GARA
MENORES MIGRANTES DEPORTADOS A CENTROAMÉRICA Y MÉXICO

NIñOS MIGRANTES: POBREZA, DESARRAIGO, MIEDO Y VIOLENCIA

Entre enero y abril de este año, 96.000 personas fueron deportadas desde EEUU y México a El Salvador, Guatemala y Honduras. A su regreso les esperan las mismas causas que les empujaron a emigrar: pobreza, falta de oportunidades, violencia, exclusión...

Pilar –nombre ficticio para proteger su identidad– tiene 15 años. Actualmente vive en el centro de recepción de migrantes de la Ciudad de Guatemala, donde busca asilo junto a sus padres y su hermano de siete años. Originaria de El Progreso, en Honduras, un día comenzó a recibir amenazas de la banda B18. En su escuela, una compañera de clase y un conocido miembro de este grupo, le insistieron en que se uniera y mantuviera relaciones sexuales como forma de generar ingresos. Ante su negativa, empezó a sufrir amenazas y seguimientos. Conocedores de lo que estaba ocurriendo, sus padres tomaron la difícil decisión de vender su casa y sus pertenencias para marcharse a Guatemala. «Todos los días mueren adolescentes en El Progreso. Es común que las bandas se lleven a las niñas, pero no puedes ir a la Policía porque ellos también están en la cadena de corrupción», afirma el padre de Pilar. En Honduras, entre 2008 y 2016, un niño murió cada día por homicidio.

El testimonio de Pilar y su padre forma parte del informe «Desarraigados en Centroamérica y México», presentado ayer por Unicef y en el que la agencia de Naciones Unidas para la protección de la infancia aborda los desafíos y peligros a los que se enfrentan los niños, niñas y las familias migrantes y refugiados a lo largo de su ruta, y a su regreso tras ser deportados. 

«Millones de niños de la región son víctimas de la pobreza, la indiferencia, la violencia, la migración forzada y el temor a la deportación. En muchos casos, los niños que son retornados a sus países de origen no tienen un hogar al que regresar, terminan endeudados o son víctimas de las maras. El hecho de que se les devuelva a situaciones imposibles hace más probable que vuelvan a emigrar», subraya Maria Cristina Perceval, directora regional de Unicef para América Latina y el Caribe.

El Salvador, Guatemala y Honduras se encuentran entre los países más pobres del hemisferio occidental con un 44%, un 68% y un 74% de niños viviendo en la pobreza en cada país, respectivamente. Unicef destaca al respecto que un 63% de los niños migrantes guatemaltecos interceptados en México y en EEUU pertenecen a comunidades indígenas, donde las tasas de pobreza son desproporcionadamente más altas.

La violencia relacionada con las maras, la delincuencia, la extorsión, la pobreza y el acceso limitado a servicios sociales y una educación de calidad, o el deseo de reunirse con familiares ya emigrados son las causas estructurales de la migración en la región. En busca de un futuro mejor y con el objetivo de romper el ciclo de pobreza –muchas veces extrema– y desventaja, las familias toman la difícil decisión de vender todas sus pertenencias, dejar sus comunidades, y emprender un largo e incierto viaje en el que se arriesgan a ser víctimas de los traficantes o coyotes, a perderse en un paso de montaña o en el desierto, o a ser detenidos y devueltos a sus países de origen.

El viaje puede costar 3.500 dólares por persona con un coyote o 15.000 si el coyote lleva a un niño no acompañado. Muchos de los migrantes deportados desde Estados Unidos y México lo vuelven a intentar debido a las dificultades económicas, la violencia y las amenazas que enfrentan en sus países de origen. Conscientes de esta realidad, algunos coyotes están ofreciendo tarifas que cubren hasta tres intentos de llegar a EEUU.

«A menos que se realice un esfuerzo más amplio para abordar las causas estructurales de la migración, la gente seguirá marchándose», subraya Nadine Perrault, representante de Unicef en El Salvador.

Separación y detención

«La detención y la separación familiar son experiencias traumáticas que pueden dejar a los niños expuestos a la explotación y el abuso, además de causar estrés tóxico», incide esta investigación.

Entre octubre de 2017 y junio de 2018, al menos 286.290 migrantes fueron interceptados en la frontera suroeste de EEUU, de ellos 37.450 eran menores no acompañados y 68.560 unidades familiares. En México, casi 60.000 niños migrantes estuvieron retenidos en centros de detención entre 2016 y 2017. Normalmente, quienes ya tienen 12 años o más son llevados a una zona separada aunque estén con sus familias.

En aplicación de la política de «tolerancia cero» del Gobierno de Donald Trump, 2.551 niños mayores de cinco años y 102 menores de cinco años fueron separados de sus padres en la frontera. El 20 de julio, la Administración estadounidense emitió una orden ejecutiva para poner fin a la separación de estas familias.

La doctora Pía Rebello Britto, jefa de Desarrollo del niño en la primera infancia de Unicef, resalta que una exposición continua a situaciones traumáticas como una detención o la separación familiar pueden ocasionar la liberación prolongada del cortisol, la hormona del estrés, que daña la funcionalidad cerebral. Luis Zayas, profesor de siquiatría en Dell Medical School de Austin, advierte de que «las experiencias adversas que se prolongan en el tiempo pueden socavar las funciones ejecutivas, la resolución de problemas y las habilidades sociales».

El desafío de la reintegración

«Los migrantes que se ven obligados a regresar de México y EEUU suelen encontrarse con grandes deudas y son incapaces de volver a ganar el dinero que gastaron en el viaje. Después de haberlo vendido todo y haber pedido préstamos para financiarse el viaje, cuando regresan no tienen nada. Esta presión económica puede dejar a los niños y a las familias sin hogar o sin los recursos necesarios para pagar elementos básicos como alimentos, atención médica o una matrícula escolar. El regreso forzoso también puede repercutir negativamente en la economía de los hogares y las comunidades que dependen de las remesas de familiares que trabajan en EEUU», destaca el informe.

Además, se enfrentan al estigma de haber fracasado en su intento de llegar a EEUU o México. Este estigma se extiende a los niños y adolescentes. «En algunas comunidades, la gente piensa que las niñas que han regresado han sido víctimas de violencia sexual durante el viaje y que están mancilladas», relata la delegada de Unicef en el país.

«Muchos niños repatriados se vuelven desconfiados. Ya no se sienten seguros. Han tenido que afrontar situaciones difíciles, por lo que han tenido que adaptarse y crecer en su interior. Pueden surgir casos de depresión y desesperanza. A algunos de estos niños los señalan y los acosan en las nuevas escuelas», concluye el sicólogo Alex Alvarado, quien trabaja con migrantes deportados a Honduras.