Floren Aoiz
@elomendia
JO PUNTUA

Replegarse no es construir alternativas, sino dinamitarlas

Replegarse a zonas de confort puede resultar gratificante para ciertos sectores poco dispuestos a mancharse en el barro de los combates integrales en los que hay que disputar todos los espacios, desde la calle hasta los despachos institucionales. Algo así vienen postulando algunos movimientos sociales y ciertas corrientes políticas en el contexto de los procesos de cambio de América Latina. La imagen de fin de ciclo progresista que la derecha ha querido generar se ha visto significativamente reforzada por unas narrativas que dan por amortizado el esfuerzo de articulación de movimientos sociales, agentes políticos e instituciones que ha permitido, por ejemplo, que Evo Morales lidere el Estado Plurinacional de Bolivia.

Este repliegue se formula como una llamada a dejar de lado la formación de hegemonías, salir de las instituciones y refugiarse en los movimientos, la autogestión, el cambio micro... Algo que a la derecha, por supuesto, le parece genial: ¡claro que sí! ¡dejad las instituciones, renunciad a formar mayorías y cread reservas en las que preservéis vuestra pureza! No es de extrañar que les guste la idea: de ese modo puede volver a manejar los hilos sin una alternativa que cuestione su predominio.

Uno tiene a veces la sensación de que cuando toma forma una alternativa de cambio, por limitada o contradictoria que sea, hay quien lo ve como una amenaza a su ideal puro de revolución, tan puro que prefiere guardarlo en una vitrina, no vaya a ensuciarse en el terreno de lucha real. Y ahora no hablo de América Latina.

El cambio navarro no es la revolución, claro, pero reventarlo para volver a zonas de confort y pureza «revolucionaria» no sería un avance sino un trágico retroceso. Hay otras opciones, por ejemplo, profundizar en la articulación entre movimientos e instituciones para una agenda de cambio vitaminado. Pero para eso hay que mancharse en el barro, claro, y hay quien prefiere ir de guay.