes».

Aunque el árabe sigue siendo el idioma cotidiano de los drusos, en los últimos años los rótulos de los comercios de Majdal Shams tienden a tener las letras en hebreo más grandes que las del árabe, no así al pie de la estatua de Sultan Al-Atrash Pasha, el revolucionario druso que en 1925 lideró la revuelta de Siria contra los colonialistas franceses. «Resistimos, pero poco a poco la gente se va asimilando a los nuevos escenarios», señala Latif, un joven vendedor de carne halal que explica cómo al principio muchos comercios tenían banderas de Siria, e incluso retratos del presidente Bashar al-Asad. «Aunque aquí ya ha perdido mucho apoyo, porque ha demostrado ser tan asesino como aquellos que se le enfrentaban», aclara desencantado un cliente ante la aprobación de los presentes.

Siguiendo calle abajo se llega a la oficina de correos. Allí la bandera israelí brilla por su ausencia y, presidiendo los mostradores de atención al público, se observa el retrato de un beato druso circunscrito por cuatro estrellas multicolor, emblema de su tradición religiosa. «Sí, guardamos tradiciones pero también fumamos o bebemos», afirma sonriente, Bassam Safadi quien, junto a su mujer Elham, alquila habitaciones en una calle, que aún céntrica, sigue advirtiendo mediante letreros la presencia de minas antipersona en las cunetas. Profesor de Geografía e Historia recién retirado, Bassam recuerda el contexto en el que fue niño como un pasado prematuramente lejano. «Nosotros somos sirios, nacidos aquí, en la República Árabe Siria, pero no tenemos nacionalidad reconocida. En Quneitra dejamos atrás una casa que sigue siendo nuestra, aunque ahora está demolida. En 1973, los israelíes destrozaron todas nuestras viviendas para que no pudiéramos regresar jamás. Y ahora es aún peor, porque desde la Guerra Civil del 2011 ya ni siquiera sabemos nada de nuestras familias al otro lado de la valla». Al otro lado de la valla –literalmente, a tiro de piedra– está la Siria en guerra fratricida. «Hemos visto el horror aquí al lado. Las explosiones eran diarias. Se veían los combates», recuerda apesadumbrado.

Nostalgia en tiempos sin esperanza. Echando la vista atrás, a muchos drusos del lado israelí les parece incluso tierno el tiempo de antes de la guerra civil, cuando familiares, parejas de novios o amigos, quedaban a ambos lados de la valla para verse y conversar a gritos, tal y como han reflejado algunas películas y no pocas noticias televisivas. «Pero hoy, al otro lado. ¿Quién hay? Yo no conozco a nadie», lamenta Bassam a sabiendas de que los árabes no suníes del lado en guerra escaparon al Líbano y Turquía tras la llegada de los salafistas. Según denuncia el “Nizar Ayoub”: «esa gente que ha tenido que salir del otro lado son refugiados por segunda vez». Preguntado por la responsabilidad de los mil hombres que componen la Fuerza de Observación y Separación de Naciones Unidas desplegada a lo largo de casi toda la frontera, el doctor cuestiona la parcialidad de la misión y sus observadores: «Nos hemos reunido con ellos, pero no hemos tenido resultados. El problema es que algunos cascos azules han traído a su familia y viven en los asentamientos ilegales de los israelíes. Además, la misión emplea a los judíos que vive en esas colonias».

Pero a Nizar Ayoub, al igual que a sus vecinos Bassam o Latif, es lo –aparentemente– irrevocable de la situación generada por la guerra civil siria lo que ha terminado por acabar con las pocas esperanzas que albergaban. «Dicen los israelíes que el Golán no puede ser cambiado por paz con Siria porque Siria ya no existe... Hasta antes de la rebelión del 2011 se pensaba que se podría llegar a algún arreglo [tal y como reveló la prensa israelí y el ex senador estadounidense, John Kerry, en el 2010 se estaba negociando con Siria algún tipo de acuerdo sobre el Golán], pero con la guerra el futuro se volvió ambiguo al haber una Siria partida». No obstante, por mala que fuera la relación entre los gobiernos de Damasco y Jerusalén, existían unos mínimos no del todo conocidos de puertas afuera. Por ejemplo, los jóvenes drusos del Golán ocupado podían viajar a Siria, donde estudiaban en la universidad de forma totalmente gratuita. A su regreso, Israel los incluía en su sistema de salud como médicos y especialistas en farmacia, «porque no solo les reconocían el título de Damasco sino que estaban valorados como muy buenos profesionales», recuerda Nizar.

El mayor punto estratégico que Israel ha ganado con la anexión del Golán mide 2.814 metros, atesora las fuentes del río Jordán y tiene a sus pies álamos, robledales y una gran variedad de fauna salvaje. Es el monte Hermón. Una cima en la que lo civil se funde con lo militar de una forma grotesca. Siendo una estación de esquí en invierno y un lugar de esparcimiento en verano, cuenta con combatientes de Hezbolá a una orilla y, hasta hace unos meses, miembros de las diferentes facciones armadas sirias en la otra. El ejército israelí controla la cima y custodia el perímetro, aunque en días de verano como los presentes es fácil ver a familias de colonos que, pistola al cinto, suben a la cumbre en telesilla.

Paz bíblica. Los operarios de la estación son drusos pero los administradores israelíes. Muchos de estos últimos viven en la colonia más cercana, la de Neve Ativ (Neve significa “oasis” y Ativ es el acrónimo de cuatro soldados israelíes que murieron aquí en un atentado). En esta pequeña colonia antes se erguía el pueblo árabe de Jubata ez-Zeit. Hoy de esta población de 2.000 habitantes expulsada en 1968 solo quedan los olivos y el cementerio, que aún conserva algunas lápidas, totalmente comidas por la maleza. Cerca de este asentamiento se encuentran unos lugares de excepcional belleza y gran valor histórico.

Uno es Banias, un bosquecillo cruzado por manantiales, donde las cascadas y meandros surcan yacimientos de los tiempos bíblicos. Y otro es el espectacular castillo de Nimrod, una enorme fortaleza árabe que se erigió en la Edad Media para defender Damasco desde su flanco occidental. Para llegar desde Majdal Shams hasta el impresionante paraje en el que se encuentra el castillo, la carretera comarcal 989 pasa por el asentamiento de Neve Ativ. Privatizando la vía pública, este tiene dos enormes barreras abatibles que colonos y militares pueden cerrar a su antojo, escenificando así la función paramilitar que estos asentamientos, presuntamente civiles, tienen en el territorio. Según recuerda el doctor Ayoub, fue justamente aquí donde en junio del 2015 se produjo un suceso que espantó a la comunidad drusa, tanto por la brutalidad del hecho en sí como por lo que significaba. Apostado en la puerta del asentamiento ilegal, Nizar Ayoub lo recuerda así: «Una ambulancia israelí bajó del monte Hermón. Llevaba a dos combatientes de Al Nusra para ser tratados en un hospital. Entonces, justo aquí, un grupo de veinte o treinta matones pro Asad, casi todos menores, la detuvieron, sacaron a los dos combatientes heridos, y valiéndose de una gran piedra, mataron a uno». Y concluye: «Tenemos la convicción de que Israel ha apoyado a las fracciones que luchaban contra Asad».

Pero no solo los drusos sufren la ocupación israelí del Golán sirio. Los 2.500 vecinos de Ghajar viven una situación no menos complicada. Situado en el extremo noreste de la meseta, este pueblo está cercado por un sinfín de alambradas, torretas y puestos del Ejército israelí como si de una cárcel se tratara. Las viviendas de la mitad norte se hayan en suelo libanés, mientras que el núcleo urbano se haya en manos israelíes. A este únicamente se puede acceder atravesando un puesto militar en el que los uniformados hebreos solo dejan pasar a los vecinos empadronados. Salman es uno de ellos, y ante la imposibilidad de visitarle en Ghajar, explica su situación en su lugar de trabajo: una granja de las inmediaciones en la que cuida de 200 vacas, las cuales pastan pegadas a la valla desde la que Hezbolá complicó la existencia a Israel durante la Guerra del 2006.

Salman, como casi todos los vecinos de este singular pueblo, es alauita (una rama del Islam chiita, la misma que practica el presidente sirio, Bashar al-Asad) pero dice que en Ghajar «también hay unos pocos drusos y cristianos». Lo que diferencia a esta minoría de otros árabes habitantes del Golán es que, al contrario que los drusos de Majdal Shams, Buqa’ata o Mas’ade, ellos sí han aceptado la nacionalidad israelí. Tal y como admite Salman, a pesar de las políticas discriminatorias respecto a la libertad de movimientos, el acceso al agua o la tenencia de la tierra, Israel les ofrece unos mínimos que han terminado por imponerse, aunque les sigue pesando la imposibilidad de recibir visitas en su pueblo, una excepción que Israel solo tolera en contadas ocasiones, como en algunas bodas, visitas médicas o funerales.

Otro pequeño territorio que añade complejidad al mosaico del Golán son las llamadas Granjas de Shebaa. Ocupadas por Israel, estas tierras son reclamadas por el Líbano ya desde antes de la Guerra de 1967, cuando estas se encontraban en manos del régimen de Damasco. Con apenas 10 kilómetros cuadrados, han sido frecuente escenario de combates entre la milicia chií de Hezbolá y un Ejército israelí, que las controla casi por completo. Visitarlas no es posible y únicamente las vacas que pacen libremente en las laderas del monte Hermón se adentran en su inestable territorio. «Acercarse es peligroso y además no hay nada que ver», advierte Sahila, una campesina que, junto a su marido Hassan, vive de una pequeña granja en la que cultivan cerezas y manzanas.

Consciente de las riquezas que alberga el Golán, Israel inició en los sesenta un programa de explotación de los recursos hídricos y agrarios sostenido en su red de colonias. Por ello, a ojos de la denostada población siria, la mediática refundación de un kibbutz que lleve por nombre Trump Heights (los Altos de Trump) es una operación de marketing para dar la sensación de que la colonización se formaliza ahora cuando, por el contrario, esta se viene produciendo silenciosamente desde hace décadas. De este modo, la historia se está reescribiendo con la complicidad de actores externos y ya son muchos los medios, guías e instituciones que publicitan Katzrin –un asentamiento ilegal de 7.000 personas, formado en gran parte por judíos venidos tras el colapso de la Unión Soviética– como “la capital del Golán”, cuando esta colonia –que según fuentes del Concejo Regional, aspira a tener 25.000 residentes en pocos años– es un «proyecto ilegal», sin arraigo y aún «lejos de tener la raigambre de otras poblaciones con más habitantes como Majdal Shams», tal y como advierten desde el Centro Árabe por los Derechos Humanos en los Altos del Golán, una diminuta organización que se ve sola frente a gigantes como Google cuando estos borran de sus mapas los pueblos donde han nacido parte de sus integrantes.

Turismo de guerra. Fuente inagotable de agua y uno de los ecosistemas más ricos de la región, los productos que salen de estos asentamientos y explotaciones ilegales llegan a los supermercados europeos en forma de agua mineral, botellas de vino tinto y frutas que tratan de eludir su origen en el etiquetado. Uno de los epicentros de toda esta actividad industrial es la colonia de Merom Golan. Aprovechando los restos de una antigua base militar, fue uno de los primerísimos asentamientos creados en 1967 con dinero público israelí. Hoy este antiguo acuartelamiento trata de acentuar su rostro civil, mostrándose como un atractivo country lodgin en el que hay restaurantes, tiendas y un gran número de viviendas unifamiliares reservables por unas páginas web (como Airbnb o Booking) que las presentan como si se encontraran en territorio israelí.

Así las cosas, en la recepción de esta colonia, un turista puede encontrar folletos que publicitan aventuras en boogies, rutas a caballo o actividades de senderismo por los mausoleos dedicados a los soldados caídos en la Guerra de los Seis Días y el Yom Kipur. En el menú de su restaurante estrella, el asador Habrokim, se dice que las carnes y los zumos son ecológicos gracias a una sostenible producción local.

Situado a tres kilómetros de la frontera supervisada de facto por Naciones Unidas, este asentamiento tiene en sus inmediaciones uno de los lugares más visitados de todo el Golán: el monte Bental. Una prominencia que combina trincheras con una espectacular panorámica desde la cual los turistas pueden ver la guerra en Siria como si de un entretenimiento más se tratara. Sin ir más lejos, al tiempo de realizarse este reportaje, se produjo un intercambio de fuego entre un caza de la fuerza aérea hebrea y una posición de los militares sirios en las proximidades de esta frontera, extremo que precipitó la llegada de un escuadrón de helicópteros israelíes para regocijo del último grupo de turistas estadounidenses que, al caer la tarde, daba por concluida su visita al Golán ocupado.