EDITORIALA
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Sube la tensión electoral en un escenario reconocible pero con incógnitas

Para bien o para mal, en Hego Euskal Herria el comienzo de este curso político viene marcado por las próximas elecciones. Municipales, forales, navarras y europeas en la primavera de 2019. En tan solo nueve meses, casi nada. La perspectiva electoral resulta, por lo tanto, insoslayable. Esto tiene dos efectos contrapuestos. Por un lado, la política revive y con ella la confrontación dialéctica, que si bien no goza en este momento de un gran nivel entre gran parte de la clase dirigente vasca, al menos ofrece a quienes aman el debate destellos y un escenario más interesante. Sin embargo, junto con esto, sube el grado de cinismo, se impone el cálculo cortoplacista, las maniobras comprensibles e incomprensibles, los esquemas reconocidos y reconocibles. Todo ello con grandes dosis de mediocridad, signo de los tiempos.

Resumiendo mucho, por el momento parece que el PNV lo quiere todo; EH Bildu no se conforma con nada y además quiere algo; Podemos, con no hundirse; PSE y PSN, con que Madrid los sostenga y el PNV los albergue; UPN y PP solo desean que al resto no les den las cuentas; y Ciudadanos sueña con contar algo… o restar todo.

Cambio y reacción en las culturas políticas

Sin embargo, en cada una de esas elecciones y en los diferentes territorios, todo ello quiere decir cosas distintas. Y no es solo lo que significan unos resultados u otros, sino cómo se viven y proyectan. Por ejemplo, hace cuatro años EH Bildu logró Iruñea y el cambio en Nafarroa, y sin embargo la perdida de Gipuzkoa le resultó traumática. Todo ello le ha supuesto, al menos durante un tiempo, no saber valorar en su justa medida lo logrado. Recompuesta, ahora debe prever esos escenarios.

Nadie puede negar que, junto con el cierre ordenado de la lucha armada, el cambio en Nafarroa es lo más relevante que le ha pasado al país en términos sociopolíticos en este tiempo. Es más, ese cambio puede avanzar o retroceder, pero el régimen anterior tiene difícil volver, casi ni en el peor de los escenarios postelectorales. Las lecciones de ese cambio, también esta, trascienden con mucho a Nafarroa. De hecho, gran parte de Euskal Herria se parece más demográfica y políticamente a Iruñea y a Nafarroa que a otros lugares.

Con el PNV sucede lo contrario, aunque no haya acertado ni en escenarios ni en alianzas durante todo este periodo. Nafarroa es un buen ejemplo, pues su cálculo siempre fue el PSN. Pero también pensaba que en Madrid ganaría el PSOE cuando venció el PP y viceversa. Los jeltzales han utilizado sus buenos resultados electorales no para liderar, sino para ganar centralidad. En parte, porque el resto se la ha concedido. Su hegemonía es evidente en lo institucional, pero socialmente tiene pies de barro –tanto el pie derecho como el izquierdo–.

No obstante, las cosas se le están complicando, porque su discurso no sirve igual para todos los territorios y sensibilidades, porque depende mucho de las flaquezas ajenas, porque la gestión cotidiana con el PSE es insufrible… Además, poco a poco y con casos como el de Osakidetza o Miñano, está quedando claro que tras el «oasis vasco» se esconde un clientelismo inasumible. La falta de liderazgo, algo que muchos cargos aceptan en privado pero sobrellevan en público, ensombrece el balance positivo a día de hoy y a futuro. A su favor tienen que su máquina electoral está muy afinada.

La confrontación entre las dos grandes familias abertzales, tanto cuando se da en desacuerdos como cuando se da en pactos como el de las bases del nuevo estatus para la CAV, refuerzan la posición de ambos como Gobierno y oposición, pero achica el espacio político y reproduce el mismo escenario una y otra vez. El PSOE actúa de manera ventajista, siendo parasitario en la gestión y opositor en lo ideológico. El abrazo del oso aprieta menos desde que Pedro Sánchez está en Madrid, pero está por ver en qué se traduce en las urnas. Podemos pierde peso y sentido en la medida en que devalúa su carácter democratizador –lo que le hizo ser primera fuerza en Euskal Herria en unas elecciones hace tan solo dos años–, y se suma al bloque unionista con un discurso inventado por los vascos que fundaron UPyD. Los falangistas de ayer y de hoy esperan su momento y fían todo a la fuerza del Estado y su razón autoritaria.

El riesgo del españolismo se solapa con debates de largo alcance y fenómenos nacionales interesantes en Euskal Herria, que pueden tener efectos electorales.

En nuestro contexto la liza electoral se ve afectada por tendencias generales que impulsan liderazgos compartidos, adaptación en la cultura militante, segmentación eficiente y un marketing político audaz. Tendencias que hay que amoldar a ámbitos muy diferentes. Por ahora, las fuerzas políticas buscan lograr un mínimo de tensión entre sus militantes, simpatizantes y votantes. Aún falta para que esa tensión se convierta en presión. Nueve meses son a la vez muy poco tiempo y una eternidad.