Agustín GOIKOETXEA

«EN LOS PUNTOS DE ENCUENTRO SE GENERA UNA RELACIÓN TÓXICA»

El neurosiquiatra Jorge Barudy define los puntos de encuentro donde los menores toman contacto con sus padres, de los que están alejados por ser agresores, como «lugares tóxicos» que perjudican a estas víctimas de la violencia machista en su desarrollo.

El neurosiquiatra Jorge Barudy no tiene duda de que los traumas provocados por la violencia machista en los menores no son situaciones excepcionales. El reconocido terapeuta familiar participó el viernes en la Universidad de Deusto en una jornada organizada por el Departamento foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad, donde expuso cómo abordar esa realidad desde la traumaterapia infantil sistémica. Se trata de un tratamiento sicoterapéutico que persigue que niñas y niños no sufran una revictimización. «Son los más dañados», subraya, apuntando a que esas afecciones repercuten en su desarrollo vital.

La diputada Teresa Laespada incide en que «el daño que los hombres maltratadores provocan a sus parejas o exparejas se traslada con fuerza a sus hijas e hijos, que sufren como si fuera propio». «Sería un error pensar que las víctimas son solamente las mujeres, puesto que el daño que ellas sufren se traslada con una fuerza y contundencia escandalosa a sus hijas e hijos, a menores cuyas vidas quedan dramáticamente marcadas por la violencia, la agresión, la humillación o el maltrato», manifestó.

Laespada insistió en que son «menores que viven situaciones traumáticas e intuyen con fuerza el dolor de una madre herida, cuyo malestar emocional les duele como si fuera propio». En ese contexto, es en el que el reputado siquiatra infantil presentó su ponencia. «Nuestros estudios –dijo Jorge Barudy, sobre su tratamiento del trastorno traumático del desarrollo– están orientados a profesionales valientes que vean más allás del diagnóstico, analizando el contexto».

Barudy –de origen chileno, formado en Bélgica pero asentado hace años en Catalunya– advierte que la violencia la padecen muchos pequeños durante el embarazo, más tarde son testigos de las agresiones y tratan de defender a sus madres produciéndose una «inversión de roles» y, después, soportan las consecuencias. Defiende que la violencia interpersonal y los malos tratos infantiles «desorganizan» su cerebro y el funcionamiento de la mente y, en casos severos, provoca atrofia cerebral.

Se refleja en trastornos sicosomáticos, del apego, apetito, agresión y pulsión sexual, además de en la capacidad de pensar y reflexionar o en relaciones afectivas y sociales. También en dificultades serias para manejar frustraciones, verbalizar las experiencias

«Observar las palizas genera traumas complejos» y, añade, les provoca ansiedad y depresión. El escuchar las continuas quejas de la madre les crea a los pequeños –explica– inseguridad, miedo y desconfianza. Si no se trata adecuadamente, alerta, se corre el peligro de que haya una «reproducción transgeneracional» de la violencia machista o comportamiento antisociales que derivan en el agravamiento de los problemas.

Barudy defiende que los menores tengan posibilidad de acceder a esta traumaterapia durante 18 meses en una sesión semanal para reconducir la situación «o tendrían que hacerse un trasplante de cerebro», apostilló con ironía ante muchas profesionales que a diario atienden casos de esta naturaleza o personal en formación. «La gente se siente ayudada cuando se siente querida. Digan adiós a la distancia profesional... o dedíquense a otra cosa», les recomendó.

Ofrecer una figura de apego

«La trauma terapeuta debe ofrecerse como figura de apego seguro y como fuente de afectividad a fin de permitir la exploración del mundo interno y externo del niño o niña», explica. «Es la ‘envoltura afectiva’ y la calidad de la relación terapéutica que permite dar sentido y por ende, resolver los contenidos traumáticos de las experiencias vividas»», detalle el neurosiquiatra. Comenta que ofrece «una relación empática en la que el niño se sienta sentido». No le gustan nada, así lo reconoce, los puntos de encuentros: «No son la panacea y provocan una regresión al juntar a víctima y agresor».

Se trata de proteger al menor en su entorno, ayudando a su formación, Trabajando con niñas y niños en su protección sociojurídica, trauma terapia emocional, talleres grupales en los que participan las madres –con las que también se trabaja aporte– y apoyo farmacológico. Importancia se da al trabajo en red en la lucha por la igualdad, apoyo jurídico y social, la dinámica de solidaridad de género o la coordinación de profesionales tanto de ONGs como de la propia administración pública.

«Reconocer que niñas, niños y adolescentes afectados directamente o testigos de la violencia machista a sus madres desarrollan mecanismos adaptativos para sobrevivir, llamarles trastornos sicopatológicos es una forma de violencia social e institucional», mantiene Barudy. Entiende que esos trastornos son indicadores de sufrimiento y daño, «no de enfermedad y menos de maldad».