Carlos GIL
Analista cultural

Lo imposible

Hace cincuenta años se escribía por las paredes y se gritaba por las calles adoquinadas de un París primaveral: sed realistas, pedir lo imposible. Y lo imposible, a veces, llegó. Porque imposible es una idea de freno, conformista que no activa otra cosa que la tozudez de los navarros. Calificar una necesidad social, política, cultural como imposible es negar la dialéctica histórica, agarrarse a una visión conservadora de lo que es capaz cada individuo, los colectivos y la sociedad entera en lograr siempre que exista una argumentación que sostenga esa imperiosa necesidad de cambio.

Imposible parecía que existieran lugares para actuar que no fueran frontones habilitados. Imposible nos decían que era mantener unos equipos de trabajo de manera sostenible con proyección artística y fundamento. Imposible eran demasiadas cosas, que hoy son posibles e incluso superadas, por lo que sigamos pidiendo lo imposible para poder llegar a ser una realidad tangible de futuro. Y pasa, en las artes en vivo, por un nuevo paradigma. Por quitarse de imposibles fomentadas en una concepción arcaica de todo el proceso productivo, distributivo y de exhibición. Empezando por apostar por las compañías estables, residentes, con proyectos comunes. Aprovechar las inversiones arquitectónicas para hacerlas centros creativos, cargados de vida artística propia, cercana, contextualizada y rica. Estamos hablando de la nobleza que siempre tiene lo imposible como objetivo realizable con voluntad política. Y con una lucha solidaria que dote de nobleza cultural a lo imposible.