Gaizka Suarez Iparragirre y Leire Arrutia Lopez
Miembros de Eragin (Bilboko Gazte Prekarioen Asanblada)
KOLABORAZIOA

Trabajo 3.0, flexilibertad… el mismo perro con distinto collar

En los últimos tiempos estamos presenciando en Bilbo una invasión de ciclistas con inmensas mochilas de colores. No, no es que el PNV haya conseguido la adjudicación de una etapa del Tour de Francia. Estamos ante el boom de las repartidoras de última generación, aquellas que son capaces de llevarte cualquier cosa que quepa en una mochila de 40x40x30 y pese hasta 9 kilos. Hace alrededor de dos meses que empresas como Glovo o Deliveroo forman parte del paisaje bilbaíno.

Sin embargo, llevan a sus espaldas una carga mayor de 9kg: la precariedad laboral sistemática en la que están sumergidas. Son la nueva cara del mercado laboral precarizado; son, asimismo, el reflejo del nuevo paradigma de la clase trabajadora. Las repartidoras ponen su bici o moto, se dan de alta como autónomos, responden ante todas las incidencias que se puedan ocasionar (como accidentes de tráfico o averías) y no ven ni un euro si cogen vacaciones o sufren una enfermedad. Las empresas fijan los horarios de trabajo, las tareas a realizar, gestionan los contactos que demandan los servicios, estipulan el precio; y todo esto a través de una plataforma digital, con el ahorro que ello supone para el empresario.

Son lo que se han llamado «contigent workers», trabajadores supuestamente autónomos que ahorran a las empresas una cantidad importante de dinero. Las cotizaciones sociales, los días de vacaciones, las indemnizaciones por despido… son conceptos que no existen en su vocabulario. La figura del autónomo es un viejo conocido, pero lo que no es tan viejo es la existencia de empresas que se dedican a la distribución y reparto y que no tienen a ningún repartidor en plantilla. Es una nueva vuelta de tuerca a la explotación laboral y a la maximización de los beneficios empresariales.

Y todo esto bajo un mantra de modernidad y rebeldía juvenil. Es la utilización de conceptos culturales tales como «sé tu propio jefe» o la instrumentalización de las nuevas tecnologías para trabajar lo que hace este sector atractivo para muchos jóvenes. Es lo que se ha venido llamando «gig economy», o lo que es lo mismo: la economía de los pequeños encargos. Estos pequeños encargos serían un complemento salarial, fácilmente moldeable a tu vida personal, para personas que están estudiando o que necesitan un dinero extra. Sin embargo, la realidad es otra: estas empresas se apañan para que los repartidores trabajen en los picos de demanda (fines de semana) y además, no solo son los jóvenes los potenciales trabajadores, sino que cada vez hay más gente que sustenta su vida mediante el salario que percibe de este trabajo.

Ya hay diferentes experiencias de lucha a nivel estatal e internacional, en las cuales las trabajadoras de este sector han desarrollado dispositivos de organización de nuevo tipo. Si las empresas utilizan las redes sociales como un elemento indispensable en el desarrollo del trabajo, estas mismas redes sociales son una herramienta válida para poner en contacto a las personas que están trabajando en similares condiciones. Así ha sido en Londres, Berlín o Milán, donde las protestas han sido exitosas y han arrancado más derechos laborales a Deliveroo. En el Estado español también ha habido diferentes movilizaciones, mediante las cuales se ha conseguido que estas empresas consideren a sus trabajadores como Trade, esto es, autónomos económicamente dependientes. Esta figura jurídica concede más derechos laborales a los supuestos «autónomos», pero no los reconoce como trabajadores de la plantilla. De cualquiera de las formas, han demostrado que es posible articular demandas y distintas formas de organización para plantar cara en estos sectores de nuevo cuño.

Este tipo de empresas se insertan perfectamente en el nuevo modelo de ciudad impulsado por el Ayuntamiento y las grandes corporaciones de Bilbo. El tejido productivo que está prevaleciendo en la ciudad está basado en multinacionales y en acontecimientos multitudinarios importados desde fuera. Es el famoso efecto Guggenheim. Externalizaciones, falsos autónomos, subcontratas, «jóvenes emprendedores»… es la constelación laboral que están dibujando en el cielo de nuestra Villa. Camareros, dependientas en tiendas de grandes marcas de ropa, repartidores autónomos, azafatas… ese es el futuro.

Es imprescindible conjugar diferentes experiencias de lucha, tanto desde el movimiento juvenil, el movimiento feminista o el movimiento sindical. Crear redes de confianza y políticamente operativas es un asignatura pendiente que tenemos los diferentes agentes implicados en estos temas. En este tiempo de sujetos fracturados y concepciones políticas compartimentadas, es urgente articular diferentes visiones y responder a las nuevas realidades de la clase trabajadora. Como se ha mencionado, es urgente, es imprescindible y es necesario.