Cardiff toma el testigo de Reggio Emilia. El próximo 1 de junio, el City Stadium de la capital galesa acogerá la final de la Champions League. Hasta entonces, ocho meses de competición y cuatro eliminatorias –superadas ya las rondas previas–, que decidirán qué dos equipos pelean por el torneo de los 32 que se ponen hoy en liza.

Entre ellos, solo dos campeones, precisamente los finalistas del pasado año. El Wolfsburgo, que protagoniza uno de los debuts más comprometidos, ante un Chelsea al que ya se cargó el pasado curso en octavos, y el gran favorito. No solo porque defiende título. El Olympique de Lyon, que el año pasado se reencontraba con eltrofeo y que aspira a igualar el póker de victorias del Frankfurt –uno de los campeones ausentes, junto a Umea, Turbine, Arsenal y Duisburgo–, tiene la mejor plantilla del continente. Ha perdido a Necib y Henry, que es mucho decir, pero ha incorporado a Maroszan y mantiene el resto de su impresionante columna vertebral.

Sus principales rivales se sitúan, como siempre, a los dos lados de la Línea Maginot. En casa, el Paris Saint Germain de Irene Paredes –récord de participantes vascas en el torneo de este año, ya que a la plantilla del Athletic hay que sumarle la exzaguera rojiblanca y las blaugranas Marta Unzue, Ane Bergara y Leire Landa–, que ya eliminó a su eterno rival hace dos años en octavos de final. Y en Alemania, además del Wolfsburgo, el Bayern. En teoría, porque el año pasado las bávaras se vieron sorprendidas en su debut por el Twente a las primeras de cambio y las cosas tampoco les van bien ahora mismo en la competición doméstica.

Las incógnitas son aún mayores a partir de ahí, aunque se confía en el buen rendimiento de Manchester City –debutante, sí, pero reciente ganador de Liga y Copa inglesas– o un Barcelona cada vez más cómodo en el torneo continental.