Gorka Castillo

El crudo futuro del Amazonas ecuatoriano

El Yasuní es el último bastión protegido del Amazonas ecuatoriano, donde subsisten miles de especies de animales y plantas en estado salvaje, además de dos pueblos no contactados. Se trata de una de las mayores reservas naturales del planeta, por cuyas venas discurre su maldición: el petróleo. Tras años de dura pugna con las multinacionales, el Gobierno de Ecuador ha comenzado a explotar tres pozos que reportarán miles de millones de dólares a las arcas del Estado.

La noche acomoda el ánimo de Freddy Baigua, un waorani que se ganó el honor de perforarse las orejas hace tanto tiempo que ni se acuerda. Una gorra gris de los Chicago Bulls y un impermeable azul que enmarca unos ojos velados por el glaucoma. Sus 58 años parecen 78. Freddy nació en un poblado selvático de la provincia de Orellana, en el corazón amazónico del Ecuador, y tiene recuerdos que vuelven más oxidada su mirada.

César Amaca, de 62 años y rostro cobrizo surcado por un enjambre de arrugas. Habla mal el castellano y piensa regresar a la selva para reencontrarse con su familia tras muchos años de ausencia. Quiere celebrar el encuentro con un asado de carne del sajino en el onko, la casa tradicional, de su hermana. Pero su estancia será breve. La región está sacudida por el impacto de las petroleras, entre ellas Repsol, y el futuro no habla precisamente de paz. Será la última vez que lo haga. Después, César Amaca no volverá al Yasuní.

Estos casi 10.000 km cuadrados de territorio albergan una de las zonas más biodiversas del planeta, un paraíso terrenal donde los colores agotan el espectro. Bajo la verde cúpula del Yasuní habitan 5.000 especies de plantas conocidas, cientos de miles de insectos, 2.274 de árboles y arbustos, 596 tipos de aves, 271 de anfibios y reptiles, 499 de peces y 204 de mamíferos. También es el hogar de las dos últimas tribus no contactadas de Ecuador: los tagaeri y taromenane.

Pero el deseo del hombre por extraer los recursos que el Yasuní oculta en el subsuelo siempre fue demasiado poderoso. Desde el descubrimiento en los 70 de 920 millones de barriles de petróleo valorados en 18.000 millones de dólares dentro, los intentos para transformar esta jungla vigorosa en un inmenso cuadro de naturaleza muerta han sido incontables.

La llegada al poder de Rafael Correa en 2007 fue su salvación momentánea. El Gobierno diseñó el proyecto ITT con un fideicomiso de 3.600 millones de dólares a cambio de aislar eternamente este paraíso de las dentelladas feroces del consumo desaforado. Fue una lucha a brazo partido contra las multinacionales del petróleo, pero en agosto de 2013 se consumó el sonoro fracaso. Entre corrupciones internas y dejaciones internacionales, esta iniciativa única de conservación natural ha terminado sus días en el fondo de un cajón.

Guerra dialéctica. «El mundo nos ha fallado», repite un abatido Freddy Baigua al recordar las palabras pronunciadas por Correa el día que anunció el fin del sueño. «No quedaba más remedio si queremos tener hospitales y escuelas», añade sin mucha convicción. Freddy sabe que no todos piensan igual en la selva. Desde el controvertido anuncio de Rafael Correa sobre la explotación petrolera del Yasuní, la atmósfera política de Ecuador se ha cargado de conflictos y se ha desatado una guerra dialéctica entre los movimientos indígenas y el presidente que no cesa de crecer.

De hecho, las organizaciones sociales se han convertido en una piedra dentro del zapato del Gobierno del Ecuador. El pasado mes de mayo, cientos de personas desfilaron por las calles de Quito exigiendo una consulta popular. El colectivo Yasunidos, un conglomerado de movimientos ecologistas, está en la diana de las críticas oficiales desde el momento en el que pusieron en duda las razones de Correa sobre el «mal necesario» que supone finiquitar la Iniciativa ITT.

«Yo regreso a mi pueblo a pedirles que luchen para impedir la explotación», asegura César Amaca, cuyos recuerdos hacen todavía más tristes sus palabras. Hace diez años su poblado era un lugar casi escondido en la jungla, buena para la caza que daba de comer a 30 personas. Eran tiempos en los que las mujeres salían a recibir a algún misionero de la ciudad de Coca con una sonrisa en el rostro, dando el pecho a recién nacidos. Hoy, todo eso es polvo en los caminos. Desde que entraron las petroleras, el futuro de esta región es un destino impuesto. «Nos obligaron a escoger entre adaptarnos o irnos a otra zona de la selva», reconoce César.

Él se fue a Quito, pero en su pueblo quedó al resto de sus familiares. Ahora, el decorado ha cambiado. Lo que antes era una espesa selva de todos los colores, hoy es un paraje desolado. Amplias carreteras de lodo para vehículos pesados donde antes había cientos de árboles milenarios. Y restos de metales pesados, toneladas de hidrocarburos desparramados en pozos como el que dejó Chevron-Texaco en Sucumbíos, que nadie es capaz de mover sin ayuda. En lugar de la prosperidad prometida, las máquinas trajeron pobreza. La multinacional estadounidense abandonó sus instalaciones en el Amazonas ecuatoriano en 1990 dejando una huella de carcoma negra que aún perdura: Más de 65 millones de litros de crudo vertidos descontroladamente durante décadas que liberaron a la atmósfera cerca de 700.000 metros cúbicos de gas quemado y contaminó más de 20 millones de litros agua destinada al consumo de los habitantes. El número de muertos es hoy indeterminado y la salud de cientos de vivos sigue deteriorándose.

«Y mientras el Gobierno de Ecuador mantiene un contencioso tenaz con Texaco para que pague los 19.000 millones de dólares que dicta la sentencia, ha empezado a perforar en Ishpingo, Tiputini y Tambococha (ITT), muy cerquita, carajo», se lamenta César.

Aunque Correa ha garantizado que el impacto industrial que causará la explotación adjudicada a la empresa pública Petroecuador «solo afectará al 1 por 1.000» de la zona protegida del Yasuní y que los controles serán «permanentes e implacables», las dudas tienen raíces profundas en Ecuador. Alberto Acosta, uno de los promotores de la Iniciativa ITT, ferozmente crítico con esta decisión, ha levantado ampollas por sus comentarios contra la versión de los insignificantes destrozos que causará el proyecto. El exministro de Energía del primer Gobierno de Correa califica de «mentiras» todas las garantías prometidas «porque no existe tecnología que lo pueda evitar».

Para irritación del presidente, Acosta ha destapado que la exploración sísmica se está realizando mediante el uso de dinamita y que en la explotación se utilizará el agua del grandioso acuífero que abastece a una vasta zona selvática. «La construcción de carreteras ya ha comenzado y el ruido que provocan los vuelos constantes de helicópteros son otros factores que terminarán liquidando un entorno frágil como el cristal de Bohemia», sostiene.

La selva sigue alerta. Roque Sevilla fue el primer presidente de la comisión técnica de la Iniciativa ITT hasta enero de 2010 y está convencido de que el oscuro motivo para dar luz verde a esta explotación petrolera está ligado a la construcción de la Refinería del Pacífico, una obra de 12.500 millones de dólares que solo será rentable procesando los crudos pesados procedentes del ITT. «Cuando era presidente de la comisión, hicieron una presentación del origen de los 100.000 barriles que necesitaría la refinería para funcionar y tengo los documentos que lo acredita», asegura.

Freddy Baigua cree en el progreso. Es waorani, una etnia amazónica que habla el lenguaje de la Tierra desde la noche de los tiempos. «La palabra de Correa es sagrada. Somos un país chiquito donde hay muchas cosas que cambiar, la plata se acaba y hay que sacarla de donde se pueda pero con respeto. Y lo del Yasuní me ha roto el corazón», afirma.

Daniel Ortega es el representante de Ecuador en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) y un experto ambientalista que conoce el Parque Nacional casi palmo a palmo, sus valles y ríos, y las trampas fatídicas de una selva frondosa donde perderse es fácil. En su opinión, el debate debería ser analizado desde una perspectiva más amplia: «La crítica no es Yasuní sí o no, sino qué se hace para frenar las emisiones evitables que producen el calentamiento global, por qué los países ricos no hacen nada para disminuir el consumo de recursos naturales pero exigen inversiones a los pobres».

El presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, Humberto Cholango, admite que las comunidades amazónicas «preparan acciones para defender al Yasuní» y censura las referencias oficiales a su presunta violencia. César Amaca declara estar preparado para lo que venga. Lo que nadie sabe es la reacción de los pueblos que viven en el interior del Ecuador más inhóspito e inaccesible, donde el humo de las hogueras no habla precisamente de sosiego. Por el momento, nada ha sucedido aunque la selva está alerta.