Iratxe FRESNEDA
Docente e investigadora audiovisual

Semillas

Es indudable que el desarrollo del cine en euskara ha estado (y continúa estando en la actualidad) supeditado a los mecanismos de protección y subvención del mismo. La financiación es para las cinematografías pequeñas, y para el cine en general, uno de los obstáculos a superar y, en el caso del cine vasco, la financiación pública es una cuestión estructural, sin ella existiría a duras penas. Lejos de ser preocupante, más bien es esencial que la cultura sea, al menos en parte, subvencionada. Las dificultades residen en los pequeños detalles, es decir, en las carencias respecto al fomento de la experimentación y a las ayudas directas a los creadores. Cuando hablamos de dejar de lado la experimentación y la creación, únicamente centrando las ayudas a la industria, olvidamos el germen del cine y del audiovisual, ambos deben ser piezas de un mismo engranaje. Precisamente en este campo es donde los nuevos talentos emergen surgidos gracias a las nuevas tecnologías y las nuevas formas de narrar. El documental (la no-ficción) y la animación son dos de los puntos fuertes del cine vasco de nuestros días. Desde el campo de la animación nombres como el de Pedro Rivero (“Psiconautas”, “Los niños olvidados”, 2017), y el de Bego Vicario (“Pregunta por mí”, 1997), ambos ganadores de sendos premios Goya, van creando escuela y generando un futuro de posibilidades creativas para el sector y para el conjunto del audiovisual vasco. Estos días, una pequeña representación del sector visitaba el mercado de Abycine, allí hemos podido constatar, por el interés generado, que algo se mueve en el cine vasco.