Pablo CABEZA
BILBO

Marr: apasionado de niño, músico antes de los veinte

Tiene 54 años, la revista «Rolling Stone» le coloca entre los cincuenta guitarristas más importantes del rock. Se tiñe el pelo de negro, le gusta vestir elegante y tiene buen gusto, una derivada de su entusiasmo por los mods. Se llama Johnny Marr, fue guitarrista de los Smiths y cuenta su vida a segundos en «¿Cuándo es ahora?» (editorial Malpaso).

El interés por la música del nacido como John Martin Maher, en el futuro conocido como Johnny Marr, comienza de niño dentro de una experiencia ambiental donde la música era parte de cada amanecer. Es el camino necesario para que se despunte como músico, aunque sean válidas otras opciones de formación, incluso las muy tardías, por muy poco aconsejables que sean.

Los primeros recuerdos de Marr muestran cómo la pasión por la música, el esfuerzo, el entusiasmo y un entorno favorable pueden disparar todos los resortes para que el músico con potencial termine por despuntar.

«En nuestra casa la música no dejaba de sonar –rememora Marr–. Mis padres eran unos obsesos de los cantantes y las bandas, y mi madre se compraba discos continuamente. Confeccionaba sus propias listas de éxitos, y luego comparaba sus predicciones con el auténtico Top 20. En una ocasión, decidida como estaba de hacerse con un disco que acababa de salir, Claire [su hermana] y yo la acompañamos durante todo un sábado en la batida de esa novedad. En todos los sitios a los que fuimos el disco estaba agotado, pero ella tenía que conseguirlo de la manera que fuera, y al final terminamos andando los cerca de cinco kilómetros que había hasta Gorton [en Manchester, su ciudad natal], porque allí estaba la única tienda que nos quedaba por visitar. Cuando llegamos, ya estaban cerrando, pero tuvieron que esperar a venderle antes el disco a mi madre».

La madre de Marr no solo le llevaba de compras y le mimetizaba con las tiendas, los discos, la rutina de palpar un disco, de sentir sus estrías, su sonido, también estaba la radio: «Si no era un disco lo que sonaba en casa, entonces era el turno de la música de la radio. Mi madre me sentaba delante en una silla, y yo me quedaba ahí durante horas mientras se oían bien altos los éxitos del Top 30. Cualquier cosa con una guitarra distintiva me dejaba hipnotizado, y ya con cuatro años me sabía las letras de las canciones más populares, ya fueran de Love Affair, de los Four Tops o de cualquier otro. Quedarme delante de la radio se convirtió en una costumbre, y mi madre podía dejarme ahí y seguir con sus quehaceres sin tener que preocuparse de dónde paraba yo». Con su madre las experiencias se multiplican: «En Lewis’s nos montábamos en las escaleras mecánicas para subir hasta la cuarta planta, donde se exponían todos los artilugios eléctricos, y mi madre me dejaba a mi aire en la zona de los amplificadores. Ya estaba hecha a mi obsesión con las guitarras, pero empezaba a creer que no era normal que a un niño le gustara contemplar unas grandes cajas negras con altavoces mientras su madre hacía la compra».

Johnny Marr crece pegado a la televisión para culturizarse mientras admira a los guitarristas que van saliendo. «La televisión era otra fuente de música. Buena parte de la parrilla la ocupaban los programas de espectáculos y variedades, destinados a un público familiar, como ‘Sunday Night at the Lon-don Pálladium’ o el ‘Happening for Lulu’, y yo esperaba con ansiedad a que desfilaran los humoristas, los magos y los números de baile, para ver si en alguno de los grupos pop invitados había alguien que llevara colgada una guitarra eléctrica o una acústica. A veces aparecía una banda con todo el equipo, y yo me ponía a analizar sus guitarras sin importarme quiénes eran ni qué canción estaban tocando. Si era mi día de suerte, podía tratarse de algún grupo pop de verdad, como Amen Córner o The Move».

Marr confiesa que no tiene ni idea de si la música es algo con lo que naces o que vas cultivando, pero afirma que la fascinación que sentía era algo natural, y sabía que si quería sentir las cosas de verdad debía reemplazar su guitarra de madera por una eléctrica, o al menos por una que pareciera eléctrica. «Así que un día solté con gran cuidado las cuerdas, y dejé el cuerpo de la guitarra sobre el suelo de cemento de esa sala del fondo. Pillé una lata de la pintura que tenía mi padre para la casa y embadurné la guitarra de blanco con una vieja brocha. A continuación, le pegué un par de chapas de botella para que parecieran las ruedas del volumen y del tono. Me puse perdido de pintura blanca, y también manché el suelo, pero me sentía como si hubiera subido un peldaño, y además así la guitarra tenía una pinta magnífica».

Glam rock

Marr se educa con discos de diferentes estilos, pero el glam fue uno de los que más le marca en sus primeros años de adulto: «Me quedaba cerca de la pista de carreras y de los carruseles para absorberlo todo. Las chicas gritaban mientras pasaban como centellas, y éxitos como ‘Blockbuster!’ y ‘School’s Out’ atronaban desde los altavoces por encima de todo el jaleo y el alboroto. Estaba naciendo un nuevo movimiento en la música pop que reivindicaba la energía original del rock and roll, con guitarras desastradas, percusiones tribales y ritmos rotundos, y a mí me encantaba. Esos grupos vestían con ropas chillonas y llevaban un montón de maquillaje. Tenían nombres como Sweet, Bowie y Roxy, y tocaban canciones con títulos como ‘Teenage rampage’ o ‘All the young dudes’. Esa música estaba destinada a los chavales revoltosos que buscaban algo excitante, y respondía al nombre de glam rock». «La mejor banda de todas, en mi opinión, era T. Rex. El primer disco que me compré con mi dinero fue su single ‘Jeepster’. Lo conseguí en Rumbelows, una tienda de muebles que vendía aparatos eléctricos y tocadiscos, los conocidos como stereo-grams. Había entrado allí porque sabía que vendían discos baratos, y en una caja para éxitos pasados di con ese disco maravilloso. En la funda salía un tío con una guitarra: estaba de pie sobre la hierba con su compañero, y era evidente que iba maquillado. Yo tenía nueve años y jamás había visto a nadie con esas pintas. Entregué mi moneda de diez peniques y, en el camino de vuelta, no dejaba de sacar ese objeto de la bolsa de papel para mirarlo». «La primera vez que oí ‘Jeepster’ fue más que escuchar una canción: supuso el descubrimiento de un sonido».

The Smiths

Johnny Marr se cruza en el camino de Steven Patrick Morrisey. Primero conversan, después se muestran letras y canciones y a primeros de los ochenta nace The Smiths, una de las bandas más singulares de los ochenta. Ambos intuyen que van a ser grandes, que forman un excelente binomio.

Marr se empeña en que sea un sello independiente quien les edite: «Un amigo mío que había logrado un empleo temporal en EMI convenció a su jefe de que valía la pena invertir un poco de dinero en nosotros. Nos dieron el dinero y entramos en el estudio, pero sabíamos que aquello no iba a resultar, que ese no era nuestro sitio, y al final nos rechazaron.

Teníamos que mantenernos en las afueras para hallar una discográfica acorde. Yo sabía que debíamos entrar en Rough Trade». Marr relata cómo se presentan en el prestigioso sello independiente, cómo les cuesta que Geoff Travis, director, les reciba. Pero lo consiguen y Travis queda prendido.

El resumen es que les publica cuatro discos impecables, originales y repletos de excelentes canciones. Referentes ineludibles de los ochenta y de la historia de la música rock con dosis de pop y excelentes letras.

“¿Cuando es ahora?” reúne en cuatrocientas páginas una biografía que repasa los ochenta en variadas direcciones. Disecciona la vida musical, la industria, las relaciones entre grupos, la intensa vida de Johnny Marr, su paso por The Smiths, el equilibrio de relaciones, lo complejo y difícil que es conseguir un espacio en la apretada escena musical repleta de trampas e intrusos. Refleja la historia de uno de los músicos más peculiares y de mejor buen gusto de la escena rock de los ochenta.