Marianito GORRI
IRUÑEA

Nos quedamos con el helio, pero necesitamos un traductor

Curiosos, bellos e inútiles globos-medusa han irrumpido como novedad en estas fiestas, con permiso de las gafas iluminadas. Reconozcámoslo: el merchandaising sanferminero no vive sus mejores momentos. Hay que invertir en I+D para lograr, en 2019, un traductor para entender a los sinceros ebrios que pueblan estos días nuestras calles.

Es un gas noble, y al mismo tiempo, el segundo elemento más ligero. Es el gas con menor solubilidad en el agua, lo cual puede llegar a querer decir que, si lo convirtiésemos en kubata, no se aguaría nunca. Un milagro. Es más, dicen los entendidos que es el único refrigerante capaz de alcanzar temperaturas por debajo de -434 grados Fahrenheit, con todo lo que eso pueda llegar a significar en estos tórridos días. Hablamos del helio, maravilloso gas que tanto sirve para inflar globos infantiles como para llenar dirigibles aerostáticos. También, por supuesto, para convertir a un digno sujeto en un pitufo a las cuatro de la mañana y grabar un vídeo del que se arrepentirá. Pero también hay quien pasea por Iruñea con un loro en el hombro como si nada pasase.

Ocurre que, de repente, de golpe y porrazo, sin prepararse para una competencia sobre la cual nunca nadie le avisó, sin comerlo ni beberlo, el helio se ha visto estos sanfermines en pugna con unos incomprensibles globos-medusa aparecidos de la nada. Es la novedad, o algo así, de estas fiestas. Eso nos han explicado, al menos, cuando hemos preguntado sobre los nuevos artefactos que cada verano irrumpen en Euskal Herria a través de esta gran puerta de entrada que es Iruñea. Más vale que el helio zanjó ayer la pugna a lo grande, como no podía ser de otra manera, haciendo aterrizar un pedazo de globo aerostático en pleno parque de la Taconera. No hubo heridos, fue un acto reivindicativo tan contundente como pacífico.

Quizá sea el momento de admitir que el merchandaising estival está viviendo horas bajas. En años pretéritos hemos tenido, entre otros, vuvuzelas, bonobos y pequeños megáfonos que todos odiábamos hasta que nos pusieron uno en las manos. Servían para bailar con ellos, inventar melodías y, por supuesto, reventar la paciencia del vecino. Pura gentrificación local, si se admite como posible semejante construcción gramática.

También dicen, cuentan y comentan que algún inconsciente intentó darle un mordisco a uno de aquellos monos de peluche. Los más osados alcanzan a aseverar que el simio emitió un gemido de protesta y dolor, reivindicando una inverosímil condición vital.

Volvamos a los globos-medusa y, aunque sigamos discutiendo su aportación general, admitamos que puedan llegar a hacer la delicia de infantes e infantas. Después del torico de fuego y de clamar «ooohhhh» con los fuegos artificiales, llevarse un cacho de cielo iluminado a casa podría llegar a recordar aquel móvil que giraba sobre sus cabezas cuando dormían en la cuna. Pero es que ese es el problema: suelen irse a dormir inmediatamente después de adquirir el susodicho producto.

Expliquémonos: fuera del horario nocturno, el globo-medusa no es mucho más que una bolsa de plástico inflada sujeta a un palo-selfie que no sirve ni como bastón de apoyo. De noche podemos llegar a admitir la belleza de un balón suspendido en el aire. El problema es que su utilidad no sobrepasa la que estéticamente se le pueda conceder; no sirve ni como verga de kiliki. Y estamos a principios de julio y las horas de noche son pocas. Resumen: es un bonito invento tremendamente inútil.

Su sucedáneo más o menos jugón en términos parranderos son las gafas iluminadas que uno puede encender con una batería escondida en el bolsillo o donde se pueda –algo que, ya de saque, limita su sentido de la practicidad–. Cuesta mirar al colega que te viene con unas de estas gafas luminosas, pero ya estamos acostumbrados a que nos vengan a hablar a altas horas de la noche con las luces largas puestas, así que démosle un pequeño pase al invento.

Este es, ni más ni menos, el magro plantel de los inventos sanfermineros de 2018. Vista la cosecha, siempre podemos refugiarnos en eternos clásicos como el gorro de Gora Euskadi que, desafiando toda lógica de mercado, sigue estando a la orden del día. Y eso que, según los últimos archivos históricos encontrados entre los restos del castillo de Amaiur, estas txapelas se consideraban ya viejas en el siglo XVI. Así que, visto lo visto, desde esta humilde y digna tribuna nos animamos a plantear nuevas propuestas para años venideros.

«Propomdmoz imbemti»

Una traducción para legos: Proponemos invento. Quien no haya escrito o recibido un incomprensible mensaje estos días es que ha callejeado menos de lo que recomienda el sentido común. Las teclas son muy pequeñas y por mucho que intentemos afinar, llega un momento en el que es inevitable pulsar la tecla equivocada. Pero hay que tener cuidado, porque de la plaza de los ajos a la de los anos solo hay un milímetro de distancia en el teclado de un móvil.

Otra opción pasa por enviar mensajes de audio, pero cuidado con delatarse. Se puede defender que no hay que estar bebido para enviar un texto incomprensible, pero difícilmente se conseguirá la absolución tras grabar un mensaje con la lengua convertida en una patata de Jaurrieta.

Sea escrito u oral, el idioma empleado por juerguistas acostumbra a requerir un traductor que nadie ha inventado todavía. Están tardando. Entendemos que no es fácil, ya que no existen nativos de esta lengua; es decir, no es el idioma materno para nadie, aunque haya especímenes que, con el paso del tiempo y base de mucha dedicación, adquieren una fluidez espectacular. Suele ser inversamente proporcional a la salud de su hígado. Pero de ahí, precisamente, el interés por descifrar ese lenguaje parrandero que todos hemos balbuceado alguna vez pero que apenas nadie consigue dominar.

Dice la sabiduría popular que los borrachos no mienten, el problema es a veces tampoco se les entiende. Insistimos, urge ese traductor. Una investigación académica realizada con 185 personas de varios países –prometemos estar diciendo la verdad, se ha publicado en la revista “Topics in Cognitive Science”– ha demostrado que mentimos menos cuando hablamos una lengua ajena. Permítase interpretar el resultado del estudio como la prueba definitiva de que, si los borrachos no mienten, es porque no dominan el alfabeto remojado en patxaran. Reclamamos todavía con mayor urgencia, por tanto, ese traductor que nos permita descifrar a estos sinceros seres que estos días pueblan nuestras calles escampando sus verdades.