Amaia Ereñaga
WEARABLES

LA NUEVA REVOLUCIÓN ES «WEARABLE»

Hace escasamente una década, si nos hubieran dicho que nuestro teléfono móvil sería nuestra oficina personal y portátil, y que estaríamos enganchados a una nube o varias de la que subíamos y bajábamos información, seguramente habríamos puesto cara de incredulidad. Ahora, lo vivimos con total naturalidad. La cuestión es que la tecnología vuela y sus aplicaciones rozan ya lo que los visionarios de la ciencia ficción nos avanzaban. No nos asustemos: tampoco es que en otros diez años lleguemos a la felicidad absoluta, interconectados a una conciencia común como en el planeta viviente Gaia que imaginó Isaac Asimov… ¿o tal vez sí?

Seguir la pista a la tecnología wearable es como para sufrir un ataque de vértigo. Literal. Tal es la cantidad de información, de proyectos y, sobre todo, de terminología y filosofías con la que te encuentras. Prueben a escribir la palabra «wearable» en un buscador de una red social como Twitter y se encontrarán que, en el escaso espacio de diez minutos, contabilizan del orden de 47 entradas. Si a eso se une, como hasta ahora, la temporada navideña, el aluvión es impresionante. Todo esto nos lleva, de primeras, a una conclusión: este 2015 va a ser un año clave, debido a que van a empezar a comercializarse muchos de los gadgets o dispositivos que hasta el momento solo eran prototipos o, en todo caso, llegarán nuevas versiones de productos que no calaron inicialmente, como las famosas Google Glass. Se juegan mucho, porque es un segmento de negocio que mueve gran cantidad de dinero. Consultores especializados en información tecnológica identifican el «Internet de las Cosas» como una de las diez tendencias tecnológicas con mayor futuro y calculan que el impacto económico podría alcanzar los 6.200 millones de dólares en 2025, año en el que se estima que llegaría a haber un billón de dispositivos conectados. Pero, ojo, porque esto es solo la punta de lanza de lo que viene por detrás.

Lo primero, antes de seguir, es ponerse al día en la terminología. Wearable, que viene de la raíz inglesa que se puede traducir como «llevable» o «vestible», es el término con el que internacionalmente se define a los aparatos o dispositivos electrónicos que se incorporan a nuestro cuerpo y que interactúan con nosotros o con otros usuarios. Ahí entran desde aparatos cuya funcionalidad tiene que ver con el control de la salud, que era su aplicación inicial, hasta «juguetes», con perdón, como las Google Glass o los dispositivos de muñeca (relojes, pulseras…), pasando por los nuevos tejidos inteligentes con los que ya se está experimentando. Mientras ingenieros, emprendedores y amantes de la tecnología buscan hacer realidad aparatos casi de ciencia ficción a través de la financiación pública en sitios de internet como KickStartet e IndieGoGo, en 2014 vivimos la «puesta de largo» de los wearables, al menos en lo que se refiere a su vertiente comercial. Concretamente, la feria de consumo electrónico CES de Las Vegas de hace ahora justo un año fue la plataforma utilizada por las grandes compañías para adelantar lo que, con este 2015 en el horizonte, parece que va ser una avalancha de gadgets… algunos de dudosa utilidad.

Este es el caso de las Google Glass, que ha sido uno de los fiascos de la temporada. Estas gafas están dotadas de una pequeña pantalla montada en la esquina del marco, capaz de tomar fotos, reproducir sonidos y grabar vídeos, además de permitirnos la comunicación con otros usuarios. La versión de prueba, que únicamente se podía adquirir en EEUU, salió por 1.500 dólares, unos 1.090 euros. Para eso había que suscribirse a una lista, pero en plataformas como Amazon la hemos visto «revalorizada» al precio de 2.200 dólares y en ebay, por 1.799 dólares. Pero se ha demostrado lo que los entendidos ya vaticinaban, es decir, que dejan de interesar al cabo de poco tiempo a los usuarios. Por ese motivo se tiende a la especialización de estos gadgets; en este caso para su utilización profesional en, por ejemplo, la medicina o cuerpos de policía. Por ejemplo, la policía de Dubai está planeando equipar a sus agentes con estos dispositivos, porque podría ayudarlos con su sistema de reconocimiento facial.

El mundo, en la muñeca. En este año que acabamos de estrenar también está prevista la llegada de una auténtica oleada de relojes inteligentes, unos soportes que te permiten ver mensajes, correos o llamadas entrantes. Samsung, Sony, LG, Motorola y Apple se han unido a la moda de conectar a sus usuarios a través de las muñecas, y solo el gigante coreano lanzó en 2014 seis relojes inteligentes. Lo que llega ahora son propuestas como el esperado Apple Watch –se ha filtrado que la firma de la manzana lo pondrá a la venta el 14 de febrero y no será barato– o el Mota SmartRing de Asus –estará sobre los 100 euros–.

Apple salió el pasado año de forma sorpresiva anunciando que su nuevo producto estrella no será ni el iPhone 6 Plus ni otro, sino un Apple Watch del que se dice que va a ser el mejor de la gama de relojes, porque es completamente digital y abre una nueva puerta al salir a la venta en tres colecciones y para diferentes bolsillos, aunque ya se sabe que la marca de la manzana es para caprichosos. Los precios van desde los 349 dólares de la versión más simple, hasta un señor reloj en oro por nada menos que 5.000 dólares.

Por contra, Ritot, que también sale a la venta este año, va más allá ya que utiliza el propio cuerpo humano. El dispositivo es una pulsera-reloj inteligente, con un microproyector integrado que despliega la hora sobre el dorso de la mano. A su vez, te notifica las llamadas entrantes, mensajes de texto y todo tipo de alertas, ya que se conecta por Bluetooth con el teléfono. En la plataforma IndieGoGo logró recaudar más de 1,3 millones de dólares y se prevé que saldrá al precio de 180 dólares.

El tirón comercial de estos gadgets es realmente muy fuerte. Euskaltel, por ejemplo, rompió todas las expectativas en su reciente campaña Euskaltel Black Friday, ya que agotó existencias en solo un semana de wearables como las pulseras Fitbit, que monitorizan las actividades físicas del usuario, y de smartwaches como el Nike Sportwatch GPS –especializado en runners– o el Sony SmartWatch SW2. No descartan volver a repetir la experiencia este año ante el éxito obtenido. Tecnalia, por su parte, presentó en setiembre pasado las pulseras inteligentes (Smart VIB o Very Important Bracelet) que ha creado para los clientes de la cadena Palladium Hotel Group y que se utiliza en sus exclusivos hoteles de Ibiza. La pulsera se vincula con la tarjeta de crédito, llevando lo del «todo incluido» a su extremo.

Por lo que parece, los tiros van a ir por ahí. Las pulseras cuentificadoras, que son accesorios que llevamos en la muñeca para contar pasos y calorías, han marcado una de las principales tendencias del pasado año y parece que los soportes cada vez más pequeños van a ir ganando la partida. Entre el maremagnum de productos que preparan su salida al mercado está el Mota Smart rRng, un anillo que está previsto que salga a la venta en abril próximo después de una exitosa campaña en IndieGoGo (allí se vendía a quienes querían apoyar su salida a 75 dólares). El anillo, muy sencillo en apariencia, no tiene pantalla de color. Cuando se conecta mediante Bluetooth a equipos IOS y Android, gracias a que su superficie es sensible al tacto, nos permite visualizar llamadas, correos o mensajes de redes sociales en textos cortos. Un grupo de investigadores de la India, por su parte, prepara la salida de Fin, un anillo que se coloca en el dedo pulgar y que permite controlar dispositivos conectados, así como realizar escritura en el aire, reconocida vía Bluetooh por otros dispositivos. La idea es que sirva incluso para personas con visibilidad reducida.

¿Más novedades? Skully, un gadget en forma de casco para moto con un visor traslúdico LCD que despliega información como llamadas entrantes, mapas de navegación y conectividad, además de integrar una cámara en la parte posterior que le permite al piloto controlar su alrededor sin necesidad de mirar los retrovisores (fecha de salida prevista, en julio, a 949 dólares); Mimo, un pijama para bebés de Intel y Rest Devices que controla las constantes vitales de los pequeños; Niwie, en fase todavía de prototipo y a la búsqueda de financiación, y que es una pulsera que se transforma en un drone y vuela literalmente desde nuestra muñeca; Music Beany, de Archos, en apariencia un simple gorro de lana que, a la vez que nos protege del frío, reproduce la música del smartphone durante ocho horas; Hexoskin, una camiseta que registra información sobre las constantes vitales de su usuario; otra camiseta construida por Mark Kreger partiendo de una placa Arduino que permite echar una partida al Tetris usando el torso como tablero…

Pero, como todo, esto tiene al menos un pero. El pasado mes de setiembre, las autoridades europeas de protección de datos aprobaron un primer dictamen conjunto en el que se identificaba y alertaba de los riesgos que los productos y servicios emergentes pueden plantear para la privacidad. Dirigido a fabricantes de dispositivos, desarrolladores de aplicaciones y gestores de redes sociales, el dictamen planteaba tres escenarios: la tecnología para llevar puesta (wearable computing), los dispositivos móviles que registran información relacionada con la actividad física de las personas y la domótica (oficinas y hogares con detectores, termostatos y sensores conectados). Las autoridades europeas subrayaban que los datos recogidos, aunque sean fragmentados, pueden revelar aspectos específicos de hábitos, comportamientos y preferencias, configurando auténticos patrones de la vida de las personas. Es decir, que nos alertaban de que virtualmente podemos perder el control sobre la difusión de nuestros datos.

AA y Comme des Machines. «La tecnología ha sido considerada por todos nosotros como algo deshumanizado y, peor aún, deshumanizador. Pero eso está cambiando y mucho más que deberá cambiar. Nos encaminamos hacia el internet de las cosas (The Internet of Things), es decir, la capacidad de conectarse de todo lo que nos rodea. Nuestras máquinas, la ropa, las carreteras, nuestra casa, nuestro vehículo… Todo lo que nos rodea será inteligente. Imagina... ¿Y si las cualidades de tus prendas se fuesen modificando en función de tus necesidades? ¿Y si, además, entendiese que no te encuentras bien, te pidiese cita con el médico, programase la calefacción para cuando llegases a casa, la cena que más te apetece estuviera impresa, te hubiese buscado un película que te apetece mucho ver y, ya que estamos, se limpiase sola sin necesidad de consumir ni agua, ni paciencia?». Quienes hablan así son Aran Azkarate y Andrés Iglesias, miembros de AA Enterprise, una consultoría especializada en la intersección de moda y tecnología, que saben muy bien de lo que hablan, ya que trabajan como asesores de distintas marcas de moda desde hace más de una década. Y, apuntan, en un futuro nada lejano, «la tecnología va a ser afectiva e invisible».

Bilbainos ambos y con una amplia experiencia en el mundo de la moda, cuando hace una década comenzaron con su discurso, en el que se mezcla la tecnología, la ecología, lo artesanal y lo sostenible, eran unos rara avis. «Cuando empezamos, nos decían que era una marcianada», se ríen, pero «nos dimos cuenta de que el printing nos ayudaba a solucionar muchas cosas que son supernocivas en el mundo de la moda, una industria que es nociva por muchos más motivos de lo que parece. El printing (impresión en 3D) hace, por ejemplo, que los pequeños sean grandes. Conscientes de estar encarando un momento histórico, hará dos años iniciamos una exhaustiva investigación sobre el modo en que impactarán las tecnologías disruptivas en nuestra industria, la moda. Inmersos en ello, nos dimos cuenta de que la impresión 3D podría ayudarnos a resolver graves problemas de nuestra industria que nos preocupan, como la sostenibilidad, por ejemplo. Nos unimos al maker Carlos Santos y juntos empezamos a trabajar. Después de mucho I+D, consideramos que ya estábamos listos para salir a la calle. Habitualmente, tanto la impresión 3D como otras tecnologías disruptivas se emplean de manera muy efectista, visual e inspiradora. Nosotros, sin embargo, adoptamos la impresión 3D porque nos capacita para resolver cosas que nos preocupan: empoderamiento de las personas, lo pequeño, lo local, lo sostenible y lo diferente. Esta y otras tecnologías jugarán un papel fundamental en todo eso. Y ahí queremos estar nosotros, ese es nuestro compromiso».

En Comme des Machines en pocos meses han pasado a trabajar ya cinco personas con un equipo de siete impresoras en 3D, todas ellas de licencia libre, porque todo en esto es una revolución. ¿Pero, y en qué trabajan? Por ejemplo: la punta de los zapatos solo se oferta en el mercado en cartón duro o en silicona, soluciones todas ellas contaminantes; ahora, con su aportación, y con la labor de consultoría que están realizando para la marca de zapatos valenciana Pedrucha, se han sacado al mercado los primeros zapatos de todo el Estado totalmente biodegradables. En 3D, que más que una impresora parece una manga pastelera, también hacen botones bajo pedido. Es más sostenible: en lugar de los 3.000 botones que hay que comprar a la industria cada vez que se hace un pedido, ellos los imprimen según las necesidades de las marcas pequeñas. Por dar datos, son 4 botones por 0,65 euros. «No generamos stock y vamos solo sobre pedido», puntualizan.

«Otro ejemplo –agregan–: este enero se lanzará nuestra colaboración con una importante marca belga, cuyo nombre no podemos revelar, que nos interesa mucho, porque apunta la dirección que en nuestra opinión tomará tanto la moda, como muchas otras industrias: nuestros diseños se descargarán para ser impresos en casa por el consumidor. ¡Nos pone incluso nerviosos imaginar las posibilidades que estas vías ofrecen! Nos ilusionan mucho estos proyectos y no solo por motivos evidentes, sino porque nos cuentan que estamos reformulando muchos conceptos: reformular qué significa artesanía, la relación entre lo green y lo techno, reformular y reapropiarnos de los medios de producción, de comunicación, la relación y cantidad de intermediarios, la posibilidad de personalizar las cosas... En fin que, como solemos decir, las posibilidades son ilimitadas. De nosotros depende, elegirlas como destino».

¿Y cómo será el futuro?, les emplazamos. De todo lo que nos contaron, sacamos unas pinceladas: las tiendas serán centros de encuentro de las marcas con sus clientes a modo de comunidad, las colecciones y las tendencias desaparecerán –«son una tiranía y una insensatez»–, la indumentaria será más sencilla y tendrá otras cualidades, el consumidor será alguien más consciente y exigente… ¿Pero no vamos hacia el Gran Hermano? «La pasta gansa, que es lo que buscan los de arriba, solo se consigue en el ‘internet de las cosas’ si todos estamos conectados. Seamos inteligentes: ellos quieren llevarse el dinero, pero para eso van a tener que abrir la puerta... cuando lo hagan, entramos todos».

Los trajes de Lady Gaga. Se está experimentando con ropa que no se ensucie ni se moje, con tintes que no contaminen… pero ¿y si la ropa se volviese transparente según tu estado de ánimo? ¿Y si reaccionase ante la presencia de otra persona? Por ahí va la cosa en el proyecto social Intimacy del holandés Studio Roosegaarde. Explican que son «e-láminas opacas inteligentes que se van haciendo cada vez más transparentes en base al encuentro con la gente». Resulta cuando menos curioso de ver, porque el tejido se va transparentando según se van acelerando los latidos del corazón de su portador.

De momento, parece que no lo ha descubierto Lady Gaga, pero parece que va en camino, a la vista de que es una de las clientas de Studio XO, una de las firmas pioneras en tecnología y moda del mundo, y otra de las que trabaja con el I+D en el mundo del diseño. Instalada en Londres, realiza experiencias de «alta costura digital» y suyos son diseños como el vestido Anemone que la diva del pop llevó en 2013, un vestido impreso en 3D y que soltaba burbujas.

Studio XO es una de las experiencias que refleja “The Next Black”, un interesante documental de 45 minutos estrenado en mayo del año pasado y producido por la empresa AEG en el que se indaga sobre el futuro de la moda, con la participación de algunas de las empresas más innovadoras en el sector textil. Matt Hymers, encargado de los wearables de Adidas, apunta allí que «apenas empezamos a vislumbrar el comienzo de una revolución en este sector. Veremos las cosas volverse mucho más pequeñas, más rápidas, y mucho más inteligentes y veremos cómo evolucionan las plataformas para aprovechar más eso». Hay experiencias hasta impactantes, como la de la diseñadora inglesa Suzanne Lee, la creadora de BioCouture. Hay que tener en cuenta que la factura del pret-à-porter, aparte de ahondar en la desigualdad entre ricos y pobres –que se lo pregunten a las mujeres y niños prácticamente esclavizados en la India para que nosotros compremos barato– es extremadamente contaminante y destructora del medioambiente. Junto al biólogo con el que trabaja, en BioCouture, Lee está perfeccionando un tejido que se puede coser como una tela estándar, pero está fabricado de forma totalmente biodegradable. Sus componentes: té verde, azúcar, ácido acético como vinagre de sidra y un cultivo inicial de levaduras y bacterias. En suma, que esto se parece más a cocinar que a un proceso textil tradicional.

Es ropa biotecnológica totalmente orgánica, natural y biodegradable. «Ahora mismo no modificamos esas bacterias genéticamente para que produzcan el material, pero en el futuro se tratará de diseñar bacterias para que ‘hilen’ la fibra con las cualidades que queramos –explica Suzanne Lee–. Si queremos que repela el agua, lo diseñamos en la propia célula. Si queremos que suministre nutrientes a la piel, también podremos introducirlo en el material».