Mikel CHAMIZO
DONOSTIA
Entrevue
RAQUEL ANDUEZA
SOPRANO

«La de una soprano es una vida solitaria, prefiero cantar con amigos»

Raquel Andueza nació en Iruñea, donde realizó sus primeros estudios musicales antes de pasar a la Guildhall School of Music de Londres. Pronto comenzó a colaborar con grupos de música antigua como La Colombina, L’Arpeggiata, Gli Incogniti o La Tempestad, y a forjarse una carrera internacional como solista que la ha llevado a ciudades como París, Nueva York, Moscú, Tokio, México, Chicago o Hong Kong. 

Tras su última visita a la Quincena Musical en 2015, Raquel Andueza regresará mañana al Ciclo de música antigua con un programa titulado “Italia 1600”, que propone un viaje a los albores de la monodia acompañada con madrigales y canciones de Monteverdi, Cavalli, Ferrari, Kapsberger y Anglesi.

 

Regresa al Ciclo de música antigua de la Quincena, al que le une una larga historia. Ya se pasaba por aquí antes incluso de ser usted quien se subía al escenario.

La Quincena Musical ha sido una constante para mí desde que era pequeña. Mi hermano Simón ha sido siempre muy aficionado a la música antigua, venía cada año a este ciclo y yo le acompañaba junto con otros amigos del coro en el que cantábamos. Veníamos por la mañana a pasar el día en Donostia y la culminación era el concierto de las seis de la tarde en Santa Teresa. Tras ser parte del público durante tanto tiempo, un día me llamaron para que fuese yo quien cantase. Quizá por eso, porque lo conozco tanto, es una de las citas de la música antigua en la que más ilusión me hace participar, y además con la suerte de que vuelvo más o menos cada tres años.

 

Imagino que desde el escenario verá muchas caras conocidas.

Es lo más bonito de este festival, lo fiel que es el público. Efectivamente, salgo al escenario y vuelvo a ver las mismas caras, hasta tengo la impresión de que están sentados en los mismos asientos que la última vez. Además es un público muy cálido. Actuar en directo tiene el inconveniente de que no sabes qué puede ocurrir, si vas a equivocarte en la nota más importante o se te va a posar una mosca en la nariz. Pero esa incertidumbre y los nervios del directo se mitigan cuando, nada más salir, recibes un aplauso cálido como el que te brinda el público donostiarra.

 

¿La pasión por la música antigua, entonces, le viene por influencia familiar?

Así es. Mi hermana mayor, Ester, es pianista, y recuerdo que cuando yo era muy pequeña le pedía siempre que tocase el “libro azul”. Más tarde descubrí que ese libro azul contenía composiciones de Bach. En cuanto a mis otros hermanos, Ignacio es acordeonista y Simón contrabajista. Simón, además, es un verdadero friki de la música antigua y yo crecí escuchando constantemente sus discos, con intérpretes ingleses que a él le gustaban mucho como The English Concert o Emma Kirkby, y que a mí terminaron fascinándome también. Además, Simón es muy amigo de David Guindano y cantábamos juntos en un coro que dirigía él. Era un coro de adolescentes, pero recuerdo que cantábamos los madrigales eróticos de Monteverdi sin ningún tipo de rubor.

 

Monteverdi es un autor que casi siempre está presente en sus recitales.

Monteverdi fue uno de los descubrimientos más importantes en mi vida. Con él abrí los ojos al repertorio del Seicento italiano, a la música de los afectos, que hace aflorar los sentimientos y los describe como ninguna otra. A Monteverdi lo canté por primera vez con 15 años en el coro y fue un enamoramiento total. Por alguna razón, además, me resultaba muy natural cantar y comunicar su música. Se podría decir que gracias a Monteverdi quise ser soprano y especializarme, además, en este estilo de música.

 

Lleva mucho tiempo construyendo una carrera sólida, pero ha sido en los últimos años cuando su agenda se ha llenado de actuaciones internacionales. ¿Cuál ha sido el punto de inflexión?

Creo que fue el primer disco que grabamos juntos Jesús Fernández Baena y yo, “D’Amore e Tormenti”. Lo hicimos con una discográfica vasca, NB de Nicolás Basarrate, y en nuestra cabeza era casi como si estuviéramos grabando una maqueta para presentar nuestro trabajo, pero de repente se convirtió en uno de los discos más vendidos del año en el ámbito de la música antigua. Creo que ese disco marcó un antes y un después en mi vida profesional, pero mi andadura ha sido siempre bastante progresiva, no he tenido altibajos. Eso es bueno, porque en el mundo del canto, una voz que sube muy rápido también puede caer rápido.

 

Se presenta en Donostia con La Galanía, el grupo que fundó en 2010 con Fernández Baena. ¿Por qué decidió formar su propio grupo?

Cuando terminas en el conservatorio y empiezas a trabajar, lo normal es colaborar con muchos directores diferentes de los que van aprendiendo. Pero poco a poco vas forjando tu identidad musical y, en un momento dado, es inevitable pensar que lo que te pide el director tú lo harías de otra manera. En el caso de La Galanía, me encontré con unos amigos con los que me entendía a la perfección y con los que no tenía ningún tipo de fricción en lo musical, así que formamos La Galanía para poder imprimir al cienco por cien nuestra identidad en las músicas que más amamos. Y es agradable estar rodeado de amigos. La vida de una soprano es solitaria, pasas mucho tiempo viajando sola y en hoteles. Y en ocasiones, aunque te encuentres rodeada de gente muy profesional, los ensayos pueden llegar a ser un tanto fríos. En mi etapa de solista, viajando por todo el mundo, me sentía sola, así que decidí bajar un poco el ritmo y trabajar más con amigos.

 

Van a presentar el programa «Italia 1600», secuela del ya citado «D’Amore e Tormenti». ¿Qué podremos escuchar en Santa Teresa?

Son canciones italianas de temática amorosa del XVII, con el nexo en común de que todas tienen textos maravillosos. Son piezas características del Barroco incipiente, con un carácter descarnado y muy sensual, que hablan de amor, desamor, tormento... Una de ellas, “Donzelleta, Lascivetta”, la hemos encontrado en una colección de música de 1622 y creo que va a ser su estreno en tiempo modernos. Habrá también momentos instrumentales muy interesantes, como una “Bergamasca” anónima que hemos rescatado de un manuscrito cobijado en la RAE, muy virtuosa.

 

¿Cuál es su secreto para interpretar estas canciones?

Para empezar, si un texto no me convence, por muy bonita que sea la melodía, intento no cantarla. Siempre elijo textos con los que me pueda identificar, porque mi secreto, entre comillas, es empatizar con el sentimiento que contiene ese texto y, a partir de esa sensación, ponerme a cantar. Si habla del desgarro amoroso, intentar sentirlo, aunque yo misma nunca lo haya sentido. Incluso cuando tienes que hacer de un personaje muy malvado debes empatizar con él. Para eso hay que dejar el ego a un lado, olvidarse de una misma, para convertirte en un canal para las palabras, siendo narradora y protagonista de los sentimientos. Esta experiencia es muy intensa, claro, suelo acabar desfondada en los conciertos. Además puede llegar a generar cierta vengüenza, porque dejas tu alma completamente desnuda ante el público. Recuerdo que, una vez, una señora del público me dijo que me tenían que haber dejado muchos novios para cantar así. Pero no hay otra forma de abordar esta música, si te pones protecciones ya no logras comunicarla.