Ainara LERTXUNDI
Entrevue
ANDRÉS CONDE
DIRECTOR DE SAVE THE CHILDREN EN EL ESTADO ESPAñOL

«Lo único que quieren es volver a Siria; lo de ahora no es vivir»

Andrés Conde, director de Save the Children en el Estado español, ha visitado el campo de refugiados sirio de Zaatari, en Jordania. Abierto ahora hace seis años como una solución temporal, hoy en día acoge a cerca de 80.000 personas.

El campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, se abrió el 28 de julio de 2012 con vocación temporal. Pero con el recrudecimiento de la guerra en Siria, ha pasado de ser una pequeña colección de tiendas a convertirse en un asentamiento humano de casi 80.000 personas, siendo el segundo campo de refugiados más grandes del mundo. Las temperaturas en invierno bajan a cero grados, mientras que en verano pueden alcanzar los 45 grados. Cada semana se produce una media de 80 nacimientos. El 41,6% de su población tiene entre 0 y 11 años.

Según datos proporcionados por Save the Children, 1.035 niños y 165 mujeres embarazadas y madres lactantes han sido tratados por desnutrición en solo un año. La ONG ha entrenado a 96 profesionales sanitarios de clínicas y voluntarios comunitarios para detectar casos de desnutrición. 21.400 menores están escolarizados en 31 escuelas del campamento.

Unicef acaba de notificar a más de 509 sirios que trabajan como maestros ayudantes que sus contratos no serán renovados para el próximo año académico por falta de fondos. El portavoz de la agencia de la ONU en Ammán, Jitam Malkawi, ha asegurado que este despido masivo no va a afectar a la educación porque «el principal peso» lo llevan los profesores jordanos contratados por el Ministerio de Educación de su país.

Andrés Conde, director de Save the Children en el Estado español, ha visitado el campo de Zaatari por segunda vez. En entrevista con GARA, denuncia que «frente al compromiso de Jordania y Líbano, la respuesta de Europa solo puede calificarse de insolidaria». Tras seis años de guerra, «viven a la espera de que ocurra algo que les permita regresar a su casa o iniciar una vida normal, porque el día a día en un campo de refugiados es de todo menos normal». Advierte del deterioro de la salud mental de estas familias. «Es muy difícil mantener una estabilidad emocional cuando el futuro de tus hijos depende de las decisiones que se toman en Rusia, Irán o Arabia Saudí», resalta.

El campo de Zaatari nació con vocación temporal pero acaba de cumplir seis años. ¿Cómo ha ido evolucionando?

La primera vez que lo visité fue hace cuatro años. Todavía era un asentamiento de tiendas de campaña. No había agua potable ni electricidad. Las tiendas han sido sustituidas por barracones mucho más sólidos. Cada uno tiene un pequeño depósito de agua y desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la mañana hay luz eléctrica en el campo. En la medida en que la situación se ha ido cronificando, los servicios y las infraestructuras también han ido mejorando. Pero lo que lejos de mejorar ha empeorado es la desesperación, la incertidumbre y la salud mental de los refugiados; el deterioro sicológico de estas familias es enorme. Sienten que sus vidas dependen de la evolución de la guerra y de las decisiones que toman las potencias mundiales. Es muy difícil mantener una estabilidad emocional cuando el futuro de tus hijos depende de las decisiones que se toman en Rusia, en Irán, en Arabia Saudí. Lo único que quieren es regresar a Siria y recuperar su vida, su casa y su entorno porque lo de ahora no es vivir, sino sobrevivir. Es verdad que tienen cubiertas sus necesidades más básicas pero no tienen esperanza ni un proyecto de vida y eso deteriora tanto como la falta de alimento o de agua.

¿Cómo es el día a día de estos refugiados?

En este tiempo, las ONG hemos desarrollado todos los servicios básicos que necesita una población. Pero es un día a día sin nada que hacer. Es verdad que los niños van a la escuela y que hay suministros de alimentación suficientes, pero los adultos no pueden trabajar. Algunos hacen pequeños trabajos, otros trabajan como voluntarios, pero no tienen una actividad profesional. Es un día a día que se limita a acudir a los servicios que proporcionamos las diferentes organizaciones y a esperar a que ocurra algo que les permita regresar a su casa o iniciar una vida normal, porque el día a día en un campo de refugiados es de todo menos normal.

El 41,6% de los refugiados tienen entre 0 y 11 años. Estamos hablando de una población muy vulnerable…

Sí, más de 35.000 niños viven en el campo. Un buen número de ellos han nacido en el campo, no conocen otra vida que no sea la de un campo de refugiados. Para ellos el mundo es eso, un campo de refugiados. Es una situación inaceptable, que debemos cambiar. Es cierto que están atendidos con lo básico, pero no es una situación sostenible. Los campos de refugiados son soluciones temporales; una solución duradera implicaría el fin del conflicto en Siria y una acogida de pleno derecho. Esto todavía no se ha producido.

¿Qué estatus tienen?

Hay que reconocer el esfuerzo de acogida que ha realizado Jordania, el cual es espectacular. Es un país de seis millones de habitantes con un 1,3 millones de refugiados. Hay un refugiado por cada tres ciudadanos jordanos. Junto con Líbano, es el país que más ha contribuido a la acogida. Han tenido que doblar los turnos en las escuelas para poder atender a todos los niños refugiados sirios. El país ha invertido en poder dar educación a todos esos niños. Esta situación ha tensionado todos los servicios públicos jordanos, incluso el mercado laboral. Jordania tiene un 18% de desempleo. Para evitar que esa llegada masiva no se convierta en un polvorín, las autoridades jordanas han limitado el acceso al trabajo de los refugiados. Estos realizan empleos informales o que la población jordana no quiere.

Eso facilita la convivencia pero también supone un enorme desafío de supervivencia para las familias, que no tienen medios de subsistencia y dependen exclusivamente de la ayuda humanitaria, con lo cual esto no es una solución duradera.

O se llega a una verdadera integración de los sirios en Jordania o a un final en el conflicto en Siria que facilite el retorno de los sirios a su país, que es lo que verdaderamente desean. Aunque también buena parte de los refugiados cree que jamás podrán regresar porque su vida continuará en riesgo incluso con la guerra terminada. Las salidas son el retorno ordenado y con garantías de seguridad de todos aquellos que deseen regresar y la integración real en las sociedades de acogida, que implique permisos de trabajo y de residencia permanente.

¿Cómo calificaría la respuesta de Europa frente al ejemplo de países como Líbano y Jordania?

Frente al compromiso adquirido por ambos países, limítrofes con Siria, la respuesta de Europa solo puede calificarse de insolidaria e, incluso, de incumplidora de tratados internacionales que ha costado décadas construir. Hablamos de personas que están huyendo de la guerra. Y la mitad son niños. Y, sin embargo, les estamos negando el derecho a ser acogidos como refugiados. Es muy difícil caminar por un campo de refugiados siendo europeo y que no te asalten para preguntarte o pedirte ayuda para ir a Europa, no porque las condiciones económicas sean mejores sino porque se puede vivir en paz. Solo quieren eso, vivir en paz. Los países limítrofes, que son pobres, son los que están cargando con el esfuerzo de acogida. Exceptuando a Alemania, el resto de países europeos no han respondido al deber internacional de asilo que tenemos para con las personas que huyen de la violencia.

¿Cómo valora el auge de gobiernos populistas en Europa y la política de cierre de fronteras de algunos países?

Desde Save the Children, estamos muy preocupados por ese imaginario que presenta a los migrantes y refugiados como enemigos y por el aumento de las políticas de seguridad y el blindaje de las fronteras.

Entendemos que la cuestión migratoria es un gran desafío, pero creemos que es preciso abordarla desde una perspectiva demográfica –Europa es un continente que necesita la llegada de inmigrantes– y atender el brutal desequilibrio de rentas existente entre el norte de África y Europa.

Solo nos separan 14 kilómetros; sin embargo, en términos de renta, el abismo es brutal. No hay mar, vallas o muros que detengan la llegada de personas desesperadas que buscan oportunidades.

Nos preocupa la mirada a corto plazo de la UE, basada en la seguridad. Es imprescindible una visión más estratégica que implique el establecimiento de vías legales y seguras que garanticen una llegada ordenada y que Europa invierta de un modo sostenible en el desarrollo de los países de origen, porque ninguna de estas personas quiere venir a Europa; se ven obligadas a hacerlo. No puede ser que países como Líbano y Jordania carguen cada uno con más de un millón de personas.

El trabajo de las ONG también está en el punto de mira.

Estamos siendo criminalizadas por salvar vidas. En el Mediterráneo mueren muchísimas personas cada día. Lo único que hacemos es cumplir el mandato humanitario que nos lleva a salvar vidas, aliviar el sufrimiento y dar dignidad a las víctimas. Estamos obligados a ello y, sin embargo, somos criminalizados. La Europa fortaleza nos ve como enemigos porque salvamos vidas y eso es inaceptable.