Beñat ZALDUA
ANIVERSARIO DE LOS INCENDIOS DE PORTUGAL

EL FUEGO QUE A PUNTO ESTUVO DE QUEMAR AL GOBIERNO PORTUGUÉS

Hace un año, Portugal ardió. El fuego originado en Pedrogao Grande se cobró 66 vidas, a las que se sumaron 50 fallecidos en los incendios de octubre, haciendo de 2017 el peor año en la historia del país y provocando una crisis que llegó hasta el Parlamento, en forma de frustrada moción de censura.

Carretera 236-1, entre Figueiro dos Vinhos y Castanheira de Pera, en el municipio de Pedrogao Grande, a menos de dos horas de coche al noreste de Lisboa. Podría ser una carretera más de las centenares que atraviesan las 500.000 hectáreas de superficie boscosa calcinadas el año pasado en Portugal, pero en este pequeño tramo de carretera, en cuestión de pocas horas, murieron hace un año 47 personas. Es estremecedor y, al mismo tiempo, difícil de creer. Un año después, apenas unas flores a pie de carretera recuerdan el drama de quienes quedaron atrapados en el fuego en este punto, sin poder recorrer los escasos metros que les separaban de una amplia carretera general por la que podrían haber escapado.

En aquel incendio murieron un total de 66 personas y se quemaron más de 200.000 hectáreas, en lo que fue el punto culminante del peor año de incendios en la historia de Portugal. Y ya es mucho decir en un país en el que los habitantes del interior siempre han hablado de «época de fuegos», como quien habla de un fenómeno meteorológico ordinario. En efecto, los incendios son comunes aquí, pero las condiciones ambientales de los últimos años –que no irán sino a peor conforme avance el cambio climático–, la eucaliptización de la masa forestal y la falta de la inversión necesaria para cuidar los bosques conforman un coctel que dan a los incendios una dimensión y una mortalidad nunca antes conocidas. Así lo sostienen Joao Camargo y Paulo Pimenta de Castro en el libro “Portugal em chamas, como resgatar as florestas”, recién editado y presentado ayer, precisamente, en la escuela tecnológica de Pedrogao.

¿Y las donaciones?

A la entrada de la localidad, un gran cartel da las gracias al pueblo portugués por su solidaridad. Dentro, el agradecimiento con la gente que donó hasta 16 millones de euros se mantiene, pero acompañado de un desengaño palpable más allá de las conmemoraciones oficiales que estos días se multiplican. «Sí, sí, seguro que se donó, pero yo no he visto ni un céntimo», se queja Cristina mientras limpia la parroquia de la vecindad de Vila Facaia. Por barrer, barre hasta al periodista, al que manda de vuelta a casa: «Para qué voy a hablar contigo; si no me lo soluciona mi gobierno, tampoco lo hará el tuyo». Es también el sentir del interior portugués, abandonado en detrimento del turístico y desarrollado litoral.

Cabe poner en cuestión, sin embargo, que la culpa sea entera del Gobierno. El fondo oficial que creó para gestionar las ayudas, el Fundo Revita, apenas ha gestionado cinco de esos 16 millones, destinándolos sobre todo a la reconstrucción de viviendas –se han reparado o vuelto a levantar el 60% de las casas dañadas–. Es el inabarcable universo de organizaciones benéficas, ONGs y fundaciones lo que hace imposible seguir el rastro de las ayudas, sobre las que ya hay sospechas públicas, más teniendo en cuenta que muchas de las organizaciones se crearon ad hoc.

Si se confirmase algún día el desvío de fondos que a pie de calle algunos dan por hecho, no sería el único ámbito en el que alguien saca tajada de la tragedia. En los días siguientes al incendio, el precio que las grandes empresas madereras y papeleras pagaron por la tonelada de madera fue de 28 euros, cuando apenas días antes estaba a 37. El truco es fácil; si la madera quemada no se trata rápidamente, se pierde, por lo que los pequeños propietarios, que en la minifundista mitad norte de Portugal son inmensa mayoría, se ven obligados a malvenderla.

Causas todavía por aclarar

Ayer el termómetro solo marcaba 29 grados centígrados al mediodía en Pedrogao. Y digo solo porque hace un año las temperaturas estaban por encima de los 40 grados, el viento era fuerte y de dirección variable, a lo que se sumó una tormenta seca. Es decir, relámpagos sin lluvia. Fuego sin agua. Los primeros informes oficiales apuntaron precisamente a que un rayo estuvo en el origen del incendio, pero no todos se convencieron. El presidente de la Liga dos Bombeiros, Jaime Marta Soares, aseguró que, según la información de la que disponía su cuerpo, las primeras alertas de fuego llegaron antes que la tormenta.

Ya en octubre, se sumó un informe técnico independiente encargado por el Gobierno a la Universidad de Coimbra, en el que se señalaba como causa más probable del incendio el contacto de una línea eléctrica de media tensión con la vegetación. Es más, hay quien ha señalado la posible responsabilidad de Energías de Portugal (EDP), que no habría mantenido limpia la línea para evitar el fatídico contacto.

Portugal arde, la Geringonça se quema

Al fuego de Pedrogao le siguieron los de octubre en el centro y el norte del país, sumando 50 muertes más. En total, 166. Fue una tragedia humana, pero también una tragedia ecológica plasmada en el hecho de que el país, que apenas ocupa el 4% del territorio europeo, acaparó más de la mitad de la superficie calcinada en la UE el año pasado. Y fue también una tragedia económica cuyo impacto negativo algunos estudios sitúan en 500.000 millones de euros –otros lo elevan a mil millones–. En definitiva, fue una tragedia nacional que los portugueses vieron en directo por televisión y a la que le puso la guinda la destrucción del Pinhar do Rei, el bosque del cual, según la historiografía oficial, salió la madera con la que se construyeron los grandes buques de los «Descubrimientos» a finales del XV y principios del XVI, la breve época de oro de Portugal en el tablero global.

Según la encuesta anual de Porto Editores, «incendio» fue la palabra del año 2017 en Portugal. Sustituyó a Geringonça, que podría traducirse como artefacto y que da nombre a la fórmula de Gobierno en pie desde las elecciones de 2015. Entonces volvió a ganar la derecha, pero el Partido Socialista, con el apoyo parlamentario de los tres partidos de izquierda –Bloco, PCP y Verdes–, se hizo con el gobierno en segunda instancia. Este experimento inédito –del que hablaremos los próximos días– estuvo también a punto de chamuscarse con los incendios. El presidente, el conservador Marcelo Rebelo da Sousa, fue bastante más hábil que el primer ministro socialista António Costa, paralizado ante la evidente falta de recursos para combatir el fuego.

Sousa forzó la dimisión de la ministra de Administración Interna y, tras los fuegos de octubre, los partidos de la derecha aprovecharon el momento para plantear una moción de censura. Pero se pasaron de frenada. La diputada encargada de defender la moción contra Costa fue, ni más ni menos que Assunçao Cristas, exministra de Agricultura bajo cuyo mandato se desregularizó la gestión forestal y se abrió camino al eucalipto que hoy invade gran parte de Portugal. No fue una gran idea. Cabe desdramatizar, sin embargo, la moción de censura en este país: ha habido 28 en los 42 años de democracia representativa.

Salvado el matchball, cabe preguntarse si se han tomado todas las medidas necesarias para evitar al menos la magnitud de una tragedia semejante. Medidas no han faltado, desde la formación de militares a un nuevo sistema de alerta por SMS, pasando por planes de limpieza del sotobosque –incluyendo a rebaños de cabras– y por la adquisición de nuevos medios materiales. ¿Es suficiente? A todas luces no. Varios estudios han alertado ya que los años venideros podrían ser iguales, que hay 750.000 hectáreas fácilmente calcinables y que se necesitan intervenciones e inversiones a largo plazo, mientras la izquierda critica al PS su obsesión con el déficit, que impide las inversiones necesarias para que la tragedia no se repita. ¿Y Pedrogao? Pedrogao todavía no tiene, un año después, ni un plan de protección forestal.