Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
XAVIER LEGRAND
CINEASTA

«Fue un riesgo contar una historia como esta desde el punto de vista del acosador»

Nacido en París en 1979, tras iniciarse como actor, se puso detrás de las cámaras por primera en 2013 para rodar el corto «Antes de perderlo todo» con el que estuvo nominado al Óscar y que fue el germen de «Custodia compartida», radiografía del terror que viven las víctimas de la violencia machista y que acaba de llegar a las pantallas tras ser uno de los largometrajes más laureados del pasado año.

Puede resultar chocante que en una primera película alguien demuestre el pulso y la madurez de los que hace gala Xavier Legrand en “Custodia compartida”, pero tras ver su debut en el largometraje no queda otra que rendirse a la evidencia como, de hecho, hicieron los miembros del jurado en el pasado Festival de Venecia, donde Legrand obtuvo el León de Oro al mejor realizador, un premio que suele estar reservado a autores consagrados. En el mismo certamen el director galo obtuvo el reconocimiento a la mejor ópera prima. Su siguiente parada fue el Zinemaldia donde conquistó el premio del público al mejor film europeo y el galardón Otra Mirada, concedido por TVE. En sucesivos festivales, Legrand ha vuelto a conquistar el galardón de la audiencia, algo que él valora especialmente al comprobar el nivel de implicación que su película genera en el espectador.

 

Si no estoy equivocado, el origen de «Custodia compartida» fue un cortometraje que usted realizó previamente sobre este mismo tema y con algunos de estos personajes, ¿cómo fue el proceso de convertir aquello en un largometraje?

Bueno, de inicio yo tenía pensado hacer una trilogía de cortometrajes sobre la violencia de género. Primero porque, como ciudadano, es un tema que me revuelve especialmente y que, desgraciadamente, día tras día, sigue ocupando titulares. Pero, a la vez, como cineasta, creo que se trata de un argumento que permite explorar escenarios vinculados al amor, a la violencia o a las relaciones familia, conceptos que están en el centro de cualquier dramaturgia desde la época de las grandes tragedias griegas. Sobre estos mimbres construí un cortometraje que narraba la huida de una mujer maltratada desde el mismo momento en que decide romper con su marido. La historia se desarrollaba a lo largo de las veinticuatro horas siguientes a su abandono del hogar y encajaba muy bien en el formato cortometraje. Pero enseguida me di cuenta de que el personaje exigía un mayor desarrollo si quería mostrar toda su complejidad, y hacer dos cortos sobre él se me antojaba insuficiente, así que decidí amplificar el alcance de esta historia en un largometraje.

A la hora de evocar esa realidad, usted prefiere apelar a los códigos de representación del thriller o del género de terror antes que dejarse llevar por la urgencia en la denuncia como parece ser norma en el denominado ‘cine social’ ¿Fue una opción deliberada?

Si hemos de hacer caso a las estadísticas, en Francia, prácticamente cada dos días, acontece un caso de violencia doméstica. La realidad de la que habla la película resulta lo suficientemente elocuente como para evitar los subrayados y, por otra parte, está tan incorporada a nuestra cotidianidad que si quieres llamar la atención sobre ella tienes que buscar el modo de articular un discurso que vaya más allá de lo puramente enunciativo. A partir de ahí a mí, como cineasta, lo que me interesaba era conferir un alcance épico, casi novelesco, a la situación de esta mujer y de sus hijos. De ahí mi empeño por dejarme llevar por las exigencias del cine de género en lo que se refiere a la construcción de la historia.

¿Y cómo consiguió ir moldeando la narración a partir de esos elementos? Porque lo cierto es que, para ser una ópera prima, llama la atención la experta dosificación del ritmo interno del relato.

Bueno, eso fue algo que realmente empecé a trabajar ya desde el guion. El punto de partida sobre el que fui construyendo el relato era muy sencillo, se trataba de mostrar hasta qué punto la decisión de una jueza puede desembocar en una situación extrema. Tenía la secuencia inicial, que transcurre en la sala de vistas de un juzgado y tenía también una imagen final muy poderosa, la de mi protagonista, sola, en la bañera de su casa. A partir de ahí me esforcé por encontrar un hilo conductor que uniera ambas situaciones y lo encontré en la figura de Antoine. Fue una decisión arriesgada convertir a este personaje en protagonista del relato, contar una historia como esta desde el punto de vista del acosador. Pero narrar la película desde su mirada me permitía explicar la manipulación a la que somete a todos los que le rodean. Primero manipula a la jueza para obtener la custodia de su hijo, después a este para lograr acercarse a su exmujer y, finalmente, intenta manipular a esta para que vuelva con él.

Realmente el personaje de Antoine atesora una ambigüedad que es lo que verdaderamente produce conmoción en el espectador. El terror que puede llegar a inspirar emerge de su humanidad…

Exacto. Sin llegar a condicionar la mirada del espectador, para mí sí que era muy importante que este asumiera que la peligrosidad de alguien como Antoine viene dada por su capacidad para inventarse un relato fundamentado en razones aparentemente justas que, sin embargo, tiende a negar y a destruir a quienes le rodean, precisamente por ser una invención, por estar alejado de la realidad. Él es un ser enfermo, violento y manipulador, pero de entrada no lo sabemos y por eso incluso podemos llegar a empatizar con él como, de hecho, hace la jueza que le concede la custodia de su hijo. Eso es algo que me parecía muy interesante desde el punto de vista dramático y que pude comprobar trabajando con una magistrada experta en asuntos familiares. Muchas veces basta con tener un abogado hábil en el manejo de las emociones a la hora de presentar un alegato a tu favor, en esos casos se favorece la construcción de un personaje totalmente alejado de la personalidad real del individuo en cuestión.

A la hora de trabajar todas esas emociones extremas que se van desvelando en la película me imagino que sería muy preciso en la dirección de actores, ¿cómo afrontó este proceso?

Antes de empezar a dirigir cortometrajes yo había trabajado como actor y eso me hace tener una sintonía especial con mis intérpretes, soy un director que habla su mismo idioma. Para mí es básico adaptarte a las exigencias de cada actor y no agobiarle. Es verdad que, antes de comenzar el rodaje, recabé bastante documentación sobre casos parecidos al que narramos en la película y me pareció útil enviársela a los actores pero únicamente con la idea de que tuvieran un material de apoyo, no instándoles a que hallasen su inspiración ahí. A mí no me gusta explicar a los actores las razones de sus personajes ni hablar con ellos acerca de la sicología de estos, aparte de ser un proceso que te ocupa mucho tiempo, creo que los intérpretes tienen la inteligencia suficiente como para asumir esas motivaciones por sí mismos. Por otra parte, dado que la historia que contamos en la película es tan dura, me pareció útil crear un clima de distensión en el set. Es mentira que un actor interprete mejor escenas dramáticas si está sometido a una fuerte tensión emocional, yo creo que si el actor sufre su trabajo se resiente.

¿Cómo está viviendo la repercusión que ha tenido la película? ¿Qué siente uno cuando su opera prima consigue galardones destacados en festivales como los de Venecia o Donostia?

Cuando uno se vuelca en un proyecto como este en cuerpo y alma y cuando dedica tanto tiempo y tantas energías para sacarlo adelante, cualquier reconocimiento me genera una gran alegría porque eso significa que has conectado con el espectador. Los premios que recibí, tanto en Venecia como en San Sebastián, fueron concedidos por dos jurados diferentes, eso significa que la película llega, que emociona, y eso es algo que también me han hecho sentir los espectadores que me dan las gracias por la película, algo que me conmueve profundamente. Pero no quiero que este éxito me condicione de cara a futuro, al fin y al cabo, “Custodia compartida” es mi primer largometraje y por eso mismo es importante conservar cierta humildad ante el elogio, porque estoy en el inicio del camino y no puedo, ni debo, relajarme ni pensar que ya está todo hecho.

En las opiniones que ha ido recabando entre el público ¿percibe que la gratitud del espectador se debe a su iniciativa de cara a abordar una problemática que pocas veces vemos retratada en el cine?

Puede ser. La mayoría de comentarios que me han hecho llegar me felicitan por haberme atrevido a hablar del tema de la violencia de género tal y como lo hago. Algunos me dicen que es un tema sobre el que conviene llamar la atención de manera urgente, pero para mí hace ya años que deberíamos haber empezado a tomar conciencia de todo lo que implica este tema. Más que limitarme a mostrar una realidad me interesaba contribuir a derribar barreras y prejuicios y en este sentido creo que la película funciona porque una de las cosas que más me han agradecido muchos espectadores es el hecho de ponerles un espejo delante.

Lo cual es todo un elogio habida cuenta de la incomodidad que puede generar el confrontarse con determinadas realidades ante las que, en muchas ocasiones, preferimos girar la vista.

Sí, claro, el principal problema que plantea la violencia de género es que la mayor parte de las veces acontece en un ámbito privado como es el del hogar, un escenario hacia el que nos da mucho pudor dirigir la mirada. Pero ante determinadas realidades estamos obligados a ejercer de voyeurs. Eso es un poco lo que sugiere el último plano de la película, con esa puerta que se cierra ante nosotros tras haber asistido a la angustia de esa mujer acosada. Yo no puedo ofrecer respuestas tranquilizadoras, pero sí que considero necesario que el espectador se sienta interpelado.