Jose Luis del Val Altuna
Amigo de la familia de Joxe Miel Etxeberria «Naparra»
KOLABORAZIOA

«Naparra», a 35 años de su desaparición

Se suele decir que el dolor por la muerte violenta de una persona iguala a las víctimas, ya que el sufrimiento de alguna forma las unifica. ¿Pero realmente el sufrimiento nos uniformiza como seres humanos? ¿Pensamos que es igual la muerte por accidente, enfrentamiento, asesinato, tortura o desaparición. Una muerte con responsables o sin ellos. Una muerte sin juicio y castigo o con ellos. Una muerte con reconocimiento o sin él? ¿El sufrimiento y su memoria pueden ser los mismos para la familia, los amigos y la sociedad en unos u otros casos?

Algunas muertes suelen venir acompañadas de un plus derivado de su naturaleza, causa y devenir posterior, siendo la injusticia, valorada desde el plano individual como social y político, un añadido que influye poderosamente en los afectos generados por el fallecido. Resulta claro que si una muerte viene acompañada de un plus de injusticia, ensañamiento, oscurecimiento, crueldad, ilegalidad y del plus derivado de la dimensión política o social de la persona afectada, el dolor y la memoria del sufrimiento en los planos individual y colectivo no pueden ser iguales a las presentes en otros casos donde no se dan estas características y circunstancias. Y la cosa se complica si a la persona en cuestión no se la considera solo en su faceta de fallecido, sino en su historial como viviente. Porque una persona es una unidad indivisible a la hora de vivir y morir y nuestros afectos y la atención que le ofrecemos no dependen exclusivamente de las circunstancias y causas de su fallecimiento, sino de su compromiso y de los valores que defendió en vida. Y las valoraciones subjetivas, evidentemente diferentes, originan sentimientos y emociones también diferentes.

Todo este preámbulo viene a cuento al cumplirse el 35 aniversario de la desaparición de Joxe Miel Etxeberria, Naparra. ¿Alguien puede medir el dolor de su familia, amigos y compañeros, prolongado a lo largo de tantos años al no conocerse siquiera el lugar de su desaparición, circunstancias, autores o responsables políticos de este hecho infame? Sin que, además, haya habido juicio alguno, culpables, ni reconocimiento oficial de la víctima ni de sus familiares? ¿Existe alguna máquina en el mundo que pueda medir tanto sufrimiento por parte no solo de sus allegados? ¿Se puede igualar a cualquier otro?

La tragedia griega ha recogido la enorme enfermedad del «alma» que representan actos crueles de este tipo que afectan no solo a su familia, sino a toda la comunidad que se encuentra implicada por este motivo. Recordemos que en la tragedia de Sófocles “Antígona” Creonte, símbolo del estado autoritario y cruel, se niega a enterrar a Polinice, considerado traidor a la patria por revelarse contra la ciudad. Antígona, hermana de Polinice, defendiendo un ancestral precepto religioso-familiar heredero de una vieja tradición humana, se opone a esta imposición y desoye la orden del tirano, por lo que es condenada a morir. Tiresias, el adivino, que simboliza la conciencia social, señala a Creonte que su decisión ha dado lugar a una grave enfermedad padecida por la sociedad entera y le recomienda ceder ante el muerto y no insistir en acribillar a puñaladas a un difunto porque su cadáver, exento de honras fúnebres, ha sido expoliado de sus derechos, que son derechos de la humanidad.

La desaparición de Naparra conturba a sus allegados y a la sociedad, enfermándola al no encontrar remedio a su malestar. Ningún conflicto político puede sanarse si se mantiene este silencio oficial sobre la desaparición del militante autónomo –y de otros militantes–. La posterior muerte del hijo y la mujer de Creonte y el hundimiento subjetivo del símbolo estatal encarnado por Creonte es una advertencia del destino moral que la tragedia griega asigna a los responsables y encubridores de tales actos inhumanos.

Parece que por fin la ONU, a través de su Grupo de Trabajo sobre Desapariciones y a instancias de una denuncia presentada por Egiari Zor, ha tomado cartas en el asunto invitando a Eneko Etxeberria, hermano de Naparra, a acudir a Ginebra para una exposición de su caso. Hay que tener en cuenta que para la propia ONU, la desaparición forzosa es un delito de lesa humanidad imprescriptible.