Iker Casanova
Militante de Sortu
GAURKOA

Política general

Este jueves el parlamento de Gasteiz acogió el debate de política general. En un tiempo de cambio en el que crujen las estructuras políticas, tiemblan pilares que parecían inamovibles, Catalunya se va y la mayoría trabajadora del país sigue sumida en una profunda crisis, se esperaba que los dirigentes políticos estuvieran a la altura del momento. Lamentablemente solo una de las intervenciones trató de elevarse sobre lo inmediato y centrarse en lo estratégico. Sólo una fuerza política habló de autocrítica y de humildad. Solo EH Bildu tendió la mano a su principal rival electoral para hacer cosas juntos en aquello que teóricamente les une. Sólo Arraiz se aproximó al concepto de líder que piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.

Contraste total con el vacío discurso del lehendakari. Urkullu comenzó a recitar una letanía burocrática y a medida que hablaba se extendía por el parlamento una niebla gris de aburrimiento y sopor. La misma niebla somnífera con la que el PNV trata de anestesiar a la sociedad vasca para que permanezca pasiva, ajena al tiempo de cambio que se vive en el mundo. Urkullu habla de este país, de su gente, de sus necesidades, de su futuro, con el mismo entusiasmo que el empleado de una ferretería haciendo el inventario de los tornillos. Y no me refiero al tono sino al contenido.

El discurso económico de Urkullu es calcado al de Rajoy. «Estamos saliendo de la crisis, empieza la recuperación…» Al igual que el presidente español, echa mano de algunos indicadores económicos como el PIB o el paro que muestran una ligera mejoría. Pero, como hace Rajoy, obvia que estos mínimos avances, además de ser precarios e insuficientes, tienen su base en factores externos: el descenso del precio del petróleo, la depreciación del euro, el auge del turismo, la inversión extranjera en busca de saldos... Todo ello lleva a una mejora de los datos macro que apenas repercute en la población, ya que las políticas que se han diseñado estos años han tenido como objetivo hacer recaer el peso de la crisis en los sectores trabajadores.

El gobierno de Urkullu tiene una política económica pero no parece que su objetivo sea hacer frente a la crisis. No hay política industrial activa, la inversión en I+D desciende, se fomentan privatizaciones, no hay diálogo social y para diseñar las políticas económicas solo se cuenta con los empresarios. El PNV apoya el TTIP, mientras se niega a asumir compromisos valientes para una transición hacia energías renovables. Urkullu ni mencionó la economía social y sobre fiscalidad se limitó a felicitarse de lo bien que mantenían la disciplina impuesta por Madrid, obviando que el tremendo fracaso de la política fiscal regresiva del PNV está poniendo en peligro los presupuestos de la CAV. Los efectos de esta política económica, que es la política liberal del laissez faire, son claros: la industria retrocede, aumenta la desigualdad, los salarios pierden peso en el reparto de las rentas y el empleo que se crea es poco, precario, temporal, parcial y mal pagado. A esto Urkullu lo llama recuperación.

Urkullu trató una vez más de hacer ver que el paso más importante que necesitamos en la construcción de la paz es que EH Bildu asuma una formulación concreta sobre el pasado, expresada en la frase «matar estuvo mal». EH Bildu se ha pronunciado en numerosas ocasiones en contra de todas las violencias y nunca ha puesto en cuestión el sufrimiento y el daño causado por las mismas. Pretender ahora que el primer problema para construir la paz es que EH Bildu no acepta hablar al dictado de lo que otros le imponen es una falacia. El primer requisito para construir la paz es, evidentemente, que haya paz, es decir que desaparezca la violencia de carácter político que aún se está ejerciendo de forma unilateral por parte del Estado: controles, detenciones, espionaje, juicios políticos, dispersión, vulneración de derechos de los presos y sus familias...

También es importante abordar el análisis de lo sucedido. Algunos conciben esta cuestión como un nuevo espacio para el enfrentamiento y no lo ocultan, ya que han bautizado el debate sobre el pasado con el agresivo nombre de «batalla del relato». Este indisimulado enfoque bélico les lleva a utilizar el dolor como arma y a tratar de perpetuar y recrear de forma permanente el sufrimiento como instrumento para el desgaste de las posiciones políticas de los demás. Por el contrario, para EH Bildu la clave es aceptar que el análisis del pasado debe tener un objetivo reparador, servir para acercar posiciones y cerrar heridas sobre la triple base, asumida como un estándar internacional, del Reconocimiento, la Reparación y la Garantía de no repetición. Hay mucho trabajo por hacer y EH Bildu, y en particular la izquierda abertzale, no pueden dar por finalizada su reflexión, su recorrido autocrítico y la posibilidad de hacer nuevas aportaciones. Pero la política actual del Gobierno Vasco en este tema está teñida de partidismo y refuerza el inmovilismo del Estado.

Durante casi 40 años el Estado no ha completado el Estatuto y ahora ya afirma claramente que no lo va a hacer. De hecho, ha emprendido una dinámica de recentralización que recorta competencias ya transferidas. La realidad es tan obvia que ni el PNV puede negarlo. De ahí que, sin ningún entusiasmo, se hayan visto obligados a recuperar el tema del nuevo estatus. No han empezado bien con su formulación sobre la Nación Foral. Nación Foral implica asimetría de poder, es igual a nación dependiente, a estatus subalterno. Aun así, aunque quizás peque de optimista, creo que tanto la situación política vasca, con un bloque constitucionalista más débil que nunca, como la de un Estado atravesado por múltiples crisis, invitan a pensar que el debate está ya de forma irreversible sobre la mesa. Otra cosa es en qué términos se va resolver ese debate, cuestión que como siempre vendrá determinada por la capacidad de cada actor político de acumular fuerzas en torno a su propuesta.

EH Bildu busca la independencia, para construir una Euskal Herria soberana en sus relaciones con otros estados y capaz de poder articular en su seno el necesario cambio social. Pero no descarta que un nuevo estatuto de autonomía pueda ser, de manera transitoria, una etapa del proceso independentista. Tampoco lo descartó la izquierda abertzale en 1978 y de hecho esta petición está recogida literalmente en la alternativa KAS. Eso sí, ahora como entonces, exigimos que ese estatuto no tenga más límite que la voluntad de la ciudadanía vasca empoderada, porque sólo sobre esa premisa se puede construir un escenario democrático. Aceptaremos lo que la expresión de esa voluntad soberana determine aunque no coincida del todo con nuestras propuestas y pediremos a los demás que hagan lo mismo. Esa es la base democrática mínima para hablar de nuevo estatus. Un nuevo estatuto sin derecho a decidir no es un nuevo estatus sino un lifting del actual.

Y mientras tanto en Catalunya la vía hacia a la independencia llega hoy a uno de sus puntos críticos. Un plebiscito que obligará al independentismo a replantearse su estrategia, en caso de derrota, o bien a afrontar la fase definitiva del proceso de secesión, en caso de que se confirmen sondeos y sensaciones. Nada va a ser igual a partir de mañana. Una victoria no abriría las puertas a la independencia de forma inmediata (sobre eso nadie engaña a nadie, señor Ortuzar) pero daría pie a una nueva fase de lucha en la que la legitimación del independentismo, tanto interna como a nivel internacional, sería máxima. En esa fase el pueblo catalán contaría con todo el apoyo de la izquierda soberanista vasca. Sería un camino duro y con incertidumbres, pero también con posibilidades de éxito. El camino elegido por el PNV de tratar de convencer con buenas palabras al Estado para que respete los derechos de Euskal Herria es un camino lleno de certezas, porque sabemos perfectamente a dónde conduce: al fracaso.