Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Las guardianas»

El clima bélico fue propicio para el matriarcado rural

La Gran Guerra, desde su inicio en 1915 hasta el armisticio final, define el arco temporal que marca el tempo narrativo de “Las guardianas”. De repente los hombres desaparecen de escena, y son las mujeres las que se adueñan del ritmo cotidiano de la vida en el medio rural, trabajando de sol a sol y tomando consciencia de su fuerza dentro del matriarcado para evitar que el reloj de la historia no se detenga y que todo aquello por lo que merece la pena luchar se destruya.

Es el curso natural sobre la tierra madre el que hace fluir una esperanza de futuro, gracias a las jornaleras que conviven con el paso armonioso de las estaciones, como si la paz les perteneciera a ellas.

Xavier Beauvois se supera a sí mismo y deja atrás el Gran Premio del Jurado obtenido en Cannes con “De dioses y hombres” (2010) con una magistral adaptación de la novela que Ernest Pérochon publicó en 1924. Es un relato con mayúsculas, uno de esos clásicos atemporales que hay que degustar con la misma paciencia con que se decanta el vino añejo. Una maravilla para los sentidos en la que las imágenes reposadas con el color dorado del trigo son captadas por la directora de fotografía Caroline Champetier con la misma luz que ilumina los rostros de esas mujeres que, sin saberlo, han tomado posesión del nuevo siglo que traerá los cambios igualitarios y de empoderamiento femenino. Y la música de Michel Legrand es como el viento que mece los campos en tiempo de cosecha, convertidos en mares de hierba. Pero la máxima protagonista de la película es la jornalera huérfana Francine, encarnada por la actriz revelación Iris Bry, que mantiene un duelo de tú a tú con la dama de la interpretación Nathalie Baye, la cual ejerce de matriarca de la familia Paridier con una resolución arrolladora. Toda ayuda es poca, debido a que la hija, papel que corre a cargo de Laura Smet, está embarazada y bastante hace con ocuparse de la cocina.