Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
CHRISTIAN PETZOLD
CINEASTA

«Me resulta muy difícil hacer cine sin hablar del pasado»

Nacido en Hilden (Alemania) en 1960, ha trabajado como realizador tanto en televisión como en cine, donde debutó con «Die innere Sicherheit» (2000). Con «Barbara» (2012) obtuvo el Oso de Plata en la Berlinale y su siguiente trabajo, «Phoenix», ganó el premio FIPRESCI en Donostia. Acaba de estrenar «En tránsito», una reflexión sobre la condición de refugiado a partir del clásico literario de Anna Seghers.

En las distancias cortas Christian Petzold transmite una energía desbordante. La pasión que derrocha hablando de su trabajo revela una entrega profesional que ayuda a comprender mejor su frenesí creativo. A pesar de ser un título, como quien dice, recién salido del horno, “En tránsito” (que acaba de llegar a las salas tras su estreno mundial hace apenas cuatro meses en la última edición del Festival de Berlín), constituye un recuerdo lejano en la memoria de Petzold quien, desde que lo rodase, ha estado al frente de otros dos proyectos: la realización de tres capítulos para la mítica y longeva serie de televisión “Polizeiruf 110” y el largometraje “Undine”, que según Petzold es una «aproximación a este personaje mitológico, una ninfa acuática que ve obligada a matar a aquellos hombres que la abandonan. Esta película será la primera de una trilogía inspirada en la tradición folclórica germana».

No obstante, a Christian Petzold no le cuesta volver la vista sobre “En tránsito”, primero porque con esta película pone punto y final al tríptico que más éxito le ha procurado y que le ha llevado a ser uno de los cineastas más reputados a nivel internacional: «Cuando preparo una película siempre tiendo a pensar en las dos siguientes que voy a rodar. ‘En tránsito’ es la culminación del trabajo que inicié con ‘Bárbara’ y que continué con ‘Phoenix’. Las tres películas hablan del amor en un escenario de opresión. ‘Bárbara’ era la historia de una mujer al otro lado del telón de acero, ‘Phoenix’ evocaba los tiempos oscuros del nazismo y ahora ‘En tránsito’ remite a una suerte de limbo donde las personas que lo habitan están en una situación de precariedad, siendo perseguidas por las instituciones. Es el contexto más ambiguo de los tres, y como tal esta película es la más abierta a interpretaciones de la trilogía. El amor normalmente actúa como un bálsamo pero tampoco conviene obviar que es un sentimiento que se vive de una manera u otra dependiendo de las circunstancias que rodean a quien lo experimenta».

La segunda razón que justificaría esa pasión con la que el realizador alemán habla de su última película cabe hallarla en la novela homónima que la inspira, obra de Anna Seghers: «Desde que la leí, en mi época de estudiante, se convirtió en un libro de referencia para mí, hasta el punto de haber inspirado toda mi obra como cineasta. Pero hasta hace unos años no consideré seriamente la posibilidad de trabajar directamente sobre él, en parte porque siempre pensé que las grandes novelas suelen dar lugar a malas adaptaciones cuando son llevadas al cine. A pesar de haber realizado una primera versión del guion, aparqué el proyecto porque la muerte de mi amigo y co-guionista Harun Farocki me dejó emocionalmente bloqueado. Cuando lo retomé me di cuenta de que la historia, que en la novela transcurre en 1942, conservaría su fuerza si la proyectaba sobre el hoy. Si, por el contrario, me empeñaba en mantener el relato ambientado en el pasado, la película nacería muerta».

La novela de Anna Seghers transcurre en Marsella durante los años de la ocupación del Estado francés por parte de los nazis. La ciudad provenzal, uno de los más importantes puertos del Mediterráneo, se convirtió en aquellos días en un hervidero de refugiados llegados desde todas partes de Europa que ambicionaban salir del continente. La propia idiosincrasia de la ciudad, según Petzold, hace que se mantengan muy vivas esas conexiones entre presente y pasado que a él le interesaba explotar a través de esta película: «Obviamente la situación de los refugiados en nuestros días no es la misma de quienes se hacinaban en Marsella durante los años de la ocupación. En aquél entonces la ciudad estaba llena de intelectuales de izquierdas, judíos y homosexuales que se vieron forzados a huir de la amenaza nazi. Hoy son jóvenes que, en muchos casos, son enviados a Europa por sus propias familias para huir de la guerra y de la pobreza, los que pueblan las calles de Marsella. Se trata de dos experiencias dramáticas de distinta naturaleza pero que, en el fondo, atesoran, una resonancia similar».

 

Ayer, hoy y siempre

Eso fue lo que empujó a Petzold a ambientar en la Marsella de hoy la novela de Seghers sin cambiar nada de la trama, lo que le ha llevado a construir un largometraje resueltamente extemporáneo en el plano formal algo  que, curiosamente, vigoriza el contenido del relato: «Hay una película de Chantal Ackerman titulada ‘Retrato de una joven a finales de los sesenta en Bruselas’. Es un film rodado en los escenarios reales de la Bruselas de 1992 cuya acción se desarrolla en 1967, Lo más curioso es que ese anacronismo funciona y pensé que algo así era lo que me apetecía hacer a mí con la obra de Seghers. Cuando se lo propuse a los productores parecieron desconcertados, pero al poco tiempo me trasladé a Marsella y comprobé que se trata de una ciudad cuya fisonomía encierra distintas épocas. En la Marsella actual se superponen el ayer, el hoy y el mañana como si se tratase de universos paralelos».

Llegados a este punto Christian Petzold no duda en poner ejemplos concretos a la hora de establecer esos vínculos entre pasado y presente: «Cuando uno se fija en los vagones de tren que conducen a miles de inmigrantes a los campos de refugiados que hay en el sur de Francia, comprueba que se asemejan a inmensos contenedores cuyo diseño no difiere mucho del de los vagones en los que se organizaron las deportaciones a Auschwitz. También está el caso del Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo que se abrió en una antigua fortaleza militar que servía para proteger la ciudad de Marsella de los ataques enemigos. Fue un museo diseñado para celebrar la apertura del espacio Schengen y que, antes  de inaugurarse, vio como esos acuerdos eran anulados».

Esas tensiones entre pasado y presente, entre los recuerdos de los personajes y sus acciones, al punto de prefigurar un escenario en el que se funden la realidad soñada con la realidad vivida, están muy definidos en una película como “En tránsito” gracias también al original uso que hace Petzold de la voz en off: “Normalmente es un recurso que se usa para explicar al espectador aquello que está viendo por parte de un narrador omnisciente, eso es algo que me molesta mucho. Sin embargo, cuando resolví introducirla lo hice con la idea de confrontar la propia memoria de los personajes y sus actos. En la película en cuanto algo es enunciado pasa a ser una acción del pasado y, ni siquiera, sabemos si se trata de algo real o inventado”, explica el cineasta.

Cuando se le hace notar que la memoria es un concepto que ha venido nutriendo la obra de los más importantes cineastas alemanes a lo largo de las últimas décadas, Petzold asiente y comenta que “esto es así porque el nazismo lastró la evolución del cine alemán durante los años 50 y 60 y hubo que esforzarse por reinventar un nuevo modo de aproximarse al pasado. A mí, personalmente no me gusta hacer películas históricas pero me resulta muy difícil hacer cine sin hablar del pasado, aunque sea indirectamente”.

En este sentido el concepto de memoria aparece íntimamente vinculado al de identidad, cuyas derivas exploró por Petzold tanto en “Barbara” como en “Phoenix” y que en su nueva película vuelve a ser motivo de reflexión por parte del cineasta: “Ser director de cine es algo que te empuja a buscar tu propia voz y a partir de ahí a ir definiendo tu identidad. Para ello resulta muy útil contar con referentes. El problema que tenemos los cineastas alemanes cuando miramos al pasado en busca de esos referentes es el que te comentaba antes, el del nazismo que contaminó todo nuestro patrimonio cultural. En los 70 hubo directores como Wim Wenders o Fassbinder que actuaron como francotiradores a la hora de forjar su propia identidad huyendo de la tradición. Wenders lo consiguió tomando como referencia el cine de Ford y el romanticismo tardío alemán mientras que Fassbinder se inspiró en el melodrama de autores como Douglas Sirk o Max Ophüls. Tanto Wenders como Fassbinder han sido dos de los autores que más me han inspirado de cara a reflexionar sobre el concepto de identidad. En mis dos anteriores films se deja sentir su huella”.