Analista social

Ellis Island 1883, Valencia 2018

Hubo un tiempo en el que la tarea de viajar, descubrir y explorar estaba reservada a los hombres europeos. Existía un imperio en el que el sol nunca se ponía. Después se habló de libertad, igualdad y fraternidad. La Comuna fue un acontecimiento feliz, tan efímero como el tiempo de las cerezas. Luego, proletarios del mundo fueron convocados a la unidad. La sororidad de Flora Tristán alumbró otro mundo posible. Más adelante, la solidaridad se transformó en la ternura de los pueblos.

Soñé que en la escuela aprenderíamos historias y geografías con planisferios sin fronteras líquidas mortales y cartografías de travesías con final feliz: de Lesbos a Calais; de Lampedusa a las Islas Canarias. Me equivoqué, como la paloma. En Cabo de Gata y Tarajal, en Ali Hoca Burnu y el Archipiélago de las Comoras, almas desdichadas abandonadas a su suerte viajan a la deriva en pateras y kwassas azotadas por la tempestad. Morir ahogada no es un destino.

Filtros de eliminación al servicio de una xenofobia selectiva: vallas, muros, drones, controles, confinamiento, retención y deportación. ¿Podemos seguir dando muerte, sin ser condenados por ello?

En Valencia, igual que en Ellis Island, la hospitalidad fue un derecho, no un delito. Derecho a la libre circulación y a la ciudadanía universal.